sábado, 6 de octubre de 2012

LA MERY JAIMES (11mo Acto: "Navidad 2002")

El mes de Diciembre transcurrió de acuerdo al plan, pude pagar por otro mes de estadía, sin morirme de hambre ni rebajar más peso. Recuerdo mi tercera salida trabajando como camarero de casa de banquetes, donde operaba por lo general los sábados por la noche, y algunas veces los domingos por la tarde. Ya había logrado cubrir una primera comunión, una fiesta de quinces un sábado por la noche, donde pasé la noche en el lugar ya que me horrorizaba la idea de caminar desde Boston hasta Prado Centro a altas horas de la noche. También fui a cubrir un evento el domingo después del mediodía yendo con algunos compañeros de la misma casa de banquetes a una finca del corregimiento de San Cristóbal, donde habían contratado el servicio, y donde la estética del lugar se acercaba bastante al Kistch de los traquetos. La novia era una muchacha de 25 a 30 años rubia, de ojos claros y cachetes colorados que parecían de la estirpe del oriente antioqueño y su acento paisa demasiado melodioso parecía corroborarlo. El novio era un hombre moreno de baja estatura, de contextura gruesa, casi obeso, peluqueado a lo militar y de rostro intimidante, con pequeños cráteres vestigios de lo que otrora fue un problema de acné, su vestimenta recordaban a la de Al Pacino interpretando a Tony Montana, que le daba un aspecto muy camaján. La música de ambientación era por parte de un cantante cuarentón muy elegante y de grave voz que ambientaba con canciones de Sabú, Serrat, Elio Rocca, Gianfranco Pagliaro, y otros más de ese mismo género que no recuerdo. La recepción de aquel fue la más sencilla que atendí ya que después del plato fuerte casi nadie quiso beber, y tampoco casi nadie se animó a salir a bailar, parecía que la música de aquel simpático baladista desanimó a la concurrencia y hasta los meseros susurraban cosas como “Qué fiesta más chichi”. La fiesta terminó más temprano de lo pronosticado, sobró mucho trago. Los traquetos, digo, los organizadores del evento nos regalaron a los meseros algunas botellas de Champaña que sobraron, y rifaron algunas de Aguardiente, Ron y Ginebra. El resto se lo llevaron en una de las tantas Toyota Burbuja que habían allí estacionadas. Otra que recuerdo fue una fiesta en una de las sucursales que era una sede de 2 pisos. En el primer piso se celebraba un aniversario de una pareja de ancianos la cual rechacé porque preferí la tediosa ceremonia de quinceañera que celebraban en el salón del segundo piso. En aquella fiesta de ancianos rechacé la opción porque iban a tener de animador a Darío Gómez y su conjunto popular, del cuál decían era amigo cercano del organizador del evento, pero otra de las razones por las que quise trabajar en la fiesta del segundo piso era porque podría coincidir con Holanda y así tener una oportunidad de hablar con ella. Recuerdo que me tocó una mesa donde estaban los elementos menos mostrables de la familia, los que contrastan con la clase fingida por el resto de los invitados, los que no les avergüenza demostrar su ordinariez tanto en su forma de vestir como en sus modales y en su forma de hablar y actuar. Se la pasaron jodiéndome una buena parte de la noche. Cuando yo pasaba a servirles algo, a preguntarles qué se les ofrecía, risitas burlonas se escuchaban de ellos a mis espaldas. A veces los miraba de reojo, y de inmediato me desviaban la mirada sin borrar sus sonrisas socarronas tratando de disimular que eran de mí de quien se estaban riendo. Fui al baño a verificar si había algo mal en mi atuendo, o peinado, pero no detecté anomalía alguna, a menos que les pareciera divertido ver a un tipo tan escuálido y desabrido como yo luciendo un traje de mesero con corbatín.
“Hey, ´Mono´, ¿qué pasa pues mijo?” Me gritaban a mí desde la mesa. “Mire hermano, nos hace falta el traguito huevón, traenos mediecita de guaro que aquí nos vamos a morir de la aburrición”. Decía el señor que parecía ser el padre de familia o el hijo mayor de tan pintorezca familia conformada de 2 mujeres jóvenes, una vieja, un hombre anciano, el tipejo de marras y dos niños que correteaban desenfrenadamente por todo el lugar. Al ver que ya se habían mandado todo el coctel de bienvenida les dije:
“La siguiente parte del protocolo será el brindis, después de que aparezca la quinceañera, baile el vals y se haga el brindis, dentro de un momento les estaré sirviendo la Champaña”.
“No entiendo ni chimba de lo que me estás diciendo”. Decía el tipejo mientras los otros integrantes de la mesa se reían. “Sabrá el putas qué es ese tal proto-culo ese que usté dice, tráigase el guaro y el ron de una vez, relajao”.
No les hice caso, y seguí el protocolo llevándoles las copas de champaña y a pesar de que protestaron, tampoco vacilaron en mandársela toda incluso antes de que apareciera la quinceañera. Dejaron de molestar un buen rato hasta después de haber terminado la cena, donde volvieron a llamar: “Ey, Mono, parcero, qué pasa pues, no tenemos nada pa´ tomar, no, qué mesero más culo éste”. Decía el mismo atarbán mientras los otros miembros de la familia le celebraban con risitas. Yo sin perder el control, hice caso a su pedido que originalmente era una botella de ron completa, lo cual no se podía ya que las botellas se manejaban solamente en la barra, así que les propuse llevarles el ron servido hasta la mesa con todo y hielo; tratando de desagraviar; a lo que el tipo dijo: "Listo mijo, tráigamelo con Coca-Cola".
“Ay, qué rico, a mí también con Coca-Cola, a mí también, a mí también…” Decía la señora y el resto de las integrantes de esa mesa, excepto por el señor más anciano, quien fue el único que ordenó aguardiente.
Cuando fui a la barra a servir, una voz a mis espaldas se escuchó: “Cómo que te están molestando mucho los de esa mesa”. Era Holanda quien también se hallaba en el mismo trajín. “Deberías intentar lo de ´la bomba´” Decía ella bromeando recordando la anécdota que nos había dicho el camarero principal el día de la inducción. “La bomba” consistía en servir en cada vaso de ron con Coca-Cola una medida de ron que sobrepasara un poco más del 50% del vaso y agregarle la Coca –Cola sólo para cambiarle la coloración. Debió ser una de esas familias pobres que no estaban acostumbradas a que las invitaran a eventos sociales, de esos que pese a su incultura, ordinariez y pobreza, los invitan por pesar, simplemente por ser de la familia. Recuerdo como se mandaban al buche los vasos de ron con Coca-Cola como si estuvieran en un paseo de olla en una soleada tarde de domingo, donde destapan el litro de gaseosa, cuyos vasos desechables sorben con avidez. Cada vez que veía que alguno llevaba su vaso más o menos por la mitad, les preguntaba malévolamente: “¿Les traigo más roncito?, a lo cual ellos no dejaban de aceptar, pues si el trago es gratis hay que aprovechar en la mayor medida posible. Recuerdo que cuando hice mi cuarto viaje a esa mesa, la señora ya había vomitado, lo que causó gran furor en las mesas vecinas. Las dos jóvenes de la familia (La mujer y la hermana del tipejo que me estaba diciendo “Mono”) ya se habían parado al baño donde permanecieron un largo tiempo, el anciano estaba intacto, fue el único que había pedido aguardiente y desde el principio le había llevado el aguardiente en una jarrita pequeña para que se estuviera sirviendo, mientras que a los otros les serví “La bomba” cantidades desbordantes de ron, a veces hasta mezclado con aguardiente que les aceleró el malestar. El hombre que me gritaba y se divirtió un rato conmigo poniéndome a voltear de un lado al otro, permaneció despierto un buen rato, pero en silencio, después de mandarse el último vaso de ron con Coca-Cola (Otra bomba mezclada con aguardiente) se quedó dormido recostando su cabeza sobre la mesa, cuyo mantel más tarde llegó a vomitar. Me aterroriza lo mucho que disfruté siendo tan malvado aquella noche.
Era la hora loca donde la mayoría de los concurrentes disfrutaban de la papayera, el mariachi y la miniteca, ya los meseros habíamos pasado el tramo difícil de la noche, el protocolar. Después de haber preguntado a las otras mesas que me habían asignado sobre algo más que necesitaran, permanecí un rato recostado cerca de la barra, tratando de tomar un segundo aire, viendo la gente bailar lo más selecto del crossover, hasta que ví emerger de las coloridas luces intermitentes del estróver que destellaba sobre la pista una esbelta figura femenina que se dirigía hacia mí, llevaba el charol con cristalería vacía recién recogidas de las mesas, la puso encima de la barra para que la señora empezara a lavarlas, sí, era Holanda, quien se dio vuelta y se recostó su espalda sobre el mismo muro donde yo estaba recostado.
“¿Se te puede hablar?”. Preguntó ella dirigiéndose a mí.
“Desde que todo este ruido lo permita…”. Respondí.
“Muchachos, ya que están ahí, pasen aquí atrás, que cuando termine de lavar aquí les sirvo algo de comer, ustedes han voleado mucho y aun no han comido nada”. Decía la señora detrás de la barra quien se encontraba lavando.
Estando ya en la cocina del salón, cenando lo que quedó del buffet, nos encontrábamos Holanda y yo con otros meseros que recién habían terminado la recepción del evento conmemorado en el salón del primer piso, y que hablaban maravillas de Darío Gómez, quien como había dicho líneas antes, era invitado y animador musical del otro evento. Decían que todo aquel que arrimó a la mesa de Darío Gómez, el cantante le soltaba 50 lucas de propina. Por un momento sentí envidia y me arrepentí de haber rechazado aquel evento, pues por 50 lucas me aguanto una hora de música de ese señor sin problema.
“Escuché que estás viviendo solo”. Preguntó Holanda.
“¿Cómo lo sabes?”
“Tu mamá, me la encuentro mucho en misa”.
“¿Cómo te está yendo en la U?” Le pregunté yo.
“Bien, chévere” Respondió ella “Lo difícil ha sido mantener la energía”.
“¿A qué te refieres?”
“He venido desmotivándome”. Dijo ella. “Siento como si estuviera yendo a perder el tiempo allá, siento que puedo hacer algo por mi madre y que estoy perdiendo mi tiempo, pero el asunto es que no quiero salirme de la universidad”.
“¿Qué pasa con tu mamá?”
“Está sin trabajo, y aun no le resulta. Con este trabajo, puedo llevar algo a la casa, pero eso de ir hasta la universidad, caminando sin dinero me tiene muy agotada, no sé qué voy a hacer después de que termine esta temporada alta de fin de año y no nos vuelvan a llamar para cubrir eventos”.
“¿Y la banda?” Pregunté yo pensando en lo que me había contado "Chucky".
“Me cansé de no tener voz ni voto allí, ninguno tenía idea de lo que querían hacer, todos querían ser líderes, uno quería hacer punk, el otro quería hacer Metal, el otro Hardcore, el otro una banda de clásicos, así que no salieron con nada”.
Luego hubo un corto silencio entre ambos.
“¿Por qué estás trabajando acá?” Me preguntó ella.
“Para mantenerme a mí mismo, de ahora en adelante me será muy costoso, si bien lo que gano con mi otro empleo me alcanza para pagar arriendo, el resto no me alcanzará para aguantar todo un mes.”
“Deberías volver a casa”. Dijo ella. “Mira, es bueno lo que haces, pero te estás condenando a ti mismo a vivir detrás del centavo por el resto de la vida viviendo apretado”.
“¿Son palabras de mi mamá o tuyas? Pregunté.
“¡Pues claro que son mías!. Mira, yo nunca te he escuchado hablándome de tus sueños, apuesto que no tienes sueños, ¿Cierto? Es cierto que estudiar no te garantiza una vida próspera inmediata, pero es una de tantas opciones para aspirar a algo más decente que estar haciendo mandados para esa tal… Señora, y estar en un lugar como este sirviendo mesas por una chichigua. Debes ahorrar ese dinero que pagas en arriendo para tu futuro”.
Me pareció increíble lo mucho que ella sabía de mí durante los meses que no nos vimos, seguramente fue mi mamá, pero aun así no quise discutir con ella.
“Si yo quisiera salir contigo a algo sencillo, por ejemplo; un helado, cine, un centro comercial o al Comics´ bar a escuchar música. ¿Sería posible?”. Le pregunté yo.
Ella no respondió de inmediato, fue a la recepción a buscar un lapicero y anotó en un papel su correo electrónico.
“Por el momento no sé”. Respondió ella entregándome el papel sobre el cual ella anot.ó “Pero escríbeme un correo durante la semana, te lo contesto desde la universidad, no me llames, tenemos el teléfono cortado”. (En 2002 ya existían los celulares, y aunque ya se encontraban en el comercio, aun no era muy común encontrar a cualquier pobre con uno)

Durante ese mes tuve varios encuentros extralaborales con Mery Jaimes, Salimos cada uno de los domingos de ese mes de Diciembre y los dos primeros domingos de Enero del 2003, donde aprovechábamos la soledad vespertina de la unidad deportiva de una tarde sin fútbol, donde practicábamos canciones de Astrud Gilberto y de los Beatles, ya que nuestra idea era organizar un número que fuera llamativo para los amantes de la buena música, aunque ella también me dijo que no tenía por qué someterme a su gusto, que yo también debería proponer canciones, que yo era más joven y que quizás la música que ella proponía no pegara mucho en el gusto de los clientes del Comics´ Bar, del cual al principio pareció no sonarle bien mi idea, ya que como había dicho antes, ella quería una reunión entre amigos, pero ella tampoco se esmeraba en llamar a nadie y además lo contemplaba como largo plazo.
Durante el resto de Enero y principio de Febrero, a medida que se acercaba la fecha de la presentación en el Comics´ Bar, Mery empezó a llenarse de ocupaciones, además de sus compromisos con el evento de Moda de principio de año, y una nueva jornada intensa de trabajo en el taller que nos mantuvo alejados de los ensayos y de las salidas dominicales que tanto disfrutábamos, donde podíamos recorrer los prados cercanos al estadio, tomados de gancho mientras yo le escuchaba sus anécdotas de la época de estudiante de artes y cantante de dúo con su padre, también hablábamos de trivialidades del trabajo, terminando esos amenos ensayos y recostarnos sobre el césped, donde podía con toda libertad consentirla acariciándole su mano y besarle en ésta una que otra vez, mientras hablábamos de canciones, bandas y álbumes. Aun así, nos grabamos un cassete con las canciones que iban a estar en lista para el día de la presentación, para que fuéramos practicando, aprendernos las letras y las notas, mientras ella terminaba de atender sus otros compromisos como diseñadora.
También en ese Diciembre de 2002 tuvo espacio la familia. El 24 de Diciembre, mi madre me llamó al trabajo a preguntarme que si iba a asistir a la cena navideña. Al principio estuve indeciso, pero al pensar que nada perdería con ir, me decidí.
“No me digas que te vas a quedar encerrado en tu aposento para este día”. Decía Mery después de haber colgado el teléfono. “Debes ir, pobrecita tu mamá que me dijo que iba a hacerte tu plato favorito, hasta a mí me invitó, lástima no poder ir”.
Imaginé a Mery Jaimes en casa y mi mamá contándole toda suerte de tonterías que no le incumbían respecto a la familia, me dio cierta pereza imaginármelo.
A eso de las 6 de la tarde estaba ya en la casa, se respiraba un buen ambiente, mi papá estaba en el patio armando la fogata para la natilla.
“¡Junior!, ¡volviste!” Decía mi papá alegremente, se notaba que ya había empezado la botella de guaro.
“Mire Junior lo que le conseguí, saque hielo y sírvase una”. Decía él señalando una caja de cervezas que había en un rincón.
Permanecí ayudándole en lo de la natilla, hasta que cayó la noche. En donde mamá me llamó para pedirme un favor. “Mirá, qué bajés hasta la capilla que la visita acabó de llamar desde el teléfono público y necesita que vayas allá y la orientés ¿Sí podes?”
Fui con cierta mala-gana porque en aquel barrio la casa estaba ubicada en la parte alta de un callejón de sendero empinado. Recuerdo lo duro que era salir a sacar la basura o subir en hombros la pipeta del gas, donde podía sentirme como un dios del olimpo al subir todo ese peso escaleras arriba, aun así, con o sin peso, subir y bajar ese sendero empinado era toda una exigencia física. Al llegar a la capilla, logré identificar desde la distancia un Renault Twingo rojo, y una espigada mujer al lado de éste. Pese a la sencillez de su atuendo de blusa, pantalón, chaqueta, zapatos negros y cabello suelto se veía resplandeciente en medio de ese agreste ámbito barrial que le rodeaba, a leguas se veía que era una mujer de lejos. La conduje al parqueadero más cercano, que era tan sólo un lote valdío donde se le pagaba la hora al dueño.
“Así que viniste a celebrar nochebuena con tu familia”. Decía Mery con tono jovial mientras subíamos el sendero empinado.
“Sí, no tenía ninguna razón para preferir estar solo hoy”. Respondí y luego le pregunté. “¿No era pues que no podía venir?, ¿Qué fue lo que le hizo cambiar de opinión?”
“Pensaba pasar nochebuena al lado de mi hija, íbamos a hacer hojuelas y a tomar vino, pero su novio llegó y la invitó a cine, entonces para no quedarme sola, aproveché la invitación de tu mami”.
No entendía a qué se debía mi incomodidad de ver a Mery por esos lares. Al llegar a casa, el saludo entre mi madre y ella fue el típico: “¡Hola querida, cómo estás de bonita!”, a lo que Mery contestaba: “No te quedas atrás Martica, eres igual a como te recuerdo”, se dieron un beso español de doble mejilla, y cuando la presentó a mi padre, simplemente se dieron la mano al mejor estilo manual de urbanidad, pues mamá ya le había advertido a papá, que cuidadito hablaba de más, que cuando estaba prendidito se le soltaba la lengua para decir babosadas.
Durante la charla en la sala, Mery le habló de particularidades de su negocio, y le preguntó sobre sus excompañeras, luego se rieron cuando empezaron a revivir viejas anécdotas, donde afortunadamente mi madre no se acordó de su viejo álbum de fotos, ya que la foto donde estaba ella, Mery y sus compañeras la tenía yo en mi poder. Estuve sentado en la sala atestiguando la conversación, pero al notar que Mery no tenía tiempo para determinarme, decidí dejarlas solas a ambas, fui donde mi padre a ayudarle afuera con los buñuelos, y después de terminar, decidí subir a la azotea a leer un poco. En los años anteriores solía hacer lo mismo, pero escuchando música y tomando cerveza, pero como ya se sabe que mi radio-grabadora era mi compañía en mi pequeño cuarto, tuve que conformarme con leer una arrugada revista de farándula que encontré en la sala. La revista me resultó demasiado aburrida que consideré mejor tomarme las cervezas y recostarme sobre la vieja mecedora que allí había. Mi familia se había acostumbrado a ese ritual mío de todas las navidades, el de aislarme un poco los 24 y 31 de diciembre y esperar a que fuera la medianoche para destapar los regalos o para brindar por el año nuevo respectivamente, no recuerdo si fue desde los 14 ó 15 años que me aislaba en la azotea con mi radio-grabadora, escuchando las radioestaciones Mundo Diners y Super Internacional cazando temazos, auténticos clásicos, recuerdo una vez que me las arreglé para visitar la sede donde emitía Super Internacional, tenían un DJ que se apellidaba Flórez, un tipo bigotón con asomos de calvicie muy querido él, no como Carlos Echavarría, director de la estación quien se veía serio y un poco gruñón a pesar de la cara de buen tipo. Recuerdo que le tarareaba canciones de mis cassettes que me gustaban mucho pero que no conocía sus nombres y sus intérpretes, y cuando el señor Flórez las identificaba, yo las anotaba en un papelito y de inmediato iba a Disctronics, aquella gran discotienda en Sandiego a averiguar CDs de esos nuevos artistas que recién acababa de descubrir. Pero regresando a la escena de la azotea, no recuerdo en qué momento me había quedado dormido hasta que el aroma de la fragancia que Mery usaba me despertó.
“Uy, qué pena despertarte ¿Estás Borracho?” Preguntó Mery.
“Nonono, sólo me tomé un par de cervezas”.
“Tu mamá te sirvió la cena, y le tocó meterla en la nevera porque pensó que estabas caído de la rasca, pues por más que te llamaba, no respondías, de hecho vinieron algunos familiares de tu papá con tus primos, y dos hermanas de tu mamá, deberías bajar a saludarlos, de hecho yo le dije a Martha que me permitiera subir acá para despedirme, tu pobre mamá anda tan atiborrada, que me ofrecí a ayudarle y no me dejó, entonces le pedí permiso para que me dejara subir para preguntarte unas cositas”.
“¡Uy, qué pena!” Respondí.
“No te veo muy contento con mi visita”.
“Te voy a decir algo” Dije poniédome de pie y dándole la espalda “Todos los 24 y 31 de diciembre me subo a esta azotea para embriagarme un poco, escuchar música, y soñar despierto”
“¿Qué sueñas?”
“Pues tonterías como estar con alguien, admirando la hermosura de la noche, compartiendo anécdotas, enseñarle la música que me gusta, cantarle con mi propia voz mis canciones favoritas y darle un beso mientras recuesta su cabeza sobre mi hombro”.
“Pero veo que no tienes música aquí”. Dijo ella. “¿Alguna vez tuviste la chica?, ¿Holanda nunca te acompañó?”
No sé por qué me sonaba sarcástica cuando evocaba a Holanda, seguramente no lo estaba siendo.
“No mencioné a ninguna chica, simplemente dije alguien, un ser especial”.
“¿Estás enamorado acaso?”
“No, Mery, soy un tonto que sólo piensa en tonterías”.
“Entonces todos somos tontos”. Dijo ella.
“Sí, pero creo que por estar pensando ese tipo de bobadas he hecho más cosas de las que debería avergonzarme, no hay mucho por lo que deba enorgullecerme”.
“En la vida no siempre se gana todo, y aunque no todos consigamos lo que queremos, hay veces que conseguimos mucho más de lo que no teníamos tan idealizado”. Respondió ella acercándose a mí hasta llegar a sentir sus pechos sobre mi espalda, su mentón sobre mi hombro, sus brazos alrededor de mi cintura y su aliento sobre mi cuello, luego continuó diciendo con tono suave y agradable: “Debo irme, mi hija debe estar esperándome en casa con mi yerno, espero que bajes a la sala, saludes a tu otros familiares, y come algo, la cena está deliciosa, y no olvides sonreír, nunca lo haces”.















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