viernes, 7 de septiembre de 2012

LA MERY JAIMES (10mo acto "El Comics´ Bar")


Quise tocarle algo que me resultase sencillo, no tan complejo porque estaba demasiado nervioso después de haber visto su demostración de talento intacto. Toqué una de esas canciones sacadas de la música para aplanchar que tanto le gustaban a Holanda, una vieja canción llamada “Mi plegaria”, en dónde Mery sólo pudo hacer un gesto de “nada mal”, sin mostrarse tampoco muy sorprendida. La única observación que me hizo fue que a pesar de que la voz estaba bien, la tonalidad que yo tocaba en la guitarra no era la correcta, por lo que ella volvió a tomar la guitarra y tocó la misma pieza que estaba tocando yo pero con un círculo armónico diferente. “Vamos, canta de nuevo”. Pedía ella.
Y volví a repetir la misma canción donde ella me acompañaba con la guitarra y algo de coros.
“¿Cómo la sentiste ahí?, ¿No te fue más fácil cantar en esa tonalidad?”.
Asentí para responder y luego dije:
“Qué guitarra más suave, las cuerdas parecen no requerir mucha presión”.
“Es que es una guitarra flamenca, es importada de España.”
“Tengo una confusión” Dije Yo. “Mi mamá alguna vez me dijo sobre el delantal que le elaboró su madre para el colegio, y hace un rato me dijo que fue su tía. ¿Cuándo los abandonó ella a usted y a su papá, siendo su madre quien le regaló la guitarra a los quince?”
“El delantal lo elaboró mi tía, lo que ocurre es que tanto Martha como mis otras compañeras y los profesores del colegio pensaban que mi tía era mi mamá, de hecho a mi me gustaba ufanarme diciendo que ella era mi mamá, y a ella le gustaba ufanarse diciendo que yo era su hija. Mi tía Piedad nunca se casó ni tuvo hijos, algunos rumoraban que ella era lesbiana, y aunque ví muchas mujeres entrar y salir de la casa, yo en medio de mi inocencia suponía que era para tomarles las medidas para un vestido o algo así. Aun así, tampoco me interesó demasiado saberlo. Mi padre, como ya te había dicho, fue un intelectual, un músico empírico que se ganó casi toda la vida siendo maestro de escuela. Su sueño era convertirse en uno de esos grandes cantores como Bienvenido Granda, Celio González, o al menos pertenecer a uno de esos grandes conjuntos. Pero no tuvo mucha suerte pese a que talento sí tenía. Quizás carecía de carisma, no obstante llegó a ser músico de sesión en diferentes grabaciones y llegó a tocar para varios solistas famosos de música popular. También participó en varios festivales pero casi nunca ganaba. Ya cuando cumplió mas de 30, fue desanimándose y se dedicó de lleno a la docencia. Allí fue donde conoció a mi madre, una chica de 17 años, que en sus clases de coro se destacaba por su hermosa voz. Mi madre quedó fascinada por su profesor, su inteligencia y su gran caballerosidad, y mi papá se dejó cautivar de la belleza y su talento prometedor. A mi padre lo despidieron de su trabajo por dejar embarazada a una de sus estudiantes. Fue todo un escándalo, tanto así que cuando en otras instituciones educativas revisaban sus antecedentes, no le vinculaban porque su nombre trascendió de manera infame. Sin embargo buscó la forma de hacer frente a la responsabilidad, tocando en bares, eventos y serenatas acompañado de su joven estudiante embarazada, quien luego de dar a luz se convirtió en mi madre. En esa etapa del embarazo y los primeros años de vida no les fue tan mal, los contrataban con mayor frecuencia y los colegas del gremio de artistas y educadores cercanos a mi padre les colaboraron mucho. Pudieron haber sido un gran dúo como el de Celina y Reutilio o Ana y Jaime. Lucharon por conseguir un contrato musical, grabaron un demo que aun conservo aunque no tenga el equipo para reproducir esa clase de cintas. En aquella época Medellín era la ciudad donde estaban los sellos discográficos y estudios más prestigiosos, como: Fuentes, Victoria, etc. Hasta que en una fiesta en el Hotel Nutibara donde mis dos padres se presentaron, alguien se acercó a mi madre ofreciéndole un jugoso contrato, y la condición era que se separara de su compañero ya que con éste se estancaría. Mi madre siendo joven e ingenua aceptó irse con el empresario, con el cual más tarde se casó y dónde sólo consiguió con él ganarse la vida en una orquesta de planta que ambientaba fiestas en un club. Nada mal le iba, pero nunca fue más allá de sus aspiraciones originales como por ejemplo llegar a ser una Claudia de Colombia o más aun, una Rocío Dúrcal. Mi padre, siendo un hombre bueno y noble, recibió esa traición con resignación, pero por lo que sí peleó fue por quedarse con la potestad de la pequeña Mery, no tengo idea por qué me llamó así y nunca le pregunté, más allá de que me guste mi nombre o no, al menos es corto y fácil de escribir. Su hermana Piedad, mi tía, fue quien se solidarizó con él para la crianza. Yo la quise mucho, ella era la que me mimaba, me regañaba y fue quien desempeñó el verdadero rol de madre. Mi otra madre, seguramente tenía sus sueños, ella no quería ser la mamá de nadie, le pareció frustrante la idea de vivir solamente para criar un hijo, aunque tampoco quiso desprenderse de mí. Su esposo, el empresario, quiso darme su apellido y llevarme a vivir con ellos, pero mi padre luchó incansablemente en contra de ello y yo elegí quedarme con él. Ya estando más crecida, mi madre iba a visitarme o a llevarme con ella a pasar el fin de semana. En cada una de esas ocasiones me llevaba muchos regalos: Muñecas, peluches, juegos de mesa, libros de cuentos, lápices para colorear. Eran encuentros muy tristes, a mi mamá le entristecía que yo fuera fría con ella, pero yo lo era por timidez, ella creía que lo era por rencor, y cada vez que me entregaba uno de esos regalos y buscaba la forma de yo apegarme a ella, terminaba siempre llorando diciéndome: ´Hijita, perdóname´”.
Las lágrimas comenzaban a asomarse en los ojos de Mery como si se resistieran su descenso, luego suspiró para tranquilizarse y continuó: “Con los años me fui aferrando más a mi papá y a mi tía, a pesar de que éramos una familia trabajadora humilde, me dieron una niñez muy feliz y llena de amor. Amaba tanto a mi viejito, cuando me enseñaba entonación sentía como si fuera un juego, componía canciones con letras de cuentos para que yo los cantara. No teníamos televisión, y yo no tenía hermanitos ni amigos, y mi papá, a quien le tocó lidiar varias veces con el desempleo, pasaba la gran parte del día jugando conmigo, también ayudándome a hacer tareas. Gracias a él aprendí a leer a los 4 años y me ponía muy triste cuando se iba por las noches con su guitarra como merendero, le rogaba que me llevara con él, por eso quise aprender a cantar y a tocar para acompañarlo, aunque a veces le resultaban contratos como profesor de música en escuelas y fundaciones que no pagaban muy bien, pero aun así, con o sin dinero yo lo quería mucho. Cuando mi madre se enteró que estaba aprendiendo guitarra y que ya cantaba en las presentaciones del colegio, me regaló esta guitarra, la compró con todos sus ahorros. Pudo haberme comprado una guitarra más sencilla y barata, pero compró la mejor guitarra que se pudiera conseguir en ese entonces. Recuerdo lo demacrada y achilada que estaba mi mamá en ese entonces, ella tenía sólo 33 años, muy joven, pero ya se notaba envejecida y descuidada. Hacía de todo para reconquistar mi amor de hija, pensó que con regalos de alguna manera lo iba a lograr. De alguna manera yo también la amé, pero sus ausencias no fortalecieron mi vínculo con ella”.
“¿Dónde está ella ahora?” Pregunté yo.
“El esposo de ella, el empresario quebró a finales de los 60, además sus vicios y excesos no lo hicieron un buen esposo ni buen padre, mi madre terminó siendo cantante de eventos sociales y de antros. Algunos dicen que se suicidó, otros dicen que murió por enfermedades relacionadas con el alcoholismo, el hecho es que ya no está. Poco tiempo después fue mi papá quien se fue a los 62 años a causa de un cáncer. Yo fui su enfermera en sus últimos días y después de que él se fue, mi amor por la música comenzó a decaer. Asi que me dediqué de lleno a ayudar a mi tía en su modistería. Después de ello me presenté a la universidad, donde formé con mis compañeras un grupo de rock, pero tampoco quise llegar muy lejos con éste, me marché de la banda y de la universidad, fascinada ante la proposición de matrimonio de mi señor ingeniero y bien, el resto es otra historia”.
De repente irrumpió Isabel en el cuarto, quien durante toda nuestra agradable y emotiva tertulia musical con Mery se la pasó hablando por teléfono con su novio mientras preparaba algo en la cocina.
“¡Cómo cantan de lindos los dos tortolitos!, pero bueno hagan el favor de pasar a la mesa que la comida ya está servida”.
Isabel era quien se las arreglaba en la cocina. Tanto Mery como Francisco trataron de convencerle para que estudiara alguna ingeniería o alguna otra ciencia, pero lo que ella eligió fue estudiar en una escuela de Chefs, quería ser experta en comida internacional, de hecho con parte del dinero de la herencia que les dejó la tía Piedad, ella tomó la parte que su madre le guardó y empezó con su novio como socio, un pequeño negocio de Crepes cercano a una unidad residencial del centro de la ciudad.
“Mi mamá nunca aprendió a cocinar, tuve que meterme en esto porque ya estaba mamada de pedir todos los días pollo y pizza a domicilio”. Decía ella a lo que Mery le respondía:
“¿Y no te acordás de las sopitas y los fideos que te hacía, malagradecida?”.
Después de la cena, Mery me enseñó su colección musical, varios discos de acetato distribuidos en la repisa de un torna mesa en buen estado, en donde se encontraban títulos rock como The Beatles, casi toda la colección, Pink Floyd, Genesis, King Crimson, Supertramp, otros de Rythm and Blues y Soul con títulos como Rose Royce, Stevie Wonder, Earth Wind and Fire, y algunas músicas del mundo como Astrud y Joao Gilberto, Ella Fitzgerald, George Gershwin y Nat King Cole; algunos Cds de Jazz y Música clásica; y en su menos numerosa colección de Cds, algunas colecciones, donde había títulos recientes como Jamiroquai y Portishead.
Permanecí allí hasta las 11 p.m. escuchando canciones y planeando qué tipo de número íbamos a tener para tocar juntos, aunque a ella no le interesaba tocar en bares ni en buses, ella quería una especie de tertulia entre amigos estilo celebración de nochebuena, entre colegas como diseñadores, modelos, periodistas, actrices que eran sus clientes habituales y que habían impulsado importantemente su marca. Pero de ese arreglo, en el cual nos dejamos algunas tareas puestas hablaré después.
Isabel me acompañó voluntariamente hasta la salida del edificio para indicarme dónde podría conseguir un taxi. Yo no tenía dinero pero les dije a ellas que sí tenía, pero dudo que me hayan creído, tampoco podía estar dándomelas de pobretón todo el tiempo ante ellas, y más aun llevando entre mis brazos, una caja con productos para el hogar que la misma Mery me regaló. Mientras esperábamos el taxi, Isabel me agradeció por el rato que compartí con su mamá, al principio no entendí por qué lo hacía, hasta que me dijo: “Se la pasa deprimida y malhumorada casi todo el tiempo, a veces ni habla, se encierra en su cuarto y la he llegado a escucharla llorando, otras veces se emborracha escuchando música y me deprime verla ahí desparramada en el sofá durmiendo su rasca, que hasta a veces creo que algún día me va a amanecer muerta, es primera vez en mucho tiempo que la veo tan contenta en casa, sé que mi mamá a veces te trata como un hijo y no sé si sientes como si ella te estuviera cuidando, seguramente debe ser alguna transferencia que ella debe sentir con relación Marcos, mi hermano, no te pido que la mires como una madre, pero al menos como amiga quiérela y cuídala, tú coincides en muchas cosas que le gustan a ella, ojalá vuelvas más seguido, sinceramente me caíste bien”. Decía ella hasta que le gritó a un taxi que pasaba por la esquina cercana al edificio donde ellas vivían. El taxi retrocedió y se estacionó frente a nosotros. Ella se despidió de mí dándome un beso en la mejilla y las gracias. Cuando el taxi llegó al lugar de Prado Centro donde yo vivía, le pedí que me esperara un momento, que necesitaba ir al cuarto por dinero. El pago de la carrera dejó seriamente afectadas mis finanzas, pero afortunadamente ya había cenado y tomado merienda, por lo que pude dormir bien, escuchando mis programas culturales de radio durante toda la noche hasta el amanecer.

Llegó el jueves de esa misma semana, el día anterior, la casa de banquetes me llamó para que cubriera dos eventos para ese fin de semana, uno el sábado y otro el domingo, necesitaba un corbatín que más tarde fue la misma Mery quien ayudó a conseguir, ya tenía la camisa blanca de manga larga y pantalón de paño negro, bueno era azul muy oscuro que de lejos parecía negro, también se necesitaba un chaleco de paño que acompañara el uniforme y que la misma casa de banquetes me facilitó, cortesía de su departamento de objetos perdidos. Pero más tarde hablaré de mis casi irrelevantes aventuras como mesero de etiqueta.
Era Jueves, 12 de diciembre y aun faltaba un día para la quincena, ya sólo me quedaban unos cuantos pesos de todo mi presupuesto con el cual decidí comenzar mi vida aparte. Decidí ir nuevamente a pie desde el trabajo hasta mi lugar. Los tenis ya se me estaban desgastando, y mi armario, aunque aun conservaba suficientes mudas para todo un año, lo comenzaba a ver limitado. Mientras andaba mi camino comencé a sentir una inusual fatiga, siempre había sentido tener una condición física privilegiada, pero en aquella ocasión sentí una necesidad inminente de sentarme a descansar. Aun seguía en el centro de la ciudad, ya había pasado por Sandiego, subí por El Palo, ya había pasado las Torres de Bomboná, lo cual lamenté ya que hubiera sido el lugar ideal para sentarme a descansar un poco y no en esos lugares expuestos del centro donde la inseguridad podía olfatearse. No obstante, logré sentarme en un pequeño andén ubicado en el perímetro de lo que más tarde se llamaría “Zona Fucsia”. Por un momento pensé cómo me vería a ojos de cualquier transeúnte estando allí sentado, seguramente me vería como un nuevo indigente, o por mi apariencia parecería más bien un drogo novato, lo que por un momento me hizo sentir un poco de vergüenza, así que me puse de pie del lugar, y un individuo que estaba al frente mío a la orilla del mismo andén y que se encontraba dándome la espalda mientras conversaba con alguien de una moto, por fin se dio vuelta después de que el motociclista se despidiera y arrancara en su vehículo. “¿Cómo?, ¡Parsons!, ¿Vos acá?”. Dijo él dirigiéndose a mí. Se trataba “Ricardo”, alias Chucky, le decían así por el famoso personaje de las películas de terror. En mis años de colegio, ´Chucky´ trabajaba en una compraventa de discos y CDs en el Paseo de la Playa. En aquella época yo me ahorraba el dinero que me daba mi padre para comprar CDs y hacer mi propia colección musical. Después de un especial de una emisora de la época llamada “El Mundo Diners”, quien en ese entonces pasó un ciclo de The Alan Parsons Project y haberlo capturado en mis cassettes, quedé fascinado con su música. Una vez fui a “Loliar” a la tienda de discos de Ricardo alias Chucky, y al preguntarle que si tenía música de The Alan Parsons Project, me sorprendió enseñándome como nueve de sus trabajos, con unas carátulas bastante atractivas. Empecé a visitarlo cada mes después de terminar el ahorro para comprarle un CD de The Alan Parsons Project. Le compré 11 trabajos de dicha banda durante el tiempo en que lo visitaba en su almacén. Hasta le llegué a encargar 2 álbums por catálogo, se podría decir que conseguí casi todos los álbums de The Alan Parsons Project gracias a él, excepto el Ammonia Avenue que hasta el sol de hoy sigue faltando en mi colección. Ahora ya sabrán por qué me llamaba “Parsons”. Pero regresando a la escena donde él me saluda en la calle junto al andén donde me senté a descansar le respondí: “¡Eh, Ricardo! (Nunca le llamaba Chucky), ¡qué más hermano!, te fuiste de La Playa y me quedé sin con quien tertuliar”.
“Sí parce, me acuerdo que nos quedábamos horas en el local hablando de superbandas de rock y películas, escuchándonos los temazos, hasta usted terminaba ayudándome a cerrar el local”. Recordaba él.
“Y qué, ¿Qué fue de tu vida, a qué te dedicás ahora? Pregunté.
“Viejo, aquí administrando el chuzo que montamos un socio mío que vino de la USA, el mancito ese de la moto, con quien yo estaba conversando hace un ratico ese es. Vení entrate pa´ que conozcás el chuzo”. Me pidió él.
El negocio era justamente el local en cuyo frente estaba el andén donde me había sentado. Miré el aviso en la entrada del bar y con sorpresa leí su nombre: “Comics´ Bar”. Sí, era el mismo lugar del cual me llegaron a hablar Holanda y Aaron y que también lo mencionaban en los Morning Shows de la radio juvenil de la época.
“No hombre Ricardo, yo no traigo plata, de pronto paso mañana que es quincena”.
“Dejate de huevonadas ome Parsons, ¿No ves que te estoy invitando?, entrate a ver”.
Cuando escuchaba del Comics Bar, yo me imaginaba un lugar como esas discotecas de la 70, donde hay gorilas en la entrada requisando, o como uno de esos antros gigantezcos como Mangos o Templo Antonia. Pero no, era un lugar más bien pequeño, más o menos como el bar del Porfirio, pero con un ambiente más de culto. Sus paredes estaban forradas con afiches y páginas de cómics ampliadas y distribuídas desprolijamente, éstas mostraban superhéroes y personajes famosos de las tiras cómicas, donde se podían ver desde héroes de Marvel, DC y otros cómics como El Fantasma de Lee Falk, Tin Tin, Asterix, etc. además tenía una hemeroteca con una amplia colección de comics donde era difícil hacerse a un campito. Sus mesas que también estaban forradas y plastificadas con páginas de revistas de cómics y en el centro de ellas había había especie de cilindro de cartón que parecía florero, pero donde colocaban enrolladas la carta-menú del lugar y tres ejemplares de revistas de historietas para hojear. La música de fondo era rock muy independiente: Tindersticks, Morphine, Björk, The Go-Betweens, The Smiths, Leonard Cohen, Tom Waits… Que fue lo que sonó mientras estuve allí aquella noche. Al revisar la carta me divertí un poco leyendo los nombres de los cocteles: “Batman”, “Wolverine”, “Superman” (No tenía nada que ver con el Superman de ´Monsieur Le Coctail´ del Lleras), Wonder Woman (Que era el mismo “Mujer desnuda” con Vodka cerezas y limón que servían en Las Torres de Bomboná), y otros divertidos nombres más. Los clientes del lugar eran estudiantes con apariencia nerd, teatreros, profesores universitarios y algunos locutores de radio.
Chucky me invitó a un Coctel cortesía de la casa y nos quedamos hablando en la barra por más de una hora. Me habló de lo diferente que era su propuesta de bar, quien según él, no sólo era bar sino también centro cultural. Me invitó para la noche siguiente que tenían programado un conversatorio sobre la novela policiaca, la novela noir, el thriller, su evolución literaria y su llegada a la pantalla grande a cargo de un profesor de filosofía de la UdeA, y que el sábado iba a tocar un trio también de la UdeA, pero de la Facultad de Artes, un compilado de canciones de música protesta y trova cubana y me enseñó los volantes con que divulgaban dichos eventos.
“¿Ustedes también tienen una banda de planta, no es así?”. Pregunté yo.
“¿Banda de planta?, a duras penas puedo pagarle a los que me colaboran atendiendo la clientela y limpiando, ¿De dónde voy a sacar para pagarle a 5 mechudos, bien caro que cobran?”
“No sé si vos lo conocés, creí que trabajaba acá, se llama Aaron, un guitarro más bien tesito”. Preguntaba yo.
“Ah sí, ´Papo´” Recordó él su apodo que yo ni conocía. “No sabía que vos también eras parcero de él, el mundo es un pañuelo. A ver, lo que pasa es que ´Papo´ quería hacer un grupo de covers de clásicos de los ochenta, el man me garantizaba que eso iba a traer más clientela. Yo no tengo ningún problema en que algún artista toque aquí su música no importa cuál sea él género, o que algún intelectual venga a proponer aquí un conversatorio o conferencia, o que algún cuentero o teatrero nos haga aquí alguna presentación, este lugar es para eso, pero lo que el Papo quería era que cobráramos cóver y que les diéramos un salario a cada uno de sus músicos con prestaciones y todo eso. Aquí nuestra premisa es la donación voluntaria que se le sugiere a los clientes, ese es el pago que le podemos dar a nuestros colaboradores porque no nos da pa´más, esto no es el Hard Rock Café”.
“¿Y qué se necesita para tocar acá?”. Pregunté yo.
“Pues primero que todo se necesitan ganas”. Respondió él.
“¿Y hay que pasar algún filtro?, ¿Hay que audicionar?”
“Jajaja, ay Parsons, ¿Vos qué creés que es esto?, ¿Un estudio de televisión?. Parce, esto un lugar de amigos, aquí no hemos audicionado a nadie, y afortunadamente han resultado buenos artistas, es sino que venga, diga de qué se trata, qué va a presentar, y lo agendamos”.
“Es que tengo un dúo, yo toco la guitarra y en la voz me acompaña una cantante de experiencia, muy buena”.
“¡Wow, Mr. Parsons!, ¿Vas a venir aquí con tu Project?, Mire, si quiere, lo programo para dentro de quince días, acá tengo planta de sonido, amplificadores, guitarra, bajo, batería no tengo pero se la puedo conseguir, lo que usted necesite”.
“No, más bien déjelo para... (Pausa para mirar el calendario) el 16 de Febrero, es que necesitamos ensayar, no quiero salir aquí con algo bien peye”. Dije yo.
“Como diga usted, señor Parsons”.


3 comentarios:

Christophe dijo...

Poniéndome al día con mi Reader, siempre muy agradable leer y volver por acá don Disco Stu.

Cristian dijo...

Siempre me ha interesado mucho el mundo de las historietas, y disfruto de leer diferentes revistas cada vez que puedo. Por esa pasión, estoy todo el tiempo en internet, buscando nuevos elementos para leer. En mis domicilios medellin me la paso leyendo nuevas historietas que compro

Disco Stu dijo...

Aunque el énfasis respecto a las historietas en este escrito es más bien pequeña y anecdótica, para mí son una gran inspiración. Gracias por leerme.