jueves, 30 de agosto de 2012

LA MERY JAIMES (9no Acto: "Canta algo para mí")


Despertar un día en un lugar diferente al dormitorio que se ha tenido durante toda una vida deja una divertida sensación de ser el mismo lugar de siempre, y la mente se programa a encontrar todo aquello que se acostumbró a ver a su alrededor en cada nuevo despertar. Eso mismo ocurrió el primer día en que amanecí en mi nuevo dormitorio, al despertar por la mañana con la jaqueca y el pequeño mareo producido por lo que estuve tomando el día anterior, un olor diferente al habitual olor de la casa donde vivía con mi familia un día atrás, me hizo percatar que era mi primer día como hombre independiente en un lugar diferente.
A pesar del malestar, no consideré buena idea quedarme allí haciendo nada mientras iba haciendo tiempo para reponerme un poco e ir a trabajar con Mery después del mediodía, contrario a eso me levanté a las 7am, a buscar el periódico, tratar de desayunar, mirar la páginas de empleo, ir a llevar una hoja de vida e ir a comprar algunos utensilios personales para antes de la hora del almuerzo. Tuve mucha suerte aquel día al encontrar un anuncio donde ofrecían un trabajo a medio tiempo los fines de semana que era justo lo que necesitaba. Mi vida de hombre independiente necesitaba un ingreso adicional. Ese mismo día fui a esa casa de banquetes a llevar la hoja de vida, nunca había tenido experiencia de mesa y bar, pero allí tampoco lo sugerían como requisito. Recuerdo que el número telefónico que di fue el del negocio de Mery, ya que el lugar que había arrendado no tenía línea telefónica, así como también recuerdo que cuando fui a entregar la hoja de vida esperé una formal entrevista, pero lo máximo que pude conseguir fue que la recepcionista del lugar me recibiera el documento, lo archivara, me despachara y después, saliendo del lugar tuve una inesperada sorpresa cruzando la calle Perú con Mon y Velarde en el barrio Boston, me encontré con Holanda quien también se encontraba cruzando la calle pero en sentido opuesto, se veía de muy buena apariencia, cabello cepillado, llevaba una carpeta en la mano, quise que no me viera, pero ella ya me había vislumbrado desde la otra esquina antes de yo cruzar. Crucé la calle cabizbajo y cuando la sentí cerca fue inevitable levantar mi mirada, ella también me estaba mirando, yo simplemente la saludé levantando mis cejas y ella respondió simplente asintiendo y forzando una sonrisa, tampoco me esmeré en mirar atrás y averiguar hacia dónde se dirigía ella, traté de no darle demasiada importancia.
Ese mismo día ya por la tarde, después de hacerle una diligencia a Mery donde uno de sus proveedores, regresé a su negocio y Yuri me dejó un recado; se trataba de una cita a las 7:45 de la mañana del día siguiente en la casa de banquetes.
Me preocupaba el regreso a la casa, pues no tenía nada para servirme de cena, sin embargo, al llegar al lugar, mientras andaba por el pasillo rumbo a la puerta de mi cuarto, me encontré con la dueña, a la cual saludé y después de que ella me respondiera el saludo me dijo: “Si necesita algo de abajo es sino que me diga; tengo cerveza, gaseosa, parva, mecato… yo le hago una cuenta y arreglamos a final de mes”.
Gracias a ese ofrecimiento, logre cenar 2 pandequesos y una Malta, y la pasé bien escuchando programas de radio deportivos del a.m. hasta quedarme dormido.
Al día siguiente, mi viejo reloj pulsera digital comprado en un remate del centro sonó a las 6:15 a.m. Mientras me arreglaba para asistir a mi cita laboral, me di cuenta que me hacía falta una plancha y algún utensilio para dejar la ropa que me quitaba en la noche anterior, también me arrepentí de no haber dejado alguno de los pandequesos de la noche anterior para el desayuno. Al día siguiente traté de vestirme lo más presentable posible para causar buena impresión en la entrevista, y aunque la camisa de manga larga que iba a usar se veía ligeramente arrugada, la chaqueta me ayudaría un poco a solucionarlo. Me preocupaba tener que acostumbrarme a desayunar por fuera, sin embargo era sumamente importante para mí alimentarme lo mejor posible ya que mi delgadez estaba llegando a un punto grotesco, temía enfermarme.
Al llegar a la casa de banquetes, encontré no más de 15 personas, no hubo entrevista, simplemente una pequeña conferencia que luego se volvió seminario práctico, el cual duró un poco más de 2 horas, y dentro de las cuales estuve atento a los tips básicos de mesa y bar y servicio al cliente, y que iban a ser evaluados al final de la sesión. El instructor trató de hacerlo de la manera más didáctica posible, dividiendo los tópicos en cómo se debe hacer y cómo no se debe hacer. Recuerdo las espeluznantes historias de los accidentes que habían ocurrido con el samovar, la manera como se debe servir el champagne y otras cosas del protocolo que ya ni me acuerdo. Después de terminada la conferencia llegó la parte divertida; la práctica, dónde a cada uno nos ponían a hacer una prueba llevando botellas plásticas de 2 litros llenas de agua sobre un charol para que adquiriéramos la técnica y la destreza de un mesero, empezábamos con una, luego con dos y así sucesivamente. La idea era caminar con el charol, sosteniéndolo con una sola mano y no dejar caer ninguna botella y hacer el mejor tiempo. Pero antes de comenzar estas pruebas, al ponerme de pie y mirar el resto de la concurrencia, encuentro en los asientos de atrás a Holanda, quien también se encontraba allí asistiendo a la capacitación. El saludo entre ambos fue igual al del día anterior.
Al principio, el primer intento de cada uno fue accidentado, y me asombré al ver como yo, después del primer intento en donde dejé caer la única botella que llevaba, logré tomarme confianza y hacerlo impecablemente en las intervenciones posteriores, hasta lograr llevar 6 botellas de 2 litros llenas con una sola mano sin dejarlas caer. Holanda también lo hizo fabulosamente, despertando la admiración del instructor quién se asombró por haberlo hecho entaconada, y que por cierto, era la primera vez que la veía a ella luciendo zapatos de tacón. Después de terminada la sesión nos hicieron a todos los asistentes la no muy confiable promesa que rezaba: “Los estaremos llamando”. Yo no estaba muy seguro si iba a quedar, sabía que era un trabajo de temporada, y que por eso mismo era que no estaban reclutando meseros profesionales capacitados en el SENA, ya que sería un desperdicio estudiar tanto para simplemente cubrir unos cuantos eventos en la temporada de fin de año sin ser vinculados, por eso nos dieron esa capacitación relámpago, para convertirnos en mano de obra barata y efímera.
No pude dirigirle la palabra a Holanda, temía que ella me braveara después de lo grosero que estuve con ella la vez pasada, apenas pude despedirme de ella levantando mi mano desde lo lejos, y ella me correspondió de igual manera pero acompañando el gesto con una sonrisa que parecía sincera, y no forzada como la del día anterior, nunca antes la vi tan bella.
Después de almorzar, nuevamente con empanada y gaseosa, me fui a trabajar donde Mery. Cuando llegué al lugar, Yuri estaba a cargo de la tienda y al verme dijo: “Ah, mire, que suba donde Doña Mery que está arriba en el taller, que ella necesita decirle una cosita”. Me imaginé lo peor, nada más preocupante que el jefe te mande a decir. “Pasa a mi despacho, necesito hablar contigo”. Inmediatamente subí al segundo piso, y allí la encontré; cada día se veía más elegante comparada con la primera vez que la ví en donde sólo llevaba jeans, tenis, una franela, su cabello recogido y con cero maquillaje, por aquellos días ella ya usaba, conjuntos de una sola pieza, otras veces blusas y faldas, algunas largas, otras término medio y otras más cortas, éstas últimas las prefería usar con medias de licra de color oscuro, que le hacían ver atractiva pero no demasiado llamativa. Aquel día llevaba el cabello suelto, le había crecido un poco más los últimos meses, no llevaba las gafas puestas sino colgando de su cuello ya que eran gafas de esas que llevan un lazo en la montura. Se encontraba sentada en su mesa de trabajo que también la utilizaba de comedor, estaba almorzando algo que pidió a domicilio y al verme me hizo un gesto con su mano como diciéndome: “espéreme, yo termino de tragar”, después de eso dijo: “Mira, también encargué un almuerzo para ti, desempácalo y siéntate aquí para que comamos”.
“Ya almorcé” Respondí yo
“¿Qué almorzaste?”
“Una empanada y gaseosa”
“¿Llamas a eso un almuerzo?, a duras penas eso es una media mañana, ven siéntate por favor”. Decía ella con una calidez tan penetrante que era inevitable ceder a su invitación.
“Me da mucha pena, que esté gastando su dinero para alimentarme”. Le decía yo.
Luego interrumpió su comida, me miró fijamente y dijo:
“No mires esto desde el punto de vista superficial en que lo ves, yo sé que eres un joven que la lucha, que busca el camino funcional correcto y que tiene que trabajar duro para conseguirlo todo, esta vez soy yo quien te está ayudando en procura de tu bienestar. Quiero que aprendas a extenderle una mano a las personas buenas, para que algún día, cuando tú estés en mi lugar, no vaciles en tenderle la mano a una persona, así no te este pidiendo ayuda. Admiro la valiente decisión que tomaste de irte a vivir por cuenta propia, asumiste demasiados riesgos, no quiero que tu calidad de vida desmejore ni que tu salud tampoco. Irradias una bondad y un amor tan grande que podrías hacer feliz a muchas personas, quiero que aprendas a sacarla y que no se pierda dentro de tí. Alguna vez estuve en una situación similar a la tuya y si no fuera por un ángel que en su momento me tendió la mano, probablemente no estaría aquí teniendo la dicha de hablar contigo”.
No sabía si abrazarla o encogerme de hombros, y luego concluyó diciendo: “Bueno, mételo al microondas, come, para que empecemos y terminemos rápido, ah y no olvides llamar a saludar a tu mamá que aun debe estar pensándote mucho”.
Cuando Mery terminó de cepillar sus dientes yo aun no terminaba el almuerzo que ella me había encargado, pero después de hacerlo, ella regresó al taller para continuar sus labores de alta costura con la señora Ruby, pero mientras ésta última aparecía me animé a decirle: “Señora Mery, gracias por ser mi ángel, no sólo por lo mucho que me ha ayudado sino también por lo linda que es, un día de estos, haré algo por usted”.
Hizo una expresión de sorpresa en su rostro, y se sentó al frente mío preguntando de qué se trataría.
“No lo sé aun” dije yo “Puede ser invitarla a comer algo, brindar con un vino, y cantar algunas canciones, las que yo me sepa y usted se sepa, usted me ha dicho que en una vida anterior solía usted cantar y sería bueno escucharla, podríamos tocar algo a dúo”.
Sus ojos sin sus lentes seguían irradiando la misma alegría de una joven soñadora, luego acariciando suavemente mi mano dijo: “No sé qué tan bien estaré de voz hoy día, pero sería algo hermoso”. Pero justo cuando ella decía eso, la señora Ruby apareció haciendo un gesto de sorpresa como si hubiese irrumpido en medio de una situación romántica que a Mery también sonrojó.
El resto de tarde, fue una jornada laboral normal, donde remití envíos a distribuidores locales y de fuera de la ciudad, reclamé encomiendas, y luego terminé ayudándole a la silenciosa señora Ruby con la labor de embalaje y selección de productos para la distribución. Al terminar la jornada, comencé mi larga caminata desde El Poblado hasta Prado Centro, ya que era la única alternativa para hacer perdurar mi presupuesto hasta final de mes, o al menos para tener y comprar algo de comer por las mañanas. Mientras caminaba sobre la avenida el Poblado, sentí que uno de los vehículos que por allí normalmente transitaban, disminuía velocidad, a medida que se acercaba a mí hasta detenerse a mi lado. Se trataba nada menos que de el Renault Twingo color rojo de Isabel, la hija de Mery, aquel que su padre le había dado de regalo por sus grados de bachiller y que muy pocas veces se le veía a Mery conduciendo. A Mery casi siempre se le veía transportándose en una motocicleta Yamaha Cripton, según ella, se sentía mucho más hábil a dos ruedas que al mando de cuatro. La moto también llegó a pertenecer a su hija Isabel durante su época escolar y que se la cedió a su madre desde que comenzó a andar en el carro que le regaló su padre. Yo también utilizaba muy frecuentemente la motocicleta, si bien no sabía conducir carro, yo aprendí a manejar moto cuando mi padre me enseñó en la época en que él tuvo la suya, antes de que él terminara vendiéndola a causa de una de las tantas situaciones económicas críticas que a veces nos amenazaban, mi padre hasta me llegó a sacar la licencia como regalo de quinces, pese a la oposición de mi madre. Mery alguna vez tuvo la idea de hacerme renovar la licencia de moto para así no tener que gastar tanto dinero en pasajes y tiempo cada vez que me encomendaba alguna diligencia al centro de la ciudad o más lejos. Mery mantenía en su bodega un morral de cartero, para introducir en éste paquetes, objetos, productos o cualquier clase de envío que yo debía fletear. Bueno, regresando a la escena donde el carro de Isabel se detuvo a mi lado en plena Avenida El Poblado, éste abrió una de sus ventanas delanteras y fue Mery, quien desde el asiento de co-piloto se dirigió a mí de la siguiente manera: “Con razón usted sale como una flecha a la hora de salida, si sigue yéndose a pie”. No supe si tomarlo como sarcasmo o regaño, luego continuó. “No llamaste nada a tu mamá, hace un rato estuve conversando con ella, qué pecado, llamó a preguntar como estabas, yo le dije que bien, tienes que llamarla, ella debe estar pensándote mucho”. Yo solamente la escuchaba y asentía sin responderle, luego se bajó del vehículo para mover el espaldar de su asiento y así acceder yo al asiento de atrás (Para los que no conozcan el Twingo, éste es un vehículo coupé), me pidió que entrara, y yo sin mucha suspicacia accedí. La joven Isabel era quien estaba al volante. Isabel era una de esas personas extrovertidas que cuando te saludan por primera vez, se siente como si la trataras desde tiempo antes.
“Así que te conseguiste un apartacho para vos solito, uy qué solle”. Decía ella y luego continuaba como si creyese que yo necesitara de una voz de aliento. “Hágale pa´ lante que en esta vida a veces hay que cerrar los ojos y hacer lo que uno crea conveniente, ¿No te da miedo estar todo el tiempo allí solo?”.
“No, no lo sé, llevo pocos días allí instalado, no sé como iré a sentirme después”. Dije yo.
“Isa, él es un chico muy serio y reservado que no le gusta hablar mucho de sus cosas personales, trata de no molestarlo por favor”. Le advertía Mery.
“Ay má, yo no lo estoy molestando”. Decía Isabel, quien luego mirándome por el espejo retrovisor frontal me preguntó: “Sino dígame usted, ¿Lo estoy incomodando?”
“No, todavía no”. Respondí yo. Ambas esbozaron una sonrisa como reacción a mi respuesta sarcástica.
“Yo no es que sea metida”. Decía Isabel con su peculiar tono de niña gomela, el cual era tan exagerado que parecía como si estuviera imitando o burlándose de algún gomelo en particular: “Lo que pasa es que mi mamá vive a toda hora hablando de vos, parece como si estuviera tragada”.
“¡Isa por Dios!, ponele cuidado a la vía, mirá que allí hay un semáforo”. Interrumpía Mery con tono regañón.
“Relájese ´cucha´, everything´s under control”. Decía Isabel con su misma frescura habitual.
Isabel era una joven de rostro ovalado, cabello liso hasta los hombros, que por lo general lo llevaba suelto y partido hacia el lado izquierdo para darle notoriedad a una raya rojiza tinturada en uno de sus mechones de adelante que casi siempre tapaba su ojo derecho, su nariz nariz delgada un tanto alargada. Su forma de vestir era muy simple; casi siempre se la veía luciendo camisas tipo polo o chompas, jeans y tenis. Nunca se le veía luciendo, faldas, vestidos, tacones o zapatos destapados, tampoco le gustaba maquillarse, excepto las uñas de las manos en donde usaba barniz negro. Mery a veces se quejaba diciéndole a ella cosas como “Pareces un niño”, “Si tuvieras mejor gusto para arreglarte serías la niña más linda del mundo.”, etc.
En un principio yo pensé que ellas me llevaban para arrimarme hasta el centro por la Avenida Oriental cerca al Parque de San Antonio, como habían hecho en un par de ocaciones anteriores, pero tomaron el sentido occidente por la Avenida San Juán, en donde yo les dije que si deseaban podían dejarme allí, a lo que Mery respondió: “Es que quiero vengas con nosotras, necesito mostrarte algo”
“Vamos a secuestrarte y a violarte entre las dos”. Bromeaba Isabel.
“Ay Isa, él no está acostumbrado a tus bromas, así que respeta”.
“Sí, mami linda”. Respondía ella dulcemente para atenuarle el humor a su madre, quien parecía acostumbrada a su irreverencia.
La casa de ellas era un apartamento sencillo de dos habitaciones ubicado en el barrio San Joaquín.
Estando los tres dentro del lugar, Isabel encendió el televisor de su alcoba para escuchar las noticias mientras preparaba algo en la cocina y me servía algo de tomar. Mery se encerró en su cuarto para ducharse y cambiarse de ropa. Ya, cuando estaba lista me llamó para que fuera a su cuarto, el cual tenía un aroma agradable seguramente efecto de algún cosmético o crema que ella había usado. Se encontraba luciendo una bata de baño y su cabello ligeramente húmedo, sentada sobre su cama, aplicándose Vasenol sobre sus pies, me llamó la atención que su cama no fuese una cama doble.
“Mira la caja que hay allí,” Me dijo ella señalando un costao contíguo a su cama, “A Ruby y a Yuri ya les dí el aguinaldo y a ti aun no, si deseas ver qué hay dentro, puedes hacerlo mientras yo termino de echarme esto ya que esos zapatos de hoy me dejan los pies muy pelados”
Me incliné, abrí la caja y quedé muy sorprendido, allí dentro había una licuadora nueva, una mini-cafetera, una plancha y un tarro de Ensure.
“Uy, Mery, aquí sí no voy a ser capaz de aceptarle todo esto.” Dije yo.
“¿Entonces me vas a dejar encartada con todos estos artículos que ya los tengo aquí en mi casa?”. Preguntó ella.
“No, es que esto es demasiado costoso, me da pena que gastes tu dinero en mí cuando puedes estar privando de un buen regalo a Isabel”.
“Ay Dios mío, a Isa ya le compré su regalo, además a ella le va muy bien con su negocio en el centro, no necesita demasiado, de hecho ella aun vive conmigo es porque me quiere mucho y no es capaz de dejarme sola. Entonces ¿No te gustó el aguinaldo?”
“Claro que sí y te doy las gracias infinitas, simplemente es que siento mucho pena por lo detallista que usted ha venido siendo conmigo además yo nunca le regalo nada a usted” Me disculpaba yo.
“Mira, como ya estás viviendo solo, pensé que estos utensilios te iban a servir de mucha ayuda, por ejemplo la mini-greca es para que mantengas tinto por las noches, o calentar agüita para alguna aromática, y la plancha para que cuando te reconcilies con Holandita y quieran salir de nuevo, te pongas tu mejor pinta bien planchadita”. A veces Mery se ponía tan pesada como su hija, y luego continuó diciendo: “Y por último la licuadora es para que te puedas preparar un batido con leche en polvo y alguna bebida achocolatada o avena al desayuno, o también lo del tarrito, eso te ayudará a recuperar el peso que pierdes con tus largas caminatas diarias, imagino que debes tener los pies muy hinchados y callosos de tanto marchar. A ver, quítate los zapatos y déjame ver para aplicarte un poco de mi crema humectante”.
“¡Nonono!, mis pies están sanos y bonitos como los suyos, no se preocupe”. Dije un tanto horrorizado, por lo que ella se carcajeó diciendo: “Jajaja, cuando los hombres simulan no ser vanidosos”. Luego, colocó su pie derecho sobre mis muslos y dijo: “Tócame este costado de acá y notarás lo inflamado que está de tanto andar en botas y de tacones, yo tampoco es que tenga muy bien los pies como dices”.
Acaricié suavemente su pie con mi mano izquierda y con mi mano derecha me deleité con la suavidad de su piel en su musculosa pantorrilla.
“Pues yo no siento ningún tipo de protuberancia” Dije yo.
“¿Y en la otra parte de la pierna tampoco?”. Preguntó ella refiriéndose a mi otra mano que acariciaba su pantorrilla.
“Al menos no se perciben várices”. Respondí sarcásticamente prefiriendo quedar como cínico oportunista y no como tonto malicioso.
Luego, retirando su delicado pie de mis piernas, se dirigió a su armario donde trató de retirar un objeto más o menos grande con cierta dificultad.
“Quiero veas algo”. Dijo ella mientras extraía un viejo y sólido estuche de guitarra con rastro de stckers de aerolíneas, de esos que les pegan a los equipajes en los aeropuertos, donde luego desenfundó una vieja y bien conservada guitarra acústica de marca Admira y cruzándose de piernas, se ubicó en posición de tocar, me pidió que me sentara cerca de ella, mientras afinaba las cuerdas con una habilidad y rapidez sorprendentes. Luego comenzó a probar unos arpegios y corroborar la buena afinación, la guitarra tenía un sonido diferente y una resonancia más suave pero limpia.
“Esta guitarra me la regaló mi madre cuando iba a cumplir 15 años”. Decía ella. “Con ésta anduve medio país tocando en festivales de la canción con mi padre y gané algunos concursos escolares de la canción, mira, estas peladuras que tiene entre los trastes, revelan lo viejita que está”. Siguió acariciando las cuerdas intentando círculos armónicos o simplemente recordando alguna vieja canción.
“Para ti que eres todo un rockero”, decía ella sin para de tocar: “Quiero que identifiques esta canción, que fue por mucho tiempo mi canción N° 1, no recuerdo muy bien la letra, tampoco mi inglés es muy bueno, pero trataré de recordar y pronunciar lo mejor posible, sino, pues invento”. E inmediatamente dejó escuchar una voz arrulladora, que parecía no hacer esfuerzo alguno para sonar afinada y coordinada, y que entonaba cerrando sus ojos, como desprendiéndose de la realidad para mantener su concentración. Su forma de tocar hacían pensar que el arte de ejecutar la guitarra era el asunto más sencillo y natural de la existencia.
Do you want to be an angel, Do you want to be a star, Do you want to play some magic on my guitar?” Decían las primeras frases de las líricas de su desconocida pero hermosa canción en ingles, cuya pronunciación sonaba bastante clara para alguien que decía no ser buena para dicho idioma, pero si era una rockera de corazón, el idioma no debe ser un impedimento para cantar.
“Ahora, dime, querido sabelotodo cómo se llama y quién la canta”. Preguntó ella después de terminar su canción.
“No, ni idea, me suena familiar, pero no tengo la respuesta”. Respondí yo con humildad.
“¡Increíble!, cómo te vengo a corchar yo con este auténtico clásico, me siento decepcionada, estaba segura que la conocías, de hecho, tuve que desempolvar esta guitarra volver a aprender a tocar esta canción pensando que te iba a sorprender”.
“Y sí que lo hiciste, porque cruzaste la frontera de mi conocimiento y llegaste a los terrenos de mi ignorancia”.
“Ay esa forma de expresarte la tuya conmueve, te perdono la ignorancia, no todo el mundo conoce a Emerson Lake and Palmer”.
“Yo sí conozco a Emerson Lake and Palmer pero solamente “Lucky Man” y “C´est la Vie” Dije yo tratando de reivindicarme.
“Bueno, olvídalo”. Decía ella sin dejar de tocar la guitarra, me recordaba a Facundo Cabral cuando contaba sus historias en pleno concierto relatandolo siguiente: “Cuando era jovencita, tu mamá era mi mejor amiga en el colegio, yo era la niña más querida por los profes, por mi buena presentación, disciplina, modales, pero mis otras compañeritas me odiaban. Mi tía Piedad, tuvo que elaborarme un lindo delantal porque las otras chicas me tiraban cáscaras, regaban sus refrescos encima de mí uniforme, tiraban sus lapiceros descompuestos para arruinar mi uniforme. A tus tías también las molestaban mucho porque muchas decían que eran tontas, pero tu mamá, que era la mayor, y la chica más ruda del colegio le daba a esas abusadoras su merecido. Ella era de mi curso y se la pasaba castigada por eso. Una vez, gané un concurso de talentos en el colegio, después de ello hubo una convocatoria a un reinado de belleza intercolegiado donde se elegiría la jovencita más hermosa de todo Medellín, el colegio quiso enviarme como representante por haber ganado el concurso de talentos, lo que generó inconformidad y celos por parte de otras chicas, había un plan que consistía en recortarme el cabello y golpearme en la cara para no poder participar. Yo era una chica inocente y pacífica. Una vez estando en la tienda escolar tres chicas me acorralaron, y me llevaron a los baños, dos chicas me sujetaron fuertemente de los brazos, y Martica, tu mamá quien casualmente pasaba por allí para usar el baño vio la escena y una de las chicas le dijo que se largara, que sino le haría lo mismo a ella, por lo que tu madre agarró su suéter del uniforme, lo envolvió sobre el cuello de la agresora, y la haló y la arrastró por todo el piso del baño, las otras chicas que me sujetaban salieron despavoridas, tu madre me tomó de las manos y se la pasó escoltándome toda la jornada, yo le regalé una manzana como gesto de agradecimiento, luego ella fue expulsada del colegio porque tenía matrícula condicional debido a sus peleas anteriores, pero mi tía y yo intercedimos para que la reintegraran. Fuimos las mejores amigas, Martica fue como la hermanita que no tuve, por la tardes la invitaba a mi casa, hacíamos las tareas, jugábamos peinando las muñecas y con los retazos de tela que le sobraban a mi tía, les hacíamos vestidos nuevos, yo ya sabía manejar la máquina de coser en ese entonces, también nos acostábamos en una hamaca a leer revistas y escuchar radionovelas, y luego con mi guitarra le cantaba las canciones que mi papá me enseñaba, su canción favorita era la que yo más odiaba por su letra cursi y los aullidos que hay que hacer en los coros.y siempre me rogaba que la cantara.” Y Mery comenzó a cantar “La Malagueña”, donde quedé impresionado por su versátil técnica vocal, los falsetos del coro me enternecieron y erizaron la piel, podría rendirme a sus pies.
Era absurdo, creer que yo podía tocar con ella, se veía que era demasiado avanzada manejaba varias  posiciones de acordes que yo ní conocía, utilizaba punteos, rasgueos y arpegios tocando una sola canción, y tenía una voz que envidiarían las sirenas, mientras que yo era tan sólo un remedo de músico. Luego, sacándose su guitarra y poniéndola sobre mi regazo dijo: “Ahora, el momento esperado; canta algo para mí”.




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