sábado, 11 de agosto de 2012

LA MERY JAIMES (8vo acto: "A solas")

Mery y Francisco llevaban 12 años viviendo separados. Todo éste tiempo sirvió para que cada uno dejara de lado sus excesos y replantearan sus vidas de una manera más madura, ordenada e independiente. La actitud de Francisco en sus días más lánguidos de matrimonio se deterioró gracias a los diversos problemas y desventuras que le trajo el complejo mundo de la política, el alcohol y su inmadurez, así como Mery, su depresión producto del poco apoyo que su esposo le ofreció, su improductividad como ama de casa, a pesar de sus talentos y a esos impulsos emancipadores de mujer moderna. Después de su separación, Francisco la llegó a amenazar por haber sustraído dineros de su cuenta sin autorización, pero pasado un tiempo, Francisco fue tranquilizándose (Por un tiempo), sin dejar de estar distante pero presto en caso de que su esposa e hija necesitaran algo de él. El trámite del divorcio, no dejó de tener sus dificultades y contratiempos burocráticos, para los cuales tanto el uno como el otro no disponían de todo el tiempo del mundo, aunque al principio era más por la resistencia del señor Francisco quien decía: “Hasta que ella no me pague lo que me robó, no le daré ningún divorcio, para que siga dependiendo de mí y no pueda casarse con ningún otro pendejo”. En aquellos días, después de haber pasado toda esa tormenta, la actitud de cada uno fue de indiferencia pero de respeto y el divorcio aunque aun no estaba efectuado, entre ellos ya era un acuerdo simbólico. La concubina actual de Francisco, que no era ninguna cualquiera, influyó mucho para que él replantease su esquema de vida por el bien de su nueva familia.

En aquella época mi vida familiar también andaba en conflicto, creía que por mí trabajo mi familia me miraría con más respeto, pero no era así. Mis hermanos menores me miraban como un tonto grande y consideraban que yo les estaba ocupando parte del espacio que les correspondía a ellos, y mis padres decían que yo tampoco estaba aportando lo suficiente para la economía del hogar como para estar protestando por algo dentro de éste, y mientras estos conflictos transcurrían yo ya estaba yendo al campus universitario a revisar carteleras o muros donde se anunciara algún servicio de alquiler de piezas o apartaestudios, aunque estaba seguro de que mi capital no me daba lo suficiente para aspirar a un apartaestudio.
Irme de la casa aun no era una de mis prioridades, permanecer en un techo donde yo no pagara el arriendo y en donde sólo pagaba una parte, me daba más posibilidades para seguir ahorrando, no obstante si algún día era necesario partir, al menos buscaría la forma de lograrlo. Ese día llegó más pronto de lo imaginado; si bien ya venía pasando por situaciones incómodas como no poder escuchar música porque les hacía ruido a mis hermanitos que tenían que madrugar a estudiar o no poder leer hasta altas horas de la noche porque la luz encendida perturbaba el sueño de todos. Ya me había acostumbrado a ello, hasta que la copa se me llenó cuando un domingo por la mañana, donde acostumbraba salir a hacer deporte, encontré la gaveta vacía cuando iba a prepararme el desayuno, sólo encontré un poco de cereal para comer con leche, buscaba algo  que me diera algo de azúcar en mi cuerpo para comenzar mi trote matutino dominical. Quizás el incidente no habría ocurrido si hubiese ido a la tienda a comprar mi propio desayuno. A esa hora la tienda vecina a veces permanecía cerrada hasta el medio día debido a las bebetas que se armaban allí los sábados hasta altas horas de la madrugada. Al regresar a casa tanto mi mamá como mis hermanos, me recibieron con una solemne cantaleta: “Por qué le gastás la leche y los ´Kellogg´s´ a los niños, vos sabés que a ellos no les gusta comer ni arepa ni pan pa´l desayuno, vea, por su culpa ellos no fueron al entrenamiento de fútbol porque usted los dejó sin desayuno”. Decía mamá.
“Es que escóndale las cosas de nosotros a ese ´bobo grande acaba ropa´”. Dijo uno de mis hermanos.
Quedé estático y sin palabras para responder. Simplemente saqué de mi billetera los papelitos con direcciones y teléfonos de alquileres de piezas, tomé el teléfono y conseguí una cita para ese mismo domingo, y esa misma tarde visité uno de los lugares siendo uno por el sector de Prado Centro el lugar elegido, no por su belleza sino por su economía. No respondí preguntas cuando ellos me vieron empacando. Esa misma noche me les fui,pagando con mis ahorros el primer mes de arriendo por adelantado. Fue doloroso ver como ellos miraban con estupor como me marchaba, mis hermanos se disculpaban y me pedían perdón, mi madre trataba de persuadirme con lágrimas en sus ojos, pero si le daba reversa a mi decisión, menos en serio me iban a tomar de ahí en adelante. Cuando mi padre me siguió hasta la carretera escoltándome hasta subirme al taxi, su imagen parado en la esquina con sus pantuflas y pantaloneta y las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, devolviéndose cabizbajo a la casa, me partían el corazón.
El lugar donde comencé a hospedarme parecía una estrecha buhardilla de lo que antes fue una gran casona, el clóset era tan solo una barra de madera empotrada entre dos paredes en el espacio trasero sobrante del cuadrado que sobre el plano formaba el cuarto de baño. La cama era muy cómoda, era una cama doble yo la escogí, ya que el otro cuarto ofertado tenía una cama individual y me recordaba un catre de calabozo, la madera de la cama doble no era muy fina pero venía con colchón nuevo, se notaba que los cuartos de aquella vieja casa habían sido acondicionados recientemente para negocio de alquiler, aun se olía a pintura recién aplicada y los acabados del baño, que quedaba junto a la entrada eran bastante nuevos para lo antiguo de la vivienda. El lugar aunque pequeño era acogedor y económico, aunque creo que eso último se debía a que no tenía televisor, ya que los otros cuartos de alquiler, que no diferían mucho al mío, eran más costosos por tener TV y cable. Recuerdo ese primer día de estadía, donde el tiempo se me hacía demasiado largo y no podía dejar de pensar en la familia y la triste imagen de mi papá escoltándome, ofreciéndose para ayudarme con algunas de mis cosas que yo llevaba como las dos cajas embaladas con cabullas para tener de dónde agarrarlas y en las que llevaba mi música y literatura en una, y en la otra llevaba ropa y los 3 únicos pares de zapatos que tenía, y dos morrales uno de ellos colgando atrás y el otro por delante, uno de los morrales pertenecía a uno de mis hermanos, pero no me importaba, no le permití a mi papá que me ayudara con ninguno de esos pesados objetos, y el recuerdo de él yéndose cabizbajo hasta la casa después de yo haber conseguido un taxi, me seguía llenando de pesar. Si yo fuera un hombre rencoroso, vengativo y perverso, estaría riéndome malvadamente y disfrutando el triunfo de mi libertad, sintiéndome un dios, pero era demasiado sentimental y sensible, así que tuve una idea para olvidarme de ello así fuera por un rato. Fui a buscar alguna licorera, sin embargo Prado Centro un domingo al anochecer es un lugar solitario y algo tenebroso, no encontraba siquiera una sola tienda abierta para comprar alguna cerveza, de manera que me tocó bajar casi hasta Lovaina y lo único que encontré abierto fue una tiendecita de esa zona y con el dinero sobrante, noté que me alcanzaba para una caja de Moscatel de Uvas, pues no se conseguía Termidor por allá, pero subestimé el poder embriagador del Moscatel. Anduve de nuevo las desoladas calles de Prado Centro, de vuelta hacia mi nuevo lugar, con la usual paranoia de que por ahí saldría algún maleante a quitarme lo poco que llevaba, o simplemente meterme una puñalada porque sí. Pero no fue así, nadie se cruzó en mi fantasmal camino. Al llegar a casa, sentí una pereza apabullante para organizar los implementos del trasteo, pero aun así lo hice para distraer la nostalgia de estar ahora lejos de la familia, lo cual me sirvió para percatarme que olvidé comprar utensilios para el aseo, ya que mi cepillo de dientes, peine, desodorante, jabón, espuma de afeitar y prestobarba, los había dejado en casa de mis padres. “Bueno, mañana será otro día”. Me decía a mí mismo. Pero a penas eran las 8p.m. y no había nada que hacer. Quizás escuchar algo de música, no habiendo televisión, así que saqué mis cassettes y la vieja grabadora, ya que mis CDs, aquellos que con tanto sacrificio compré en mi época escolar ahorrándome las mesadas, se quedaron sin donde ser escuchados, ya que no podía llevarme el equipo de la casa, y en esa época, año 2002, los cassetes, empezaban a ser ítems de paleontología. Traté de poner algo fuerte como Heavy Metal, pero la tristeza que llevaba era nostalgia familiar, no despecho, intenté algo de New Wave, pero el sonido del sintetizador no era el adecuado para el confuso contexto. Finalmente intenté el cassette de Andreas Vollenweider que grabé de un programa de radio de la Emisora Cultural UdeA cuando pasaron en su programación habitual todo el álbum “White winds” y me alcanzó para todos los 45 minutos de la cara B, pues era un cassette de 90, que por el lado A tenía el “Pianisimo” de Suzane Ciani, grabado de la misma estación radial y programa, y al principio creía que el triste sonido del arpa de Vollenweider me arrancaría lágrimas, pero para evitarlo, me mandé a pico de caja un amplio chorrazo de Moscatel, pues tampoco tenía vasos para servirme y el corrientazo no me cayó nada mal. Pero seguía sintiéndome extraño, solitario, como si hubiese caído en medio de la nada, qué decepcionado estaba de mí mismo al sentir que la soledad me estuviera atormentado en un momento donde sólo llevaba un poco mas de una hora de independencia. Estaba perdiendo mi propio desafío.
Cuánto me hubiese gustado tener a alguien a mi lado en aquel momento, disfrutando de la música y el infame vino barato que estaba tomando. Deseaba que Holanda apareciera de sorpresa, pidiendo perdón, borrón y cuenta nueva, y yo no sólo la perdonaría sino que la tomaría en mis brazos, la descargaría delicadamente sobre el suave colchón de resortes, la desvestiría lentamente y ya desnuda la besaría de pies a cabeza. No sabía qué carajos me estaba pasando, era la primera vez que tenía ese tipo de fantasías con ella, pues como ya había dicho, Holanda no era muy agraciada físicamente, a primera vista podía verse fea, nunca la había encontrado sexy; era escuálida, pechiplana, sus nalgas no esculpían un cuerpo curvilíneo ni voluptuoso, llevaba cabello ondulado oscuro muy largo, que debo confesar me encantaba, y un rostro juvenil estropeado por algunos brotes de acné, cejas sin depilar pero no demasiado abundantes ni pobladas y gafas de marco grueso que sin ellas podía verse irreconocible. Su forma de vestir parecía anticuada, pero tampoco se le veía mal, aunque varias veces también andaba de jeans y tenis, sin embargo a Holanda se le encontraba un encanto que podía hacerla muy querible, su ternura y su encantadora sonrisa que embellecía radiantemente su rostro. Quise llamarla, pero no tenía teléfono en el lugar.
Qué afortunado me sentí cuando la música de Vollenweider empezó a sonarme agradable, ya la pesadumbre familiar se estaba mitigando, pero me sentía patético, escuchando música y tomando sin estar haciendo nada más, no sabía siquiera hacia dónde mirar. El cuarto del inquilinato aquel era toda una celda. Cuánto me hubiera gustado también en ese momento hablar con Mery Jaimes, compartiendo historias, o hablando de música, hasta trataría de animarla a que cantara algo, ella me había dicho que tuvo una etapa de su vida donde tocó música, pensaba que sería interesante escucharla alguna vez, lástima no tener instrumento musical para proponerle tocar algo juntos.
De uno de los morrales logré sacar uno de mis cuadernos de apuntes, donde guardé la foto escolar del álbum de mi madre, no tenía idea por qué la sustraje del álbum de sus  fotos de juventud, trataba de no entender mi extraña fascinación por la chica que aparecía en el costado inferior izquierdo de la foto, así que tuve una idea; saqué un lápiz del morral y mi bloc de apuntes, luego me senté en el escritorio que le daba al cuarto un aspecto de sala de estudio y poniendo en práctica lo que alguna vez aprendí en un taller de dibujo manga,en aquella época donde era asiduo visitante de las bibliotecas y no me perdía ningún taller o evento cultural que allí programaban, intenté hacer una muñeca manga con la pose de la joven Mery en la foto. La música de Vollenweider, y de Ciani, ayudaron mucho en mi concentración y me asombré de mi propia habilidad para dibujar la estructura, para luego rellenarlo con los trazos de su silueta corporal y pliegues de su vestimenta, me encantó delinear sus manos delicadas de dedos alargados, que en ese entonces, a sus 46 años eran unas manos más venosas, seguramente producto de su labor manual constante, y su rodilla derecha que en la fotografía era la única piel visible de sus piernas ya que sus pantorrillas aparecían forradas por sus medias altas y sus muslos cubiertos por los pliegues de su falda escolar, sentí deseos de tocar o besar esa rodilla, sólo pude dibujarla hasta el cuello, su cabeza permaneció como un óvalo vacío de la estructura original, nada mal me quedó, quise dibujar el rostro y el resto de su cabello con el estupendo mechón lago callendo desde encima de su hombro derecho, no necesariamente tenía que quedar igual, simplemente que se viera bonita, pero ya me había vaciado casi el 80% de la caja de Moscatel de Uvas y ya estaba ebrio, temía dibujarle un rostro que al día siguiente encontrase feo por culpa de mi pérdida de reflejos causada por el etanol, así que decidí vaciarme el resto del vino y dormir plácidamente.
Para el otro día tenía pensado levantarme temprano a buscar un trabajo adicional pensando en lo difícil que me sería pagar los meses de arriendo del lugar incluyendo los gastos adicionales, pero aun estaba algo mareado y con dolor de cabeza, sin embargo tampoco quería quedarme allí haciendo nada, así que me duché y salí a comprar lo que necesitaba, incluyendo el periódico para revisar la página de empleos y sopresivamente hallé un aviso donde solicitaban personal joven con o sin experiencia, para trabajar en banquetes para temporada de fin de año, recuerdo que el desayuno me entró con dificultad mientras llenaba en esa misma cafetería un formato Minerva de hoja de vida, y pegarle una de las fotos sobrantes de mis anteriores búsquedas de empleo que por fortuna tenía aun en mi billetera, pero más adelante hablaré de la inesperada sorpresa que tuve cuando fui a llevar la hoja de vida a la tal casa de banquetes.
Después del mediodía, el malestar producido por el Moscatel de la víspera, ya no era tan fuerte y almorcé con una empanada argentina con gaseosa en el Versalles, para luego ir a Palacé y tomar el bus del Poblado hacia el trabajo. Al llegar allí encontré a Mery con el teléfono al oído, estaba tomando un pedido, pero cuando me vio llegar, abrió los ojos como si acabara de ver un fantasma, que de inmediato se despidió de su cliente en la línea y dijo dirigiéndose a mí: “¡Dios mío!, ¿dónde has estado?, tú mamá ha estado llamándome desde anoche, está muy preocupada, se la ha pasado llorando”.
Nuevamente sentí esa vergüenza que me hacía dar mi madre al contarle a Mery todo lo que ocurría en la familia, pero no respondí nada para evitar ser grosero, Mery me tomó de las dos manos como si fuera a bailar conmigo, pero en realidad me estaba llevando hasta los bancos donde las clientas se probaban los zapatos, para sentarme allí y hablar conmigo.
“¿Estás bien?” Preguntó.
“Eso creo”. Respondí sin mirarla
“Quiero ayudarte”. Dijo ella mientras el teléfono sonaba. Era mi madre, Mery me llevó el inalámbrico (Al final logró consueguir inalámbrico para el negocio) hasta donde yo estaba.
Mi madre en la otra línea se disculpó por el incidente del día anterior, se tranquilizó al saber que estaba bien, me hizo el cuestionario acerca de cómo me mantendría yo allí, quién me iba a lavar la ropa, planchar, hacer el almuerzo, pero sólo le respondí que todo iba a estar bien. Después de terminar la conversación con un conmovedor "Dios me lo bendiga y no me lo desampare", aguantándome las ganas de llorar, Mery regresó a recibirme su teléfono inalámbrico y se sentó nuevamente al frente mío, haciéndome las mismas preguntas que me hizo mi madre por teléfono pero con un lenguaje más técnico, quería ayudarme a hacer un presupuesto, y hasta empezó a tomar nota en su agenda de apuntes, donde podía leerse: Presupuesto mensual, arriendo, alimentación, aseo personal, transporte, otros, y cuando quería proseguir haciendo ese balance de lo que se me podía ir en dinero en un mes, al notar mi incomodidad, y expresión de tristeza, interrumpió y preguntó: “¿Quieres que lo dejemos para otro día?”. Sólo pude responder asintiendo sin mirarla. Luego, arropó mi mano entre las suyas y empezó a consolarme: “¡Ánimo¡” decía ella “En algún momento de nuestras vidas tenemos que irnos del hogar a hacer nuestras propias vidas, al principio es difícil, puedes contar conmigo, recuerda que no soy solamente tu jefa, soy tu amiga”.
Luego, yo izando su mano que en ese momento aun seguía sosteniendo la mía, la llevé hasta mis labios para besarle sus nudillos.
“Gracias Mery”. Dije yo por fin mirándole a los ojos. Ella sonreía tiernamente, parecía como si le pareciese un gesto dulce lo del beso en su mano, pero permaneció en silencio, su rostro se veía precioso, pero ese pequeño silencio me estaba poniendo nervioso, hasta que de nuevo rompí el breve silencio.
“A propósito Mery...”
“¿Sí?”
“¿Tienes algo que me pongas a hacer hoy?”. Pregunté.
“Sí, bastante”. Respondió ella.

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