viernes, 13 de julio de 2012

LA MERY JAIMES (7mo acto: "La Paga")


Varias veces, en algún descuido de mi madre hojeaba el álbum fotográfico de sus años de juventud, para ver el ya mencionado retrato de grupo donde Mery Jaimes aparecía entre sus compañeras de clase. El grupo en la foto era de 25 alumnas, divididas en dos hileras laterales de  9, dentro de las cuales se incluía la profesora, y una fila superior de ocho estudiantas del Colegio Eucarístico del Barrio la Milagrosa. Las de la hilera superior  se encontraban de pie, sobre una grada de la parte de atrás, las de la hilera intermedia, en donde estaba la profesora en un costado y mi madre en el medio, estaban paradas a ras de suelo, y las de la fila inferior sentadas sobre algo que parecía una banca de capilla, todas cruzando uniformemente su pierna derecha sobre la izquierda, todas en una aparentemente forzada pose de semi-perfil. Mery Jaimes era la primera de izquierda a derecha, su cruce de piernas aún era idéntico al de la vez que hablamos de Holanda en su taller, con el pie de apoyo recostado lateralmente, para mecerse mientras estaba sentada. Que linda se veía con los mechones de su entonces laguísimo cabello cayendo como cascada sobre su hombro derecho,  y un pequeño lazo en su cabeza de color blanco, según la foto a blanco y negro, que no se alcanzaba a distinguir muy bien si era un lazo o diadema. Su joven rostro lucía una sonrisa de labios, y esa mirada profunda y cautivante que a ratos le notaba en los momentos actuales en que ella quería preguntarme algo que no tuviera que ver directamente con las tareas del trabajo. En mis primeros años de adolescencia fue una imagen idealizada como el arquetipo físico imaginario de cómo sería la chica ideal deduciendo que su belleza externa era el complemento exacto de su posible dulzura y bondad interna, pero cada día se engrandecía más mi tensión al tenerla a ella como un ser cercano en su etapa cuarentona, haciendo que cada contacto verbal o físico se convirtiera a ratos en un extraño y subjetivo ensueño.

Pasó un buen tiempo para volver a tener un buen coloquio con la señora Jaimes, fueron días agitados, de temporada alta, vacaciones, Colombiamoda, en donde Mery también tenía asuntos, exhibiciones y negocios importantes con otros diseñadores y franquiciantes, modelos y promotores ya que ésta también promocionaba su marca en los desfiles de moda. Algunos días ella madrugaba a las 5 de la mañana a encerrase en el taller para trabajar hasta altas horas de la noche, las ventas se movían más. Isabel, la hija de Mery de 18 años, también se animaba a ayudar voluntariamente en esas jornadas, y yo me tenía que mover para todos lados a manera de puente entre Mery, sus contactos, proveedores, clientes y bancos. Por esas épocas su actitud era bastante neurótica, acelerada, y en algunos momentos se le veía en sus ratos de descanso una pose reflexiva similar a la de alguien que se duele de una migraña.

Cuando terminaba toda esa tormenta, y llegaba el día de pago, Mery a veces me entregaba un poco más del dinero que esperaba recibir. Y mi ingenua honestidad me tentaba a preguntarle por qué.

“Me preocupa que tú  tan joven, tan hermoso, estés sometido a tanta austeridad”. Decía ella.
“¿A qué se refiere?”. Pregunté yo.
“Sé que la situación de tu familia, no todas las semanas es buena” dijo Mery, “Sé que a tu papá le cuesta demasiado mantener a todos sus hijos, alimento, arriendo, servicios, educación y demás y que esto que ganas acá le está sirviendo de mucha ayuda, y que no estás disfrutando mucho de tus salarios.”
“¿Cómo sabe tanto, acaso mi mamá le cuenta el diario de la familia por teléfono?”. Pregunté
“Sé que odias que ella cuente cosas que a mí lógicamente no me incumben, pero ella lo hace es porque se siente agradecida, y porque me aprecia como amiga y busca desahogarse, además si la situación  familiar de ustedes no me ha de incumbir, quiero que sepas que me importas mucho”.
Al decir ella eso, no dije nada, pero si hice un rostro de extrañeza como queriéndole preguntar “¿Y eso?.”
“simplemente veo… algo especial en ti”. Respondió ella, con cierta timidez, como si empezara a suponer que estaba siendo imprudente con sus comentarios.
Hubo un silencio como de 5 segundos. Y luego continuó “Yo quiero que utilices ese dinero extra para que salgas por ahí, invites a alguien a un heladito, o ir a un lugar a tomar cervecita escuchando buena música, o vayas a fútbol con tus amigos, es que uno en plena flor de la juventud, trabajando, sin poderse dar gusto de pagarse un pasaje de bus, porque sé que caminas horas enteras para venir acá y devolverte a casa con el fin de ahorrar, hace que me mortifique viéndote tan flaquito, que no te diviertas sino que te quedes encerrado todo el fin de semana sin salir a la esquina, ni tener oportunidad de divertirte con tus amigos, tener una novia, llevarla a un motel, hacerle el amor de vez en cuando…”
De repente le lancé una divertida mirada la cual seguramente ella interpretó como: “¿Qué es eso que estás diciendo, por Dios?”.
“Jaja, no me mires así, sólo bromeo”, dijo ella “Cuando era joven, yo también fui muy sanita y tímida como tú, trabajaba con mi papá, él era músico, tocaba guitarra, bandola, tiple y tocó en varias agrupaciones de música colombiana tradicional, participó en varias ocasiones en el Festival del Mono Núñez  y llegó a ganar algunos concursos nacionales e internacionales cuando trabajaba con mi mamá. Después de que mamá se fue, él me enseñó a tocar guitarra y a cantar, y canté con él desde los 11 años hasta los 17, él durante toda la semana contactaba agentes que manejaran negocios de bares, café-concierto, carpas-cabarets y ferias de pueblos y otros eventos, para tocar allí cada fin de semana. En los primeros años, yo no recibía dinero, él simplemente me compraba regalos como exaltando mi buen trabajo con él, yo no lo hacía porque quisiera ganar dinero o vivir de eso, lo hacía porque quería ayudarle, y también para que se sintiera orgulloso de mí. Mi mamá fue una hermosa mujer, sabía que tenía que trabajar mucho para lograr parecerme a ella...”  Interrumpió un momento para dar un suspiro nostálgico y continuó cambiando a un tono un poco menos jovial: “después de cada contrato bueno que nos hacían, mi papá me daba un porcentaje para que me divirtiera un poco, no dejaba que los ahorrara, sino que saliera por ahí y comprara cositas, me gustaba mucho comprar libros de literatura clásica, como Ana Karenina de Tolstoi, Rebecca de Daphne du Maurier, y novelas policiacas. También me gustaba coleccionar álbumes de animales y personajes del cine y la TV, pero lo que más me gustaba era que me llevara a las tiendas de discos, recuerdo que el primer LP que compré fue “Help” de Los Beatles, esa música para mí era un oasis, aunque mi papá vivía decepcionado porque él esperaba que yo heredara su gusto musical, que de hecho era muy bueno, pero aunque la música que él tocaba e interpretábamos era hermosa, a mí me sabía a trabajo y me resultaba rutinaria. Él decía que los Beatles, eran diabólicos y que eso era música de locos, pero cada vez que lo ponía en el tocadiscos me ponía a bailar y a cantar las letras en inglés que apendí desde el cancionero que venía en la delicada bolsa de papel que envolvía el disco dentro de la carátula, “You´re going to lose your girl", era la que más me gustaba cantar y “The night before” era la que más me gustaba bailar, recuerdo que compré otros álbums más de Los Beatles incluyendo el álbum blanco que lo encargué por catálogo ya que acá en Colombia no se escuchaba mucho esa música y que me resultó demasiado tedioso digerir, pero el álbum que cambió mi forma de ver la música fue el Tresspass de Genesis, era alucinante”. Hizo una pausa y se puso pensativa, se sonrojó y me dijo “Ay te debo estar aburriendo con estas cosas que hablo sin que tengas idea de qué carajos estoy hablando”.
“Si, el álbum blanco, tedioso por sus 30 canciones y que mostraban a los Beatles en toda su evolución experimental más allá del rock n´roll romántico que hacían en sus inicios, y Tresspass el 2do álbum de Genesis con Peter Gabriel como voz principal y donde aún no aparecía Phil Collins siquiera como baterista.” Agregué yo.
“Wow, debí suponer que eres todo un intelectual, no debí subestimarme, hasta debes tener más cosas por enseñarme que yo a tí, veo que vamos a terminar llevándonos muy bien, algún día tenemos que sentarnos a tertuliar, hablar de lo que nos gusta, pero bueno, retomando el tema, lo que te quería decir es que, a pesar de que yo de joven antes de ingresar a la universidad no tenía muchos amigos, los libros y los discos eran mi compañía y en eso me gastaba parte del dinero que ganaba, y paradójicamente fue la época más feliz de mi vida. Tú debes tener más amigos, y puedes aprovechar tus pagos también para divertirte con ellos”.
“Yo tampoco tengo muchos amigos”. Respondí yo.
“Pero los tienes” Respondió ella, viéndose interrumpida por unas clientas quienes dentro del local observaban los productos y parecían que iban a realizar una compra.
Después de eso Mery me pidió que le ayudara a doña Ruby a organizar algunos trabajos en el piso de arriba.

Llegó la hora de salida, era día de pago, mas no de inventario, que eran los días donde Mery nos pedía a Yuri o a mí que le ayudásemos a hacer el control de existencias y de caja, pero fue un viernes normal, donde ella retiró algún dinero del banco a eso de  mediodía y pagarnos en efectivo, cuando me disponía a salir, ella quedó en su escritorio tomando nota y llenando recibos, sintiéndome nuevamente con deseos de ayudarle a terminar sus tareas, permanecí un rato parado en la puerta dudando y contemplando el halo de soledad y silencio que quedaba con ella después de terminar la jornada. Luego, levantó su mirada encima de sus lentes que llevaba puestos, como si se preguntase “¿Qué haces aun allí?”, pero no dijo nada de eso, solamente me pidió que cerrara la puerta y que no la dejara ajustada.

Era día de pago como ya he mencionado, y lo que Mery me dijo acerca del espacio para mí mismo, ya que en los días de pago aun caminaba hasta la casa, tomaba algo en el camino, y el dinero que me correspondía, el que no separaba para la familia, lo ahorraba. Todo eso definía la austeridad a la que ella se refería. Así que mientras caminaba hacia la Avenida el Poblado para tomar el bus que me llevara al centro,  decidí por primera vez devolverme hacer  una expedición por la zona rosa, andar por la 10, subir hasta Viscaya y asomarme por el Parque Lleras a ver qué lugar se veía llamativo para entrar allí y tomar  cerveza o algún exótico coctel. Mientras observaba, la gente bonita (Y plástica) que por aquellos lados concurría. A medida que andaba por esa zona, todos aquellos bares, pubs, discotecas, restaurantes de la calle 10 y el Parque Lleras, me hacían sentir extraño al pretender entrar allí, sabía que en un lugar de esos, la cerveza valía más del doble, y que un pequeño coctel se pagaba con lo mismo que se comprarían dos cajas de vino Termidor en cualquier licorera del Parque del Periodista, el problema no era lo mucho que había que pagar para consumir en uno de esos pomposos bares de la zona rosa, sino qué tanto merecía la pena pagar por un rato de soledad, donde seguramente ninguna de esas chicas lindas que allí pasaban con sus imponentes galanes o grupos de amigos, arrimarían a mi mesa a iniciar una amable conversación conmigo, y que tampoco superaría en placer y economía cuando escuchaba música en mi cuarto yaciendo en mi cama mientras me tomaba de a sorbos  las 6 latas de cerveza que trae una canasta de Pilsen que comprara en el autoservicio. Así que opté por un lugar más sencillo, tranquilo donde solamente pudiese escuchar música tolerable, donde además de que pudiera disfrutar un buen capuchino, leer también alguna revista vieja o prensa alternativa y con ambiente más íntimo, terminé eligiendo a: Il Buono, Café, ubicado al costado sur del Lleras. Estando allí, degustando el Capuchino de marras y leyendo un viejo ejemplar del hoy desaparecido periódico El Rockero. Escuché de repente una voz proveniente de una de las mesas contiguas.
“No sabía que te gustaba frecuentar este lugar, no te había visto antes por acá, debiste haberme dicho, a menos de que no quisieras invitarme”.

Era Mery quien a primera instancia no reconocí, ya que llevaba puesto un bonito y holgado gorro de color vinotinto similar al que tenía Anastasia en la película animada de Disney y un abrigo de lana blanco, la falda larga con grabados de hojas y flores de una tela similar a la seda, cuya extensión llegaba llegaba hasta sus pantorrillas y que estuvo luciendo durante toda la jornada con sus botas marrón de tacón mediano.
“¿Viene muy seguido acá?”. Pregunté yo disimulando mi asombro.
“Muy poco”. Respondió ella mientras se cambiaba a la mesa donde yo estaba y continuó diciendo: “Casi siempre voy a casa a descansar después de que termino de trabajar, aunque no salgo mucho, a ratos me dan ganas de salir por ahí, conocer lugares, su estética, observar gente, sus tendencias… a veces quisiera tertuliar con alguien agradable, pero tampoco me animo a hablarle a cualquiera”.
“No lo puedo puedo creer”. Murmuré
“¿Creer qué? Preguntó ella
“Que una mujer como usted salga sola”.
“¿Por qué te cuesta creerlo? Preguntaba ella  haciendo un gesto intimidante como cuando alguien dice un disparate.
“Egh, No lo sé” respondí yo tartamudeando “Supongo que pocas mujeres querrán salir solas, más allá de que tengan o no su pareja o grupo de amigos”.
“Bueno, si es por pareja, la respuesta es simple, mi esposo trabaja y vive en otra ciudad, ¿y amigos?… bueno, conozco mucha gente, he tenido diversos almuerzos, y reuniones de negocios, pero aun no he llegado a salir con ellos para divertirme como por ejemplo yendo a cine, o a rumbear o emborracharme con ellos, quizás mis migrañas, mi labor de madre y mi ejercicio como mujer de negocios han coartado en cierto modo mi vida social, soy una mujer de 46 años, que tiende a ser más selectiva y cada vez menos hedonista”.
“¿Hedonista?” pregunté yo queriendo saber a qué tipo de hedonismo ella se refería.
“En realidad aun busco formas de diversión, pero no el mismo tipo de diversión que la gente joven, que busca más el goce que el placer, me gustan los momentos tranquilos, y una amable conversación y buena música, no sé si me entiendes”.
“Entonces eres una mujer tan joven como yo”. dije yo eufémicamente para no hacerle entender que yo la veía tan vieja como ella misma insinuaba  “Pues la diversión que mencionas es exactamente el tipo de diversión que también busco, nunca sueño estar en una discoteca bailando toda la noche, bebiendo y drogándome hasta el amanecer, espero que este estilo de vida sano y mojigato no me llegue nunca a incomodar”.   

Mery permaneció silenciosa por unos segundos, sonriendo y mirándome fijamente, como si le divirtiera algo de lo que dije, sus ojos brillaban y su sonrisa de labios me traían de vuelta la imagen de la chica más bonita de la foto escolar de mi madre.

“¿Por qué tu esposo no trabaja acá en Medellín?” Pregunté para romper el silencio.
“Supongo que es allá donde debe estar”. Respondió después de haberle dado un prolongado sorbo a su Mocca.
“¿Qué trabaja él allá?”
“Estuvimos instalados en Bogotá mucho tiempo, después de que a él le dio por dedicarse a la política.”
“¿Es él político, senador, magistrado?”. Pregunté.
“Nada de eso”. Respondió ella. “Hoy día se dedica más a lo que él estudió, a la ingeniería, ahora es profesor de cátedra de una de las universidades de allá, y tiene una empresa que contrata obras públicas. Ha cometido errores y se ha metido en embrollos serios gracias a la política, cuando fue concejal de Medellín lo llegaron a amenazar, y también cuando estuvo en la Cámara de Representantes en Bogotá, por estar rodeado de malos amiguitos. Qué época tan aburridora”.
“¿Por qué regresaste a Medellín?, Pudiste haber montado tu negocio en Bogotá” pregunté.
“Ay querido mío, estando con él no podría estar trabajando ahora, además es una historia muy larga y menos divertida que la que me contaste de tu amiga. la tal ´Bélgica´”
“Tú sabes que su nombre es Holanda, no seas burletera”.
Sonrió, suspiró y empezó su historia:
“Vivimos unos años felices en nuestros primeros años de matrimonio, recuerdo que él trabajaba en una pequeña firma constructora, donde tenía un jefe muy querido, Don Aníbal, quien fue el que le dio su primera oportunidad en el mundo profesional, lo apoyaba por su juventud y talento,  mi esposo es 4 años mayor que yo, él ya era un ingeniero prometedor cuando yo aún era una estudiante del conservatorio de la UdeA, que en esa época aun no era la Facultad de Artes. Éste jefe fue el que nos incentivó a que nos casáramos, lo elegimos de padrino, y era muy pendiente de nosotros. El viejo siempre le decía: “Cuida y quiere a ese ángel de mujer que el señor te ha mandado del cielo, mantenla como una reina,  cualquier cosa en que les pueda colaborar me avisan”. Pero perdimos mucho contacto con él, después de que mi esposo fue contratado por el Municipio de Medellín.    
Algo que yo admiraba de Francisco (El esposo), era su independencia, que a pesar de ser un muchachito hijo de esas familias montañeras pero con plata y conservadoras, o al menos eso aparentaban, es que él quería descubrir la vida por sí mismo, y darse el lujo de decirle a sus padres que todo lo que había logrado había sido por su cuenta, y que no les debía nada,´ eso lo hacía un hombre tan sencillo, tan diferente, tan alegre, que me encantaba. Mientras a sus hermanos les pagaron universidad en el exterior después del bachillerato, él se rebeló y se fue a vivir solo, experimentar la pobreza y forjar su carácter a través del estoicismo, mientras uno de sus hermanos estudiaba ciencias políticas, leyes, algo así, por allá en Cambridge. Francisco, en vez de ello, trabajaba de ayudante de un viejo albañil, donde conoció y se enamoró del mundo de la construcción, no le iba mal, de hecho aprendió el arte de la albañilería y seguramente allí adquirió esa fuerte fisonomía que a las mujeres del barrio atraía, excepto cuando hablaba, ya que tenía un léxico digno de una persona letrada y petulante, que fue lo que a mí me llamó la atención de él. Él vivía solo, en una casa donde arrendaban piezas, a dos cuadras de la casa donde yo vivía con mi tía Piedad, la hermana menor de mi papá, quien por esa época llevaba dos años de fallecido. Yo tenía 19 años, pero parecía de 14, por mis rasgos físicos muy delicados aun y porque tenía apariencia de colegiala y personalidad inocente, que no salía de la casa, pero en realidad no era así, yo tenía doble vida;  de día ayudaba a mi tía Piedad en su modistería, de hecho mucho de lo que sé de modistería lo aprendí de ella. y por la tarde, con mi traje de niña buena, iba a clases a la universidad, y me quedaba allí hasta las 8 de la noche ensayando con unas compañeras del conservatorio que queríamos hacer una banda de Rock Onírico con formación netamente femenina, y cuando tocábamos los fines de semana en garajes y clubes nadaístas, nuestros trajes vampirezcos un poco cursis y muy extraños para mediados de los 70 ya que ese estilo se adopto a finales de esa década y durante parte de los 80, esos vestuarios y maquillaje eran diseñados algunos por mi tía que era una persona de mente muy abierta, estos eran nuestro atributo más llamativo. A mi tía, le encantaba mi transformación de niña buena a rockera, decía que la música que tocaba con mi papá era para viejitos. A Francisco lo conocí una mañana que fue a casa con la excusa de que mi tía le arreglara un pantalón que tenía la bota descocida, pero mi tía no se encontraba allí y él me obligó a que yo se lo arreglara, ya que estaba de afán. Todo fue una payasada suya ya que lo único que quería era entrevistarse conmigo. Recuerdo que yo le hacía la costura de su pantalón mientras él me hablaba por la ventana,- No me dejaban entrar a nadie a la casa cuando estaba sola-, me decía que él había visto tocar Les Anges, la banda, que era una música muy estridente para su gusto, pero que lo que más le gustaba era la cantante, la tal Mery. Yo no le contestaba, pero él insistía comentando esperando que yo me alterara cuando él decía bobadas como por ejemplo que la tal cantante, Mery, era divina, pero muy flaquita, que si la tuviese de novia la invitaría con frecuencia a comer helado para que se pusiera más trocita, y que se parecía a Lilly Munster cuando salía a cantar con todo ese maquillaje tan teatral y ese cabello tan largo suelto. Y así fue todos los días, se arrimaba a la ventana a tertuliar, a veces llevaba una grabadora para enseñarme sus canciones favoritas, trataba de impresionarme cantándolas, y  a ratos le hacía coros, así empezó nuestro noviazgo. Nos casamos en 1978, vivíamos en un apartamento pequeño pero muy acogedor. Año y medio después nació Marcos, nuestro primer hijo, y no quería ser una mamá como la mía que nos abandonó siendo aún yo muy pequeña, quería ser entregada cuerpo y alma como lo fue mi padre mientras vivió. Paré mis estudios y dejé de trabajar porque no quería que otra gente criara mis hijos por mí, casi 5 años después nació Isabelita, que desde muy bebecita fue muy débil y asmática y me exigía demasiada dedicación. Cuidar a ambos niños en su tiempo me causaba una gran aflicción, y esa aflicción llegó a volverme negligente, negligencia que pagué muy caro con el tiempo, pero los amaba, no obstante mis sueños ya eran cosa del pasado, ya no era mi vida, mi vida era propiedad de mis hijos y esposo. Mientras que él; podía viajar, hacer especializaciones, participar en eventos deportivos, hacer conferencias, salir en TV, y coquetear. Por esa época ya podía verme en el espejo y esa nena pura y virginal de otrora, ya se había convertido en un rejo: Una madre trajinada, fláccida y fea”.

“Pero tenías un esposo, ¿Nunca le dijiste que tú también querías salir adelante?”. Pregunté.

“Quizás me hubiese apoyado si le dijera en los primeros años”. Dijo ella “En aquellos años aun estábamos muy enamorados, éramos jóvenes, ingenuos y soñadores, pero nunca la pedí consideración en aquellos buenos tiempos, yo solita me condené a ser una ama de casa abnegada, madre de familia y pésima cocinera, y años después cuando quise cambiar mi esquema de vida, él no me lo permitía. Recuerdo que por esos primeros días él trabajaba como ingeniero del Municipio de Medellín, era un trabajo tranquilo, sólo hacía estudio de terrenos y planos. Pero por estar tan cercano a ese mundo de la política, se fue enamorando cada vez más de ésta, y el hombre pasó de ser de caballero sencillo a tirano, avaro y marrullero, y la época de desgracias comenzó ahí. Cada vez que le cuestionaba alguna negociación mal licitada deliberadamente para beneficio de su grupo de colegas, él se ponía furioso y me gritaba. Cuando se hizo concejal, se volvió más mezquino y se la pasaba de viaje, según él de negocios. Y finalmente viviendo en Bogotá, siendo él miembro de la Cámara de Representantes, comenzó nuestra guerra, ya que una vecina, muy ligada al mundo del teatro me encontró trabajo allá como auxiliar de vestuario en una productora de TV. Mi esposo, que cada día andaba más disperso y del cual yo ya sabía que me estaba siendo infiel, me facilitaba las cosas con su absentismo, de modo que ni se daba cuenta de lo que yo hacía en el día, pero al enterarse no le importó mucho al principio, porque podía llevarme la niña al trabajo. Ya estando inmersa en ese mundo del teatro y la televisión, conseguí muy buenos contactos, gente con quién salir, ir al gimnasio, de compras, al salón de belleza y a rumbear. Lo que ponía furioso a Francisco, que hasta llegó a golpearme por llegar borracha a la 1 a.m. Sólo quería que me entendiera y apoyara y que buscara una forma de salvar nuestra relación. Su taza se llenó cuando por accidente , y recomendación de una maquilladora de TV resulté siendo modelo de comerciales, aparecía en comerciales de caldo de gallina, shampoo, crema de dientes, encarnando siempre el papel de mamá, todo gracias a mi buen registro en las cámaras y porque yo misma podía cantar los gingles musicales de algunos comerciales. Hasta que en una ocasión acepté participar en una campaña publicitaria de una firma de cosméticos y productos de belleza, en donde debía aparecer desnuda, y con la mano de otro hombre pasando sobre mi cintura, en la versión de TV, sólo mostraban la toma hasta la cintura y yo me cubría los senos con los brazos, en las revistas sí aparecía mi silueta totalmente desnuda de perfil pero sin revelar ninguna parte noble de manera frontal, que no se veía tan impúdico, era sólo un desnudo artístico al servicio de la publicidad, Lo hice porque quería ver qué tan libre podía intentar ser, darme una oportunidad de sentirme nuevamente bella y deseable incluso ya entrada en los treinta y algo de años que tenía. Cuando salió esa imagen desnuda publicada en medios impresos, mi esposo me dijo toda la verdad, que llevaba algunos años relacionado con otra mujer joven y preparada y que le complementaba mejor que yo, que ya tenían un hijo juntos, me dijo que podía seguir haciendo lo que me diera la gana, mostrándole el culito a todo el país y acostándome con los de la farándula, incluso me llamó “maldita puta” delante de mi hija, ese mismo día, tomé su tarjeta, le saqué 150 millones del banco, tomé a mi niña y me vine de vuelta a Medellín, a hacer una nueva vida: Pagarme un curso técnico de diseño y pensar alguna idea de negocio.”    

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