sábado, 11 de abril de 2015

TARDE DE CUMPLEAÑOS


Recién estaba culminando el primer mes del año y Carolina Cuadros recordó que su reciente amigo, Iván Klinkert alguna vez le comentó de manera poco enfática que su cumpleaños estaba cerca, sin la precisa intención de que ella lo recordase y le diera algún detalle para ese día. No era su estilo, simplemente era una de esas conversaciones en que dos amigos que recientemente se han conocido, donde ambos, posiblemente por algún agotamiento temático de una conversación, llegaron a preguntarse las fechas de sus cumpleaños, quizás para tenerlo en cuenta o para verificar qué signo zodiacal era el uno o el otro, y así enriquecer la temática agregando que los Acuario son tímidos y sensibles o que los Leo son orgullosos y determinados, de modo que durante esos días de regular charla telefónica nocturna, ella le preguntó a él que si pensaba hacer algo para ese día de cumpleaños, a lo que Klinkert respondió que todavía no había llegado a pensar en ello.  
Carolina Cuadros e Iván Klinkert a duras penas llevaban dos meses de haberse conocido, fue en uno de esos portales web donde el usuario elabora un perfil para confrontar con otros prospectos inscritos en el mismo portal y así lograr que entre dos prospectos, según sus características y afinidades, consigan una cita de interés amoroso, o en su defecto un interés amistoso. Klinkert, sólo logró conseguir una amistad con ella, aunque originalmente él preferiría algo diferente a lo que él ya estaba acostumbrado, ya que Klinkert no era el tipo de hombre del cual la mayoría de las mujeres suelen enamorarse, no necesariamente por falta de atractivo físico, pues se han visto múltiples casos en donde mujeres muy hermosas caen rendidas y perdidamente enamoradas de tipos verdaderamente feos, sino que posiblemente Klinkert era de esos tipos relativamente agradables pero que no tenían esa “chispa” que genera la tensión necesaria para que una mujer quede cautiva, por lo que todas las mujeres a las que alguna vez él llego a acercarse (con alguna escasa excepción) no lograba proyectar esa seguridad en sí mismo que tantas mujeres reclaman para sentirse protegidas al lado de un potencial amado, aun así, su bondad y transparencia lo hacían parcialmente valorable, por eso dichas mujeres, por las que tuvo algún interés, sólo lo quisieron como "amigo". El caso con Carolina Cuadros no era la excepción, si bien cuando él conoció el portal web de citas, tampoco andaba urgido de conseguir a alguien que lo quisiera, ya hacía mucho tiempo que él se había adaptado a vivir concentrado en sus propios sueños, ambiciones y uno que otro placer hedonístico, simplemente aceptó su amistad porque sabía que no había nada que perder ahí, ya era un hombre que se sentía quemando los últimos cartuchos de juventud y que no habría que esperar demasiados años para ya verse convertido en un hombre físicamente ajado, y aunque más sabio, visualmente menos interesante, y no quería llegar a ésta etapa sin sentir no haber aprovechado lo suficiente la lozanía de sus años mozos, por lo que para él, cualquier cosa, a esa altura de la vida, era más ganancia que pérdida.
Carolina Cuadros, maestra de escuela de profesión, 33 años, ostentaba también una maestría que le brindaba la posibilidad de dictar algunas horas cátedra en la universidad, venía de vivir un momento de su vida donde la seguridad en sí misma quedó en entredicho. Su fracaso matrimonial había sido un evento que la había golpeado ferozmente, no duró medio año casada y el hombre que tomó como esposo resultó siendo un hombre depresivo que en vez de expresarle afecto, más fácil desencadenaba ira, además de que, según ella, como mujer sólo lograba atraer donjuanes y aventureros que la dejaban de lado al poco tiempo, ella misma se adjudicaba la culpa, por lo que a veces le preguntaba a Iván Klinkert en sus amenas charlas telefónicas de amigos cosas tales como: ¿Te parece que soy muy intensa? a lo que él respondía con graciosa ironía: “Entre más vengas a hablarme, mejor para mí, me evitas tener que hacerlo yo mismo y convertirme yo en el intenso”.
Aunque la comunicación desde un principio con Carolina Cuadros fue fluida y amena, ya que tanto ella como él valoraban y disfrutaban de su gusto por el cine, pese a que nunca salían a cine, de todos modos disfrutaban hablando de las películas de diferentes épocas, se recomendaban títulos, las conversaciones telefónicas se convertían en nutritivas tertulias.
Sin embargo, Cuadros difícilmente lograba ser una buena anfitriona a la hora de salir con alguien, o al menos con Klinkert, podría ser por ingenuidad suya, falta de sentido común o a veces adrede cuando la persona no le transmitía del todo confianza.
Cuando ella e Iván Klinkert salieron por primera vez, el encuentro fue en un centro comercial, ella fue acompañada de su hermano, y Klinkert resultó siendo un acompañante en unas compras navideñas de la familia Cuadros que a él no le incumbían, se incomodaba ante las inquietas miradas del hermano adolescente de Carolina Cuadros, como si en su gesto se pudiese leer la pregunta: “¿Y éste huevón quién putas es y por qué está acá?” y aunque a Klinkert le sorprendió notar que Carolina Cuadros era más bella en persona que en las únicas dos fotos que había visto de ella en la página web de citas donde se conocieron, dicho encuentro le generó un sinsabor que prefirió más bien olvidar en vez de lamentar.
El cumpleaños de Iván Klinkert sería en su orden el cuarto encuentro. Klinkert por lo regular no acostumbraba hacer celebraciones para dicha fecha, casi siempre la pasaba trabajando, recibiendo alguna que otra chuchería de parte de algún compañero de trabajo o amigo que lo apreciara, y al final ir a la casa de sus padres donde nunca dejaron de esperarlo para la reunioncita que acostumbraban organizarle con una pequeña torta, las velitas y todo eso. En una edad más joven, cuando él era más inocente y enamoradizo, fantaseaba con llegar algún día de su cumpleaños acompañado de una bella joven, una auténtica princesa, que brillara como un ser de luz en el momento de él presentarla orgulloso ante sus padres, que luego le diera un abrazo después de soplar las velas y que ella misma exaltara ante la familia Klinkert la grandiosa persona que el joven Iván era, y finalmente terminar la noche, con los dos bajo las estrellas, con dos copas de champagne en la mano, en una idílica conversación, pero aunque Klinkert, a su edad actual ya no contemplaba esa fantasía, aún añoraba pasar dicha fecha acompañado al lado de alguien que hiciera de la velada diferente o al menos más divertida o amena. En ésta ocasión la elegida fue su nueva amiga: Carolina Cuadros.
Si bien Iván Klinkert notaba desde hacía rato que Cuadros no mostraba tener un interés romántico hacia él, ni siquiera de manera implícita, especialmente a raíz de sus únicos tres encuentros debido a los detalles desconcertantes con los que ella salía en los momentos en que éstos encuentros se dieron, y que en su momento cohibieron todo intento espontáneo de galantería por parte de Klinkert, él seguía adelante con la amistad porque tampoco sentía que se estaba jugando la vida, ni tampoco se sentiría tonto ni humillado al ser enviado de una vez a la zona del amigo, él opinaba que desde que se aprendiese algo edificante al lado de esa persona, todo sería ganancia, y que el tiempo lo iría apartando en caso de que la persona o él mismo resultara siendo inaportante e irrelevante.

Cierta noche, Iván Klinkert se animó a llamarla, no le gustaba hacerlo siempre, ni muy seguido, no quería convertirse en intenso, ni ser el único de los dos que le interesase rebuscar conversaciones, pero ya llevaba dos días sin hablarse con ella, y no consideró de más saludarla. En aquella ocasión no le pidieron que llamara más tarde o al día siguiente por el motivo de ella encontrarse comiendo, durmiendo, en el baño, etc, tal como solía ocurrir en la mayoría ocasiones. Carolina Cuadros se escuchaba baja de nota aquella noche, por lo que Klinkert le preguntó si estaba enferma o algo.
“No Ivancho” Respondía ella “De hecho necesito que me respondas una pregunta desde tu punto de vista como hombre”.
“¿Qué sería?” Preguntó él.
“¿Cuando vos salís con una chica y de pronto la dejas de llamar y ya no le contestas el teléfono por qué razones lo harías?”.
“¡Pero qué pregunta extraña!” Exclamó Klinkert, “Eso depende de la situación o de la persona”.
“Es que mire”, Contaba Carolina Cuadros, “Hace poco conocí a un tipo, y venía saliendo con él, mayor de 40 , dos hijos, intelectual, profesional exitoso, divorciado, no muy lindo, un poco escuálido, pero aún así muy interesante, lo conocí en el mismo portal de citas donde tú y yo nos conocimos. Hace poco salimos a cine, pero ya han pasado dos semanas y no me ha vuelto a llamar, ni tampoco me contesta, creo que me bloqueó, no entiendo qué le pudo haber chocado de mí, ni tampoco creo haber tenido un comportamiento inadecuado con él, por eso te hago esa pregunta, para saber si tú como hombre puedes darme una respuesta comprensible".
“Bueno, si el tipo quería ir al grano y tú te mostraste esquiva y sin deseos de ir demasiado pronto sino que en vez de ello le mostraste que querías conocerle cada vez mejor, posiblemente se haya desmotivado”. Opinó Iván Klinkert.
“¡Pero yo no me acosté con él!” Enfatizó ella un poco prevenida.
“No es lo que te estoy queriendo decir”, aclaró Klinkert, "es lo contrario, seguramente al ver que sólo ibas con intenciones de amiga y que querías darte un tiempo antes de llegar más allá, posiblemente el tipo consideró que no eras la persona adecuada para lo que él quería”.
Carolina Cuadros calló por unos segundos y prosiguió con un nuevo tema.
“Ve, ¿Ya pensaste qué quieres hacer para tu cumple?”
“Sí, algo simple” Respondió Iván Klinkert “La idea es que nos veamos por la tarde, este año mi cumpleaños es un sábado, tengo el día libre, lo cual nos da como ventaja encontrarnos temprano, tipo 2 pm, así no nos agarra la noche demasiado pronto, podemos ir al cine cercano a donde vivo y luego de que terminemos, te invitaré a cenar con mi familia, ellos tienen algo preparado para mí, de paso te presento ante ellos ¿Qué te parece?”.
“Super chévere” Respondió ella, y luego volvió a cambiar de tema: “Vení, ¿vos qué días en la semana pasás por la universidad?
“Hace bastante que no voy”, Respondió Klinkert “Desde que me gradué no es mucho lo que acostumbro ir por allá”.
“Es que yo estaba pensando si nos podríamos ver allá esta semana, tipo 6 de la tarde, cuando recién salgamos del trabajo, para que nos sentemos un rato a charlar, tomar algo, ir a un lugar abierto dentro del campus para escuchar música, mi teléfono celular tiene altavoces que suenan más o menos duro, yo le meto canciones bacanas, y si quieres también puedes hacer lo mismo con tu celular” Proponía ella.
“Me parece una idea extraordinaria”. Opinó Iván Klinkert.
Después de los tres decepcionantes encuentros anteriores, Ivan Klinkert se animó una vez más, no tanto porque tuviese la ilusión de que algo entre sus términos de relación cambiaría a algo más allá de la camaradería, sino porque también se estaba dando él mismo una oportunidad de comprenderla y conocerla a ella mejor y al mismo tiempo hacerse conocer mejor de ella.
Un par de días más tarde, Klinkert se desvió de su ruta habitual a casa en dirección universidad para encontrarse con su amiga, siendo puntual como de costumbre, así le haya tocado esperar un cuarto de hora, esperando a que ella apareciera. Mientras esperaba, él preparaba desde su dispositivo móvil la lista de canciones que iba a compartir en su tertulia con la amiga Cuadros, pero cuando él ya se disponía a poner en marcha  “la ley del cuarto”, ella apareció, a duras penas se saludaron, ya que ella parecía andar con prisa.
“Vení, acompañame alli a la biblioteca que es para entregar estos libros” Decía ella aludiendo al material bibliográfico que en ese momento ella llevaba entre sus brazos.
Iván Klinkert la acompañó, y al llegar al lugar, fue tan rápido el proceso de entrega del material bibliográfico, que ella no se conformó con abandonar el recinto de inmediato.
“Vení, acompañame arriba al segundo piso de la biblioteca para ver qué libros hay allí para llevar”.
Durante aquella estadía dentro de la biblioteca, el diálogo entre ellos fue muy limitado, lo más largo y relevante que ambos pudieron compartir fue cuando ella le propuso una novedad para la tarde de cumpleaños sabatino que Klinkert quería pasar con ella.
“¿A qué horas es que nos vamos a ver el sábado por la tarde?” Preguntó ella.
“A las dos 2 pm, en el centro comercial que le dije para que vayamos a ver la película y de paso nos quede cerca ir a casa para lo de la cena”. La recordaba Klinkert.
“Tengo una contraoferta" Dijo Cuadros "es que me da pereza ir, ¿por qué mejor no nos vemos en el centro comercial que queda por la Estación Niquía? así me quedaría más fácil a mí para llegar a mi casa a preparar mis clases e ir a la misa de la tarde, es que a mí me da mucha pereza dejar esas dos cosas para los domingos.
“¿Pereza?, yo en tu lugar no tendría pereza”, Opinó Klinkert simulando al máximo su desconcierto.
“Es que mire, usted sabe que yo los sábados voy a la Universidad de la Aguacatala, donde estudié mi especialización, a nadar por la mañana hasta el Mediodía, luego me quedo allá un rato con mis amigos y a eso de la 1 pm estoy tomando el metro para irme a la casa, en Bello, y así no tendré que desviarme de mi ruta teniéndome que bajar en el centro de Medellín sino que a tí te doy la oportunidad de que también cambies de ambiente, nos reunimos allá, en Bello, una horita, te doy tu regalo y luego te vas feliz, más temprano y con tiempo a tu favor para que te encuentres anticipadamente con tu familia a celebrar”.
Iván Klinkert sólo guardó silencio y siguió esperando que ella terminara de elegir los libros que ella deseaba para llevar a préstamo.
Después de una larga y agobiante hora de acompañamiento a su amiga en la biblioteca, estando ya afuera del recinto, ella le preguntó:
“¿Por cuál salida te resulta fácil llegar a tu paradero de bus?
“¿Ya nos vamos?”  Preguntaba Klinkert extrañado, y luego trató de disuadirle afirmando: “Le metí a ´éste coco´ (Refiriéndose a su dispositivo móvil) varias canciones para que las escucháramos mientras hablábamos”.
“Pero es que tengo mucho trabajo por hacer en casa, además mira la hora que es”.
Iván Klinkert sólo pudo acompañarla hasta la estación del metro sin hablar mucho, recordó interiormente los encuentros anteriores con ella donde aún no sabía si era él quien tenía la culpa de la actitud evasiva de Carolina Cuadros. En su mente pasaban a manera de flashback los encuentros anteriores, tales como la caminata ecológica a la que ella lo invitó durante la temporada navideña, donde ella lo determinó muy poco, bajo la excusa de estar también pendiente de sus otros colegas y amigos y que si no hubiese sido por un ex colega que Klinkert de casualidad encontró allí y que también fue partícipe de su caminata, no le habría sacado gusto a semejante desplante.
Ya habiendo ambos llegado al torniquete de la Estación Universidad del Metro, Klinkert permitió que ella pasara primero, y ella pensando en que también él pasaría para tomar el tren hacia el centro (Parque Berrío), se sorprendería al ver que no lo hizo.
“¿Por qué no pasas?” Preguntó ella.
“Es que voy a ir un momentico allí, al Parque de los Deseos a tomar algo que pensaba tomar con usted, pero en vista de que tiene tanto afán, pues ni modo”.
Carolina Cuadros se sintió desconcertada y por un momento quiso devolverse, pero prefirió no perder el gasto por haber pasado ya el torniquete.
“Usted si es bien charro”, Dijo ella en tono irónico al despedirse de él.
Iván Klinkert creía comprender la actitud de Carolina Cuadros, suponía que él aún no era lo suficientemente relevante para ella, o que al menos no se sentía segura de ello, él sabía perfectamente lo que significaba no sentir algo similar por una persona que aunque fuera 10 en personalidad y buen trato, no tener esa “chispa” que genera ese interés y ese deseo de querer estar y disfrutar con esa persona cada vez que se comparte con ella, a él ya le había pasado antes, ya se había comportado igual con alguien que alguna vez manifestó interés hacia él, pero por más que él trató corresponder no logró encontrar ese “algo” que despertara un deseo en él de estar con aquella persona del pasado. Aceptó su momento con Carolina Cuadros como karma, como la cuenta que el destino le tenía que cobrar, por lo que no él no se sentía “pera en dulce” y lo estaba aceptando con nobleza y resignación, así como pagó parte de dicho karma en el tercer encuentro programado con Carolina Cuadros un par de semanas antes, cuando él le propuso a ella una salida sabatina a una pizzería gourmet al occidente de la ciudad, en el barrio Carlos E, a lo que Cuadros le solicitó a él poder ir nuevamente acompañada ésta vez de una buena pero triste amiga, que también pasaba por una situación emocional difícil y que ella quería que él conociera. Cuando llegó el día del encuentro, Cuadros canceló su presencia a última hora, (En aquel entonces ella ya estaba saliendo con el sujeto cuarentón mencionado líneas antes) pero le rogó a Klinkert que atendiera con el mejor talante posible a su amiga ya que ella le había hablado maravillas de él y que su amiga, llamada Flor, estaba ya bastante interesada en conocerlo. Sin embargo, aunque Klinkert fue amable y respetuoso con Flor, como era costumbre en él, hizo lo mejor que pudo en la inesperada cita con aquella desconocida, no obstante Flor no logró sentirse interesada por él, la cual, dias después dijo a su amiga Carolina Cuadros, acerca de su cita arreglada, que aquel muchacho se veía chévere pero era algo simplón, por lo que ella no lo llamaría para un segundo encuentro, y Klinkert, que sí la encontró a ella interesante, tampoco se esmeró en lo absoluto en buscarla para un segundo encuentro, pues como ya se había mencionado antes, él ya no sentía que se jugaba la vida en ese tipo de situaciones.
Al concluir que sus encuentros con Carolina Cuadros siempre fueron un fiasco, volvió a pensar en la celebración de su cumpleaños planeada para la tarde del sábado, pero de repente, mientras reflexionaba todo esto tomando cerveza en un bar del Parque de los Deseos, sintió su teléfono móvil zumbar dentro de su bolsillo, contesto de inmediato pensando que podría ser Cuadros, quien necesitaba decirle alguna cosa que no alcanzó a decirle durante su reciente y corto encuentro.
“Qué pena llamarte a esta hora” decía la voz del teléfono “Pero durante todo el día he estado marcando al teléfono de su casa y no ha habido respuesta, y necesito confirmar una cosa hoy mismo con usted señor Klinkert, para que así disponga del tiempo suficiente para preparar lo que le quiero proponer”.
“¿Quién es usted?” Preguntó Iván Klinkert.
“Soy del área de coordinación acádémica del INCOLFINCO (Instituto Colombiano de Finanzas y Comercio), he estado viendo su hoja de vida y el reporte de su entrevista, y ya que usted manifestó interés en dictar unas cátedras los fines de semana, llamaba a preguntarle si le interesaba comenzar el sábado de la próxima semana con dos grupos en la jornada de la mañana y también hay otro en la jornada de la tarde, aunque éste último empezó hace un par de semanas y se quedó sin profe recientemente, pero si usted desea tomarlo, debe pasar por la oficina con los documentos que le mencionamos en un email que le enviamos hoy, para hacerle su contrato por prestación de servicios y de paso, si usted sí desea tomar éste grupo del sábado por la tarde que se quedó sin profe, hagamos con usted el empalme para que no tome dicho grupo tan desubicado ¿Le interesa?”.
Iván Klinkert recordó que ya tenía un compromiso para el sábado por la tarde.
Esa misma noche, ya en casa, sentado en su computadora, preparando asuntos para su trabajo de semana, Carolina Cuadros desde el chat le escribió.
“Te ví muy serio cuando ahorita te hablé de lo del sábado, pero porfa, debes ser comprensivo y ponerte en mi lugar”
“Tranquila” Respondió él.
“Hmm, respuesta breve y cortante, te sigo notando serio” Digitó ella.
“Es que cuando mencionaste la palabra ´pereza´ me dí cuenta que te estoy pidiendo demasiado, no tuve en cuenta que eres una mujer ocupada, profesional y con prioridades”.
“No, no me entendiste, no es pereza de ir a tu cumpleaños, es pereza de tener que desviarme en mi ruta desde la Aguacatala hasta Bello haciendo una parada intermedia en el centro, además vas a cambiar de hábitat y te invito a Crepes”. Justificó ella.
“No tendrás necesidad de eso, hay una novedad, el sábado en la tarde de mi cumpleaños, iré a esa hora a dictar un curso que me han ofrecido, así no tendrás afán a la hora que me estés atendiendo a mí, y llegarás a tiempo a tu misa vespertina, y a preparar trabajos, y que el encuentro de hoy represente símbólicamente la conmemoración que íbamos a tener la tarde del próximo sábado día de mi cumpleaños”.
“¡Ah, estás enojado!, mejor no insisto más, odio los hombres raros e inseguros como vos”.
Iván Klinkert decidió no continuar con dicha discusión de chat, sentía que era inútil tratar de justificar con ella lo de la inseguridad que ella acababa de acusarle.
Finalmente llegó el sábado día de cumpleaños, y aunque no hubo fiesta ni jolgorio, Iván Klinkert celebró su cumpleaños de manera tranquila y simple después de una nueva jornada laboral sabatina en pro de ingresos adicionales. Igual que todos los años estuvo al lado de su familia. Pasaron los días y ni él ni Carolina Cuadros se escribieron un mensaje de reivindicación, ninguno de los dos se sintió con la obligación de ser el primero en ceder, de romper el silencio, silencio que el egoista orgullo de ambos jamás quebrantó por los siglos de los siglos.

sábado, 4 de abril de 2015

TARDES DE GIMNASIO

Hubo un tiempo en que Iván Klinkert, a una edad más adulta, se preocupó mucho de su exageradamente escuálida figura, le parecía idignantemente irónico que casi todas las personas del mundo moderno viviesen preocupadas por adelgazar, cuando él alimentándose relativamente bien, no lograba superar siquiera los 55 kilos, siendo mayor de 1,80 en estatura, y a veces, hasta tendía a rebajar más con demasiada facilidad. En esas épocas lo que más se destacaba de su anatomía era su cabeza, se veía enorme sobre su ectomorfo conjunto. Cansado de tener que abrirle un agujero adicional a sus cinturones para que sus pantalones talla 28 (Los cuales también le quedaban grandes) pudieran ajustarse, y de los no muy halagadores apodos relacionados con su patética delgadez, decidió aprovechar su poder adquisitivo para pagar un gimnasio, uno muy bonito, nuevo y moderno, ubicado en el último piso de un famoso centro comercial de la Avenida Oriental entre las avenidas la Playa y Maracaibo.
Con una estricta disciplina y con un gran entusiasmo, el señor Klinkert seguía entusiasta las indicaciones de su instructor sin importar lo exigentes que eran sus rutinas basadas en trabajo muscular, levantamiento progresivo de peso, muy poco cardio y muy poca actividad que implicara demasiada quema de calorías, por lo que tuvo que dejar sus largas rutas de trote y sus empinadas escaladas en bicicleta, y también acostumbrándose a los empalagosos batidos de proteína, los cuales también resultaron siendo un ritual que religiosamente cumplía complementariamente con su rutina.
Un año más tarde, Iván Klinkert parecía otra persona, su figura cambió casi que de manera dramática, había ganado más de 20 kilos de masa muscular y aquellos compañeros de oficina que disfrutaban poniéndole apodos alusivos a su otrora desgarbada delgadez, ya lo determinaban con algo de recelo y envidia (de la mala) debido a que el personal femenino de la empresa ya le miraba de pies a cabeza con cierto brillo lascivo en sus miradas. Aunque todo sacrificio conlleva su precio, principalmente por tener que comprar en ese lapso de tiempo nuevas mudas de ropa, no necesariamente por frivolidad sino porque su nueva fisonomía lo requería, así que que su apariencia se tornó al mismo tiempo más moderna y elegante. Sin embargo, contrario a lo que Klinkert creía, la autoridad y el respeto no vienen con una figura fornida, pues a pesar de su figura ya más atlética, su patológica y legendaria timidez, y su carita de seminarista a punto de ser ordenado, hacían que muchas personas se llevaran desconcertantes sorpresas al pensar que su apariencia bonachona nunca traspasaría los límites de su aparente ingenuidad. En el gimnasio esto lo hacía notar y los fisiculturistas que coincidían con él en el entrenamiento lograron entenderlo a pesar de alguno que otro incidente que al principio tendrían con Iván Klinkert cuando alguna vez se acercaron a él para pedirle turnarse algún equipo que en el momento Klinkert estaba utilizando, sin embargo tampoco consideraron molerlo a golpes por su inesperada prepotencia ya que no valía la pena hacerse expulsar del gimnasio ante semejante niñería. 
Don Libardo, un señor que desde hacía algunos años había atravesado el umbral de la tercera edad (60 años), también solía asistir a sesiones de entrenamiento en el mismo gimnasio. Si bien le angustiaba asumir que su juventud ya se había marchitado y que su sex appeal, a medida que pasaban los días se haría cada vez más invisible, no sólo buscaría con su rutina de gimnasio reivindicar ese sex appeal, sino también prorrogar su probabilidad de mantener óptima salud, no obstante aunque él quisiera, ya no podía emprender rutinas de tanto impacto como las de los fisiculturistas, pero independientemente de su edad, siempre se sentía con la energía y capacidad suficientes de hacer lo mismo que éstos, quizás para impresionar a las hermosas y buenonas damas que allí también hacían rutina, o simplemente para desmitificar algunos prejuicios que se tienen con las personas más mayores.
En una tarde de gimnasio cualquiera, Don Libardo enfrentaba los comunes pormenores de la hora pico cuando el gimnasio comenzaba a poblarse masivamente, teniendo aún a disposición los equipos que su instructor le sugería para su rutina, él los contemplaba como segunda opción, ya que él siempre deseaba utilizar los aparatos que los atletas de nivel más avanzado solían utilizar. A él le gustaba impresionar, le gustaba que las personas, especialmente las damas dijeran cosas como "Me encantaría tener esa condición cuando tenga esa edad", sin embargo, a esa hora, la  mayoría de las máquinas "bacanas" estaban casi todas ocupadas, por lo que él no tenía timidez alguna a la hora de parársele a alguien al lado para acosarlo y hacerlo ceder la máquina, pidiéndole que la rotara, aún así, él no se animaba a hacer lo mismo con los negros y los macancanes que regularmente las utilizaban, pues los veía un poco intimidantes aunque conscientemente no lo aceptase, así que buscaba a alguna chica con aspecto de primípara o alguien con cara de pelotudo a quién pudiera hacer ceder a base de presión. Don Libardo, en esa misma tarde, miró a su alrededor y se sintió feliz porque la cabina para pectorales estaba siendo ocupada por un personaje de apariencia bonachona; nada más y nada menos que Iván Klinkert. 
Don Libardo convencido de que le sería muy sencillo hacer ceder a aquel individuo de aspecto virginal y tontarrón, fue con toda prepotencia a parársele al lado para hacerle entender que necesitaba del equipo. Cuando Klinkert terminó su serie y al hacer caso omiso de la presencia de Don Libardo, prosiguió con la siguiente serie. A Don Libardo quien muy seguro de sí mismo, no le importó hacer interrumpir a su joven vecino tocándole el hombro con su dedo pidiéndole que le prestase atención. Iván Klinkert, que en ese momento se encontraba con unos auriculares puestos en el oído, ya que no gustaba de la música de fondo que ponían en el gimnasio, prestó atención quitándose uno de estos auriculares del oído.
"¿Será que se demora mucho usted ahí?" Preguntó Don Libardo.
"Me faltan un par de series" Respondió Klinkert de manera relajada e indiferente, procediendo asimismo a reanudar su serie, enchufándose nuevamente el auricular en su oído.
"¿Será que nos la podemos rotar un rato?" Preguntó el viejo Libardo, a lo que Klinkert no prestó atención, aparentando no haberle escuchado por tener puestos los auriculares.
Habiendo terminado Iván Klinkert su penúltima serie, durante el descanso de menos de diez segundos que éste solía tomarse entre serie y serie, Don Libardo se acercó más, tocándole a Klinkert uno de sus hombros y haciéndole con su otra mano un gesto que le indicaba ponerse de pie. 
Iván Klinkert se quitó de encima la mano de Don Libardo, con su otra mano le hizo un gesto de "alto ahí mantenga su distancia".
Cuando Klinkert iba a comenzar su última serie en la cabina de pectorales, miraba el rostro enfadado y los manoteos de don Libardo, y extrañado por ésto se quitó de nuevo sus auriculares para escuchar qué era lo que tanto renegaba aquel insolente e inoportuno hombre mayor.
"¿Perdón?" Preguntó Iván Klinkert aparentando mantener su tranquilidad.
"Hermano, suelte esa hijueputa máquina que eso no es suyo papá, es para todos". Braveaba Don Libardo para hacerle notar al joven (aparentemente bonachón) su autoridad.  
Klinkert, en una actitud muy meimportaunculista, sin aún dirigirle la mirada dijo:
"Cuando vengo al gimnasio y encuentro a alguien ocupando uno de los equipos que yo quiero utilizar, ni me le arrimo, ni le pregunto, ni le digo absolutamente nada, simplemente, respeto su turno, espero que termine y mientras tanto voy haciendo otro ejercicio ¿Por qué no hace usted lo mismo, señor?".
"¿Y quién es usted para decirme lo que tengo que hacer?" Preguntó don Libardo de manera desafiante.
Klinkert, quien ya estaba a punto de comenzar su última serie en la máquina, soltó sus manos de las dos maniguetas abrió inmensamente sus ojos oscuros de color aguapaneloso y lanzó una mirada de desconcierto a su vecino mayor, y así, poniéndose pie, dirigiéndose prepotente, altivo y desafiante al indefenso anciano fitness, lanzó una mirada mucho más agresiva como si esa oscura mirada fuese un vórtice de ira acumulada que se acrecentaba para arrasar todo lo que estuviera a su paso.
"¿Entonces veo que usted es de las personas mayores que les gusta arreglarlo todo a la manera antigua?" Preguntó acertivamente Klinkert enseñándole los nudillos de su mano izquierda.
Iván Klinkert veía como el rostro de su veterano interlocutor palidecía, que por un momento creyó que su conato de agresión provocaría un infarto mortal al señor.
Luego, Don Libardo, ya en un tono más tranquilo dijo: "No, tampoco para que se ponga así, yo simplemente quería ver si podía hacerle un ratico a la maquina mientras usted descansaba".
"Yo todavía no estoy descansando, señor, una cosa es descansar y otra cosa es ser interrumpido".
Don Libardo se retiro desconcertado, y Klinkert a duras penas logró terminar su última serie, pues su interacción con aquel desconocido coartó un poco su concentración.

lunes, 18 de febrero de 2013

LA MERY JAIMES. ("Epílogo")

No guardé demasiadas expectativas respecto a mi salida con Holanda y los hechos que ocurrieron en ésta tampoco fueron más allá. Fue un momento tranquilo y si no fuera por lo novedoso que resultó ser el reencontrarnos ella y yo, hubiera sido algo monótono, y pese a que estuve a punto de echarlo a perder, tampoco eso cambió la dinámica.
Nos encontramos en la Estación Estadio del metro, para luego tomar un taxi en la carrera 70 que por la tarifa mínima nos llevaba hasta el centro comercial de marras ubicado al frente de la UPB. En el taxi sólo hablamos cosas referentes al trabajo y a sus horarios, me gustaba que fuera ella quien preguntara ya que yo no tenía ni idea de qué carajos podía yo hablarle.
Estando ya en el centro comercial, entramos a un local famoso por sus Waffles y Crêpes y allí comimos. En el lugar, ella me había contado que su madre recién se había estrenado en su nuevo empleo, sin embargo andaba muy mal de ánimo porque era la misma Holanda la que andaba sin empleo en ese momento. Después de terminar con los Waffles con helado, tuve la idea de que fuéramos al último piso. La zona de juegos y cinemas y buscáramos algo en qué divertirnos. A primera instancia nos divertimos jugando Hockey de mesa, quedamos empatados porque sentía pena con ella si jugaba con todas mis fuerzas. Luego nos fuimos a los carritos chocones, donde nos reímos mucho, y terminamos sentados en una banca del tercer piso hablando.
“Debes volver a casa y eso que ganas en tu trabajo deberías ahorrarlo para estudiar”
Insistía ella.
“Mis papás no tolerarían si viviera con ellos trabajando y sin aportar nada para la casa, no habría mucha diferencia”.
“Antes no mirabas a los ojos cuando me hablabas”. Dijo ella aludiendo a mi timidez.
No supe qué responder, sólo permanecí varios segundos contemplando su rostro, en donde podía percibir su peculiar belleza. Sentí deseos de acariciarla, de besarla, pero la sensatez hizo presencia en el instante y lugar.
“¿Tiene usted novio, Holanda?”. Pregunté para curarme en salud.
“Sí, pero desde hace muy poco ¿Y tú tienes novia?”
“No, aun no”. Respondí sin querer avanzar más en el tema.
“Cualquier chica estaría feliz de estar al lado tuyo”. Decía ella como si tratara de consolarme, cual si hubiese adivinado cuál era mi verdadera intención al haberle preguntado por su novio.
“¿Vamos arriba y vemos qué película hay en cartelera?, sería chévere si entráramos a cine”. Sugerí yo, buscando desviar el tema.
“Gracias, pero debo encontrarme con Daniel. (Así se llamaba el chico de la Universidad que ahora era su novio) a las 6 de la tarde, de verdad este encuentro tal cual como fue, ha sido espectacular, gracias, eres muy especial”. Dijo ella, besándome después en la mejilla.
Tomamos un taxi hacia el centro, donde no compartimos palabra alguna, sospecho que ella sabía que me sentía mal por lo de su novio, no obstante respetó mi silencio”. Después de despedirme de ella, en la calle Ayacucho, sector de San Ignacio, me acerqué a una confitería cercana donde adquirí una caja Tetrapack litro de vino tinto argentino importado y barato para tomármela yo solo en mi pequeña guarida de Prado Centro.
Esa misma noche mientras bebía y escuchaba mis cassettes, tumbado horizontalmente sobre mi cama, en el estado más etílicamente somnoliento, sentí como una desnuda figura femenina emergía desde la cabecera de mi cama y se deslizaba cual víbora sobre mi humanidad, acariciando con sus labios mi cuello orejas, mejilla y boca, deleitándome con el singular aroma de su piel y cabello.
“Mery, sé que no deberías estar acá, pero por favor quédate conmigo el tiempo que sea necesario”.
No respondió nada, sólo se aferró más a mi cuerpo, colocando su cabeza sobre mi pecho, bajo mi mentón, como si también estuviese ávida de sentirme a su lado.
Al día siguiente no encontré sobre mi cama rastro alguno de haber estado con alguien más, seguramente sólo se trató de un sueño. Amanecí con mucho dolor de cabeza y otros pequeños malestares relacionados con lo que estuve bebiendo solitariamente en la noche anterior, noche en donde sólo escuché buena música y caí dormido fácilmente ante el abrumamiento producido por la dosis de alcohol. Los domingos siempre acostumbraba salir por la mañanas, trotar hasta el estadio, hacer algo de flexiones y abdominales y regresar a descansar después de un pequeño almuerzo. Aquel Domingo no me sentí con muchos deseos de aguantar un trote hasta el estadio, no obstante sí logré llegar hasta allá pero caminando, no soportaba la idea de permanecer solo todo un día encerrado en un cuarto sin al menos un televisor que me distrajera. Es cierto que tenía radio, pero a esa hora la programación no era tan atractiva como para permanecer en casa escuchándola. Por la tarde regresé a casa donde permanecí escuchando fútbol por la radio y por la noche traté de leer para caer dormido tempranamente. Me asombré de mi mismo en aquella ocasión al haber pasado un día en completa soledad, donde solamente pronuncié 4 palabras (Las necesarias para comprar el almuerzo) y donde traté de no añorar ni a Mery, ni a Holanda, ni a mi familia.
Fui al trabajo el día después, y me encontré en un desconcertante escenario. El negocio de Mery estaba siendo desmantelado. Allí pude ver a Don Francisco, quien dirigía la operación y daba instrucciones a los trabajadores que metían toda la mercancía y muebles en dos diferentes camiones estacionados a la salida del lugar. Allí también estaba Isabel, al mando de su Twingo rojo, luciendo lentes oscuros. Cuando traté de ingresar al local, ella me llamó y fui hacia ella.
“No debiste dejar a mi mamá sola el otro día”. Me decía en un tono oscuro poco habitual en ella.
“¿Qué pasó?”. Pregunté yo.
De repente una voz se escuchó a lo lejos, era Don Francisco llamándome, al que acudí de inmediato.
Entramos él y yo al lugar y subimos al segundo piso donde estaba el taller de Mery completamente desmantelado, sólo había algunas sillas, de las cuales tomó una para sentarse y preguntarme:
“De acuerdo al tiempo que usted trabajó acá, ¿por cuánto cree usted que se le debería liquidar?”.
“No lo sé, deberíamos preguntarle a doña Mery”. Respondí.
“Mire muchacho, doña Mery no va a estar presente el día de hoy, con quien usted debe arreglar ahora es conmigo, y como usted ve estamos clausurando el local porque éste ya cumplió su ciclo…”. Hizo una pausa y me mandó una mirada inquisidora, y luego continuó a manera de ultimátum: “Porque lo que es a usted lo necesito liquidado de una vez por todas. No quiero volverlo a ver, lo quiero lejos de acá y de mi familia, así que dígame cuánto necesita, y piérdase para siempre”. Decía él, sacando de su portafolio una chequera y un lapicero.
“Para fortuna suya señor, no necesito dinero, además no creo que nos volvamos a ver, gracias”. Respondí, y  de inmediato abandoné el lugar sin darme el lujo de mirarle la cara que hizo al dejarlo con su lapicero y chequera listos para firmar.
En realidad no sé cuan pendejo o pusilánime pude haber sido yo al obrar de esa manera, por muy poco que me importara ese dinero, tenía derecho a recibirlo, pero tampoco quería sentirme como alguien que le arrojan monedas al piso, se agacha recogerlas mientras le pisotean, así como también estoy seguro de que al señor ese le valió huevo todo ese falso orgullo que traté de mostrar.
Al salir del lugar quise dirigirme hacia el carro de Isa, pero ella ya no estaba más allí.
Don Francisco custodiaba desde la puerta de lo que alguna vez fue el negocio de Mery, parecía como si no supiera a quien mirar, si a los trabajadores del camión o a mí. Sentí cierto temor, pensaba que en cualquier momento aparecerían unos motonetos y me dispararían, pero pude terminar de andar la cuadra tranquilamente.
Antes de doblar la esquina de esa cuadra había una pequeña cafetería, desde la cual me llamaba una voz familiar.
“¿Si supo lo que pasó?”. Preguntaba Ruby, quien se encontraba allí tomando una bebida caliente, tinto o aromática, algo así, y luciendo un semblante bastante preocupado con ojos llorosos sin saberse si era por Mery o porque sencillamente también se había quedado sin empleo.
“No tengo ni idea, fui a averiguarlo, y el señor ese casi me saca a patadas”. Respondí.
“Mucho hijueputa, él desde hace años venía cayéndole al negocio”. Se quejó ella.
“¿Pero por qué están clausurando el negocio?, no entiendo ¿Mery te dijo algo?”. Preguntaba yo.
“Mire, el sábado pasado, a eso de las 2 de la tarde, una clienta entró a la tienda, al ver que no había quien le despachara, ni le contestara los saludos, miró a su alrededor, y se encontró a Doña Mery inconciente, tirada detrás del escritorio. Inmediatamente llamó a emergencias y una ambulancia se la llevó. Eso es lo que me han dicho los vecinos del sector, ni Don Francisco ni Isabelita han querido decir qué pasó con ella después, hasta ese pendejo me habló de la manera más grosera, lo que medio alcancé a escuchar fue que le dio un derrame o algo así, y tiene mucho sentido porque ella se quejaba mucho que le dolía la cabeza”.
La señora empezó a sollozar y empecé a sentirme mal yo también.
“Cuídese muchacho, y que la virgen me lo acompañe de aquí en adelante”. Entendí que con esa frase ella quería decir que me tenía que ir. La besé en la mejilla y abandoné el lugar sin dejar de mirar atrás a la expectativa de algún sicario motorizado que pasara, pero que nunca apareció.
Me sorprendió la tranquilidad con que estaba enfrentando yo aquellos eventos, sin embargo a medida que el bus del Poblado con dirección al centro avanzaba (Tenía miedo de andar a pie), mi interés acerca de lo de Mery mudó de indiferencia a consternación.
Media hora más tarde me encontraba en la casa de mis padres conversando con mamá, quien al verse contenta de verme hacer visita, no tardó en servirme un montón de comida y mostrándose sorprendida ante la noticia de Mery, a quien empezó a llamar por teléfono repetidas veces sin que le llegasen a contestar.
“¿Ahora qué vas a hacer sin trabajo?”. Preguntaba ella.
“Quizás pedirle trabajo a un amigo que tiene un bar en el centro”.
“¿Y sí crees que te lo dé?
“¡Seguro!”. Respondí.
“Ojalá, con tal de que no se vuelva a montar a cantar en los buses”
“Tranquila, ya no tengo guitarra”.
Mientras trataba de comer sin mucho apetito lo que ella me había servido, sólo para no desagradecerle, ella seguía insistiendo en el teléfono, en procura de noticias acerca de Mery, así como lo estuvo haciendo por algunos días más, hasta que el teléfono empezó a sonar como si estuviese ocupado o cortado.
“¿Qué le habrá pasado a la pobre Mery?, esto si que está bien extraño”. Reflexionaba ella y remató con su recurrente recuerdo de infancia donde evocaba sus años de juventud al lado de la joven Mery Jaimes. "Y es que la Mery Jaimes fue muy bonita, odiada por unas, admirada por otras, sin embargo todas queríamos ser de algún modo como ella".
También evocaba la manera impecable como su madre (La tía Piedad) la enviaba al colegio, con un delantal bellamente confeccionado que a la hora de hacer trabajos artísticos le mantenían impecable su uniforme, cuidaba de su cabello para que se viera más largo e imponente que el de las otras compañeras, en los festivales de talento, en las izadas de bandera , y hasta en el concursos de la niña más linda del colegio, ella siempre se destacaba, uno de sus padres era intérprete de música tradicional y andina, y ella cantaba con él y participaban en festivales de la canción, hasta incluso llegaron a salir en la televisión.
Y remataba diciendo: “Aahh que linda era la Mery Jaimes, si hubiese tenido una hijita, la educaría para que fuera una niña tan linda y buena como lo fue ella."
Al terminar la visita a mi madre, y al verme sin nada qué hacer me fui a descansar a mi lugar de refugio, donde mi estupor por lo ocurrido se transformó en una profunda nostalgia, recordando los mejores instantes que compartía al lado de Mery y tratando de entender lo que sentía por ella.
No logré enterarme de noticia alguna relacionada con Mery Jaimes, por lo mucho o poco que haya tratado de indagarlo después, pero tampoco averigüé demasiado.
El mes ya estaba en su tercera semana y aun no había reunido el dinero faltante para pagar un mes más de arriendo, incluso había gastado parte de este ahorro en mi salida con Holanda, y ahora estando sin trabajo, veía como finalmente los problemas arribaban a mi estancia. No quería regresar de vuelta a casa de mis padres habiendo fracasado.
Pensé en el Cómics Bar, y proponerle a Chucky mi “proyecto” como solitario, aunque sabía que sin Mery me costaría mucho lograr un show de calidad, además me sería un poco incómodo tener que estarle pidiendo prestada una guitarra cada vez que quisiera tocar en su bar, “ojalá me permitiera trabajar asi fuera de mesero”, pensaba yo. De repente recordé la guitarra eléctrica que Mery utilizó para nuestra presentación y que se llevó consigo aquella madrugada después de esa larga noche que pasamos juntos, de repente también recordé la otra guitarra que ella me prestó, aquella vieja y fina guitarra española que la acompañó desde su juventud, y que tuvimos que descartar para dicha presentación, y que finalmente tuve que guardar debajo de la cama. Inmediatamente me asomé debajo de la cama y allí aun estaba ese estuche, el cual sin dejar yo de estar sorprendido al verlo aun allí, procedí en abrir. Mientras sacaba de allí el instrumento y luego lo afinaba, el aroma de madera fina de la guitarra, parecía ser la impronta de los mejores momentos de mi hermosa amistad con Mery, me llené de nostalgia, que decidí tocar una canción para revivir esos momentos. Al día siguiente madrugué con la intención de ir a San Joaquín a devolver el instrumento y averiguar noticias recientes acerca de ella, sin embargo por mucho que haya intentado romper la promesa que le hice a Don Francisco llamando desde el teléfono público de la calle, y al no hallar respuesta alguna a mis llamadas telefónicas, decidí quedarme con la guitarra, hasta que algún día o alguien (Ojalá la misma Mery Jaimes), fuera en mi búsqueda para reclamarla. Aun la estoy esperando.
Al no tener nada más que hacer esa mañana, me aventuré a buscar una forma de ganar dinero y conseguir lo que me faltaba para el arriendo. Me sentía avergonzado de tener que volverme a montar en los buses a cantar viejas canciones, que permanecí media hora sentado en una banca del Parque del Periodista, dejando pasar más de 3 buses de Circular Coonatra, ya que aun no había reunido el valor suficiente para aceptarlo y asumirlo nuevamente. Mientras permanecía allí sentado, tratándome de animar por medio de los arpegios que le sacaba a la hermosa guitarra, una flauta cercana se dejó oír tratando de de homogeneizar su dulce sonido con las notas de la guitarra.
“¡Holanda!, ¿Va para la U?”. Le pregunté yo, tratando de ocultar mi asombro.
“Si estuviera yendo hacia la U, el bus lo tomaría en la otra cuadra, en el Palo”.
“¿Qué cuenta de nuevo?, ¿a qué debo el gusto?”. Pregunté.
“Bueno, no tengo trabajo, y debo buscar una forma de ganar algo para ayudar a mi mamá, por ahora, toca subirme a los buses a tocar una melodía con la flauta y cantarles a capella otra canción”.
“Entonces usted es mi competencia porque también me quedé sin trabajo, clausuraron el negocio donde trabajaba”. Dije aguantándome la vergüenza de hacerle saber que mis cosas no andaban bien.
“Oh, qué lástima, pero en realidad no me interesa ser tu competencia, porque aprovechando que por alguna razón estamos nuevamente acá reunidos, te quiero preguntar si me puedes dar trabajo, creo que quizás necesites una buena vocalista”. Sugirió ella.
No lo pensé demasiado, sólo respondí: “No hay tiempo para ensayar, allí viene otro Circular”.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::FIN:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

martes, 29 de enero de 2013

LA MERY JAIMES (14to Acto: "Desde hace bastante padezco migrañas")

“No fui muy querida por la familia de mi esposo, ya te había dicho que la familia de Francisco a pesar de ser una familia ´de modo´, no eran como los aristócratas sofisticados que muestran en el cine o en las telenovelas mexicanas, simplemente eran una familia de origen campesino que supo sacar buen provecho de sus negocios. Con su padre no tuve mucho problema, aunque tampoco creo que le importase mucho, a su madre nunca le agradé, ella nunca vio con buenos ojos lo que yo hacía, ni mi forma de ser. Si yo era callada y tímida, ella lo interpretaba como antipática y arrogante, si tocaba en una banda rock, era peor que ser una cabaretera nudista. Fueron muchas las veces en que ella intentó hacerme entrar en conflicto con Francisco, pero por fortuna mía, Francisco creía más en mí que en su propia madre, la cual siempre deseó para su hijo una mujer más ´tradicional´, de familia, preferiblemente como ella misma. Recuerdo que ella estimaba mucho a su otra nuera, una chica buena pero medio-tonta, extremadamente sumisa, que en ocasiones era molida a golpes por su marido, el hermano mayor de Francisco. Tenían un hijo, un pequeño rufián, al que la abuela le celebraba todas sus travesuras, el niño casi siempre estaba con la abuela, ni siquiera con su madre la que casi siempre por lo general era manipulada por la señora suegra, si la madre cohibía al muchacho por algo, la suegra intervenía diciendo ´déjelo, los niños deben ser avispados, ¿o es que acaso quiere que sea un bobito o un mariconcito?´.
Cuando tuve a mi hijo Marcos, ella también quiso ser quien lo criara a su modo, pero yo no quise que fuera así, no quería que mi hijo fuese un muchacho malcriado sin ninguna noción del respeto, para eso elegí a mi tía Piedad, quien me ayudaría a cuidarlo cuando yo estuviera trabajando o en la universidad. La mamá de Francisco tampoco miraba con buenos ojos, que yo estudiara y trabajara, ya que con un esposo como el que yo tenía no había necesidad de ello. Las veces que Francisco y yo íbamos a la finca de sus padres a hacer visita, el otro niño, el sobrinito de mi esposo disfrutaba haciéndole maldades, cuando yo lo apartaba de él, esa señora se me enfrentaba, diciendo: “Son niños, déjelos que así es como juegan”.
Hubo un tiempo en que Francisco me pidió que debía dejar de vez en cuando que su madre cuidara al niño ya que él no confiaba de mi tía Piedad y sus tendencias lésbicas, razón que me parecía absurda ya que siendo ella la que me crió a mí, no había en ello absolutamente nada de ello que me hubiese afectado. Mi tía era una de esas mujeres creyentes y rezanderas, ella solía prenderle velas a la virgen y algunos santos. Marcos quería mucho a la tía, ella lo sacaba a pasear al parque, jugaba con él todo el tiempo, le leía cuentos, le enseñaba a ser cooperativo y útil y gracias a ella, el niño creció siendo muy inteligente, activo y comunicativo, era un niño brillante. Yo había renunciado a mi trabajo para tener más espacio para mi hijo por las tardes, sin renunciar aun a mis estudios en la Universidad.
Una noche ambas salimos con el niño para ver el alumbrado navideño, y le compramos un globito de esos que se llenan con helio y flotan en el aire,  porque la cometa que yo le había hecho días antes no le elevaba y su idea era hacer que el globito se elevase lo más alto posible atándolo de un largo hilo y traerlo de regreso. Al día siguiente, después de haber regresado a la universidad, fui a recoger al niño, pero me encontré con un panorama dantezco; la gente, alguna con indumentaria de los bomberos sacaba muebles camas y utensilios, algunos consumidos por las llamas. La teoría fue que el globo de helio fue arrastrado por alguna corriente de aire hacia alguna de las veladoras que en ese momento tenía encendida la tía Piedad, el contacto entre ambos objetos provocó una inmediata combustión que lo consumió casi todo en segundos. Mi tía Piedad murió consumida por las llamas, mi hijo que iba a cumplir 5 añitos logró escapar de las llamas pero murió asfixiado tratando de abrir la puerta.
Quise morir también en ese momento, pero ya tenía 6 meses de embarazo, Isabel ya venía en camino, pero después de aquella tragedia renuncié a todo a mis estudios, a mi futuro, sería madre por tiempo completo”.
Esta triste y trágica historia de Mery fue una de las varias vivencias que compartimos aquella larga noche después de haber terminado el extenso idílio de una noche entre ella y yo. En aquella ocasión pasamos la noche de largo, yo no logré conciliar el sueño, la acaricié en su espalda y nalgas mientras reposábamos desnudos sobre el mismo lecho hasta el amanecer. Se marchó en la madrugada, con la bolsa y casi todas sus cosas, yo le ayudé a conseguir un taxi, nos dio pena despertar a esa hora a la dueña del edificio, de manera que tendría que llevarle su moto al trabajo el día siguiente.
No fue difícil mirarla con objetividad los días siguientes donde eventos complejos comenzaron a afectar la dinámica del negocio.
Mery pasó ausente durante 3 días donde el negocio estuvo al mando de doña Ruby mientras que Yuri, permanecía muy a disgusto rindiendo cuentas, explicándole facturas, y las tablas de inventarios a Don Francisco, quien sorpresivamente anduvo merodeando durante toda aquella tensa semana, y me sorprendía como se dirigía a ella a los regaños y gritos, cual si fuese una niña tonta que estuviese acostumbrada a esta clase de vejámenes, pero en realidad no lo era tanto porque al día siguiente renunció.
La labor de Yuri quedó repartida entre doña Ruby y yo. El señor Francisco no interactuó mucho conmigo, lo recuerdo como un señor de estatura media, no más alto que yo, su rostro tenía aspecto de hombre bonachón e inseguro o quizás era un aspecto normal comparado a la imagen sagaz y algo malévola según lo que Mery me había descrito de él, pero tenía un aspecto estresado y estresante, y así usara camisetas manga larga, pantalones de paño y corbata, no se le veía elegante, tenía más aspecto de predicador puerta a puerta que de alto ejecutivo aunque su negra cabellera dejaba ver una que otra plateada hebra de cabello que no le hacían ver tan viejo de todos modos.
“Así que usted es ´el hombre´”. Fue lo único que me dijo en el primer encuentro ocasional frente a frente que tuvimos, ante ello sólo pude asentir y él también asintió, sin parecer muy encantado en conocerme, seguramente no le di muy buena impresión, quizás porque no lo saludé desde un principio, o porque no le estreché la mano, o porque ya sabía que me estaba acostando con su mujer, nunca lo supe.
Al regreso de Mery, todo parecía que durante esos pocos días habían pasado no sólo años sino toda una era donde todos parecíamos haber envejecido con el lugar. En el sector ya habían comenzado a asentarse otras tiendas-talleres de otros diseñadores y de la noche a la mañana la cuadra se convirtió en una especie de centro comercial al aire libre donde abundaban boutiques, tiendas de accesorios, y almacenes exclusivos de diseñadores. Ya había demasiada competencia, y al otrora innovador negocio de Mery le costaba demasiado respirar, pero no creo que haya sido por aquella abundante competencia que el negocio flaqueaba, ya que Mery era lo suficientemente inteligente para encararlo, el problema ahora era su apatía, su ánimo parecía deteriorarse cada día más, al principio pensaba que se trataba de su salud, ya que por aquellos días, después de que Don Francisco desapareciera, permaneció guarnecida en el segundo piso, mandando órdenes desde Ruby y terminando algunos encargos pendientes. Mientras yo ya me encargaba de las ventas de mostrador, ya eran muy pocas las tareas de mensajero que me correspondían hacer. Mi relación con Mery diariamente se limitaba al saludo, y algunas de sus órdenes me aparecían por escrito, siendo Ruby quien me las explicaba. Eran días largos y aciagos, incluso trabajando doble jornada en el mostrador, pasando dos días sin hacer una sola venta. Cuando estaba Ruby presente, cada vez que yo intentaba subir al segundo piso a preguntarle algo a Mery, Ruby trataba de obstruir como si allá arriba hubiese algo que yo no podía ver. Una vez, durante la hora de almuerzo, Ruby se ausento algunos minutos, traté de aprovechar el momento y verificar si Mery estaba allá arriba ya que durante aquel día no la había visto llegar ni sentido. Subí por la pequeña escalera, y cuando mi cabeza comenzaba a emerger al segundo piso, podía verla a ella dando la espalda en su mesa de bordado, trabajando silenciosamente, donde el único ruido que podía percibirse era el de sus sollozos  tan seguidos y tan intensos como un ataque de hipo, luego Doña Ruby me sorprendió en la escalera, y el regaño no se hizo esperar: “¡Qué estaba haciendo allá!, ¿no ve que a Doña Mery le ha estado doliendo mucho la cabeza?”, Exclamaba y preguntaba ella.
“¿Para qué no le dice que vaya donde el médico?”. Sugerí yo.
“Eso a usted no le incumbe, ella verá como le hace, pero de ahora en adelante usted no debe subir allá sin autorización”. Aun me extrañaba el ambiente tan enrarecido y por el por qué de todo aquello, no obstante el latigazo definitivo a mi motivación de trabajar fue cuando Mery por fin hizo presencia en el primer piso y viéndome allí dijo: “A final de la jornada suba al taller para que hablemos”. Si no es porque su presencia representaba para mí una figura de amistad, amor y ternura, trabajaría nervioso y paranoico hasta el fin de aquella jornada.
Me presenté en su taller finalizando la jornada, allí se encontraba empacando, trabajos a los que durante toda esa semana ella estuvo dedicada. “Estoy muy apenada contigo”. Decía ella con sus lentes puestos sin lanzarme una sola mirada y seguía: “Usted ha visto todo el despelote con el que hemos estado lidiando todos estos días, nos va a costar mucho trabajo salir de esto”.
“En realidad no me importa Mery, estaré contigo siempre, incluso en los momentos difíciles”. Respondí.
“¡Claro que debe importarte!”. Exclamó ella con un tono fuerte. “Te necesito más concentrado, no quiero hacerte daño, ni abusar de tu sumisa bondad, olvídate de todas las confianzas que te he dado, ahora los dos vamos a estar concentrados en parar este negocio, y ahora que conozco tus sentimientos hacia mí, te suplico que los dejes a un lado, de lo contrario, voy a tener que echarte”.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando, me pareció injusto y algo descarado. Si ella fuera un hombre y yo fuera una dulce e inocente joven sería algo por lo que podría chatajear, pero a la hora de pensar en ello, hacer público lo que pasó entre los dos con ese fin, era tan absurdo como ridículo, nadie me lo creería, no obstante fue más mi tristeza que mi rencor hacia ella.
Aquella vez, al salir del trabajo, sentí deseos de que me atropellara un carro o que una banda de asaltantes llegara al acecho para hacerme daño, de hecho, en mi habitual viaje a pie, antes de llegar a San Diego, me desvié por esas zonas desoladas cercanas a la estación exposiciones hasta llegar a la Alpujarra, pero ningún maleante me persiguió, ni un indigente tampoco me abordó para pedirme moneda alguna, fue como un viaje en piloto automático donde no sentí el rigor del trayecto. Me sentí bastante cansado hasta que habiendo ya llegando, a la carrera Junín, decidí darle uso a la moneda de 500 que llevaba en el bolsillo. En un principio quise gastármela en una bolsita de agua o algo refrescante, pero no tenía tanta sed como para morir de inanición antes de llegar a casa, así que la invertí en 20 minutos de Internet en una de las cabinas privadas del sótano del Centro Comercial **ión Plaza. Ya estando dentro del café internet, al frente del monitor de uno de los computadores, visualizando la bandeja de entrada de mi correo electrónico sin ninguna novedad más que el spam, algo me dio pie para recordar a alguien, por lo que de mi billetera saqué un pequeño papel donde estaba la dirección electrónica que Holanda me había anotado, aquella noche de la temporada decembrina donde ambos coincidimos trabajando en la casa de banquetes. Le escribí lo siguiente:
“Querida amiga:
Quiero disculparme por el distanciamiento y por no haberte entendido en su momento.
Me gustaría ir a ***centro, ese centro comercial que queda al frente de la UPB, hace tiempos que quiero ir allá. ¿Podrías acompañarme este próximo sábado?.
Es todo.    
Con esto buscaba una razón por la que valiera la pena terminar la semana.
Según el temporizador del computador, sólo habían transcurrido 6 minutos cuando terminé de digitar mi mensaje para Holanda, Ya en los otros 14 minutos restantes decidí permanecer viendo videos musicales en Youtube, y cuando sólo faltaban 2 minutos para que se cumpliera el tiempo y el programa me cerrara la sesión automáticamente, decidí darle un vistazo nuevamente a la bandeja de entrada de mi correo electrónico, a sabiendas que era demasiado optimista pensar que Holanda me contestaría inmediatamente, pero como si de una broma del destino se tratase, encontré 1 mensaje nuevo en bandeja remitido por una tal “Holanda Mejía”. Ni el más optimista esperaría semejante respuesta tan inmediata. Abrí el mensaje y éste decía:
“Querido amigo:
Yo también quiero disculparme por mi ingratitud.
¿Para este sábado? Bueno, si podemos vernos temprano, es decir, después del mediodía, seguro que te puedo acompañar.
A propósito, ya nos reconectaron la línea telefónica, el nuevo número es ### ####, llámame para que fijemos una hora y lugar de encuentro.
Nos vemos pronto, un abrazo.
Holanda.”
A la salida del lugar, al pagar por el servicio con la preciada moneda de 500, tuve otro encuentro inesperado.
“¡Hola!, ¿qué haces aquí?”. Preguntaba Yuri.
“Bueno pues pasaba por aquí para revisar mi correo”, Respondí mientras ella hacía una sonrisa maliciosa como de ´sí, cómo no´, a sabiendas de que las cabinas privadas de Internet tenían la reputación de ser lugares muy comunes entre los solitarios pervertidos, que aprovchan la privacidad de los cubículos para disfrutar de la pornografía e incluso estimularse manualmente allí mismo.
“¿Y a qué debo la sorpresa?”. Pregunté yo.
“Bueno, estoy trabajando acá mientras me resulta otra cosita, trabajo en el otro ciber café que está a dos locales más por este mismo corredor, es de los mismos dueños, vine aquí a decirle a Vane que me espere para irnos juntas”. Me presentó a Vane a quien yo había pagado los 500 pesos, y luego nos fuimos al otro local a charlar un rato.
“¿Por qué renunciaste al otro trabajo?”. Pregunté yo.
“No me diga que no sabe, usted que es tan íntimo de Doña Mery”. Respondió
“Pues tan íntimo seré que ni tengo idea, pero si es algo muy personal, haré de cuenta que no me incumbe”.
“Mira, Doña Mery desde hace mucho le debe unos buenos millones a ese señor Don Francisco, lo que hace él es ir a cobrar un porcentaje a manera de vacuna, el señor ese se la pasa atormentándola y amenazándola, por eso es que Mery trata de buscar la forma de impulsar su marca y recibir buenas ventas para no quedar tan desangrada. Todos estos años, yo he estado ayudándole a ella a llevar la contabilidad y el inventario. Él no la molesta mucho a ella desde que ella le cumpla con el 30% de sus ganancias, si no lo hace, siempre le hace una maldad, tal como, ponerle petardos al negocio, robarle, y si ella lo denuncia él la amenaza. Ese señor es de lo peor. Ahora que está pidiendo 70% porque también él está metido en severo problema llegó arrasando con todo, entonces más bien me aburrí y me fui, usted también debería hacer lo mismo”.
No fue la última vez que vi a Yuri, seguí en contacto con ella y su amiga Vane por más tiempo, frecuentándolas muy seguido, hasta podría escribir otra historia extensa sobre mi posterior “amistad” y relación con una de ellas, por no decir ambas, pero también me lo ahorraré para no descontextuar el relato que nos ocupa.
Al día siguiente le pedí a Mery que me dejara trabajar el sábado hasta la 1pm, y que las otras 5 horas me las compensaría durante la siguiente semana, ya que había arreglado encontrarme con Holanda a las 2 pm, sin embargo Mery me recordó que ese sábado había que hacer inventario, pero ese mismo viernes, al terminar la jornada, Mery cambió de opinión al preguntarme que para qué necesitaba que me diera la tarde del sábado libre, a lo que respondí diciéndole la verdad, nuevamente volví a sentir ese talante amigable y bondadoso de la bella Mery quien se mostró comprensiva.
“¿Sabes qué?, deberías ir, te mereces esa cita es lindo retomar una amistad que nunca debió terminar”. Decía Mery con tono melancólico.
“En realidad quiero ayudarte con el inventario, Mery”.
“En otra ocasión lo haremos, esta vez lo haré con Ruby”.
Traté de no pensar si ella estaba siendo sarcástica o hipócrita y creer en su sinceridad, inconcientemente me frustraba y me llenaba de celos entender que ella no quería estar más conmigo, pero asimismo aceptaba y comprendía que era muy dependiente, que no era lo suficientemente hombre para hacerla feliz a ella, y que lo de aquella noche, bueno, fue una pequeña cana al aire.  
Aunque la misma Mery me había dado el sábado libre, fui a trabajar esa misma mañana de sábado sin que ella se opusiera ya que Ruby, por alguna razón que no me incumbía no pudo ir a trabajar aquel día, sin embargo no estuvo nada mal, hubo dos buenas ventas, fue un día hermoso donde Mery permaneció silenciosa y seria aunque no de mal humor, casi todo el tiempo ocupada elaborando nuevos ítems de bisutería para su línea de accesorios. Al mediodía se quejó de que le dolía la cabeza, un gag al que estaba tan acostumbrado y del cual ella lograba reponerse después de meterse un par de pastillas. Estuve a punto de llamar a Holanda para cancelar nuestro encuentro ya que Mery se encontraba sola y no disponía de nadie quien le ayudase a hacer el inventario, pero fue ella misma quien me lo recordó.
“Pero Mery, hoy hay que hacer inventario y Ruby no vino hoy.”
“Tranquilo, podemos hacerlo durante la semana por partecitas, no hay afán” Respondió ella desde un rincón donde con su mano en la frente y con el codo sobre el escritorio esperaba que los analgésicos surtieran efecto.
“Pero vea que le está doliendo la cabeza, ¿Sí cree usted que pueda aguantar la jornada de hoy hasta las 6pm?”. Le pregunté.
“Desde hace bastante padezco migrañas, todos los días lidio con ellas y tomo los medicamentos, tal como dice el doctor, y siempre he logrado terminar la jornada”.
Esa respuesta me dio cierta tranquilidad, dudosa, pero tranquilidad después de todo.
Aquel día, yo llevaba puesta la muda de ropa más nueva, cuando me alistaba para salir del lugar a mi encuentro con Holanda, me puse un suéter de lana sobre los hombros y Mery, comenzó a sonreir.
“Te ves muy lindo, esa chica se sentirá muy afortunada hoy”. Decía.
Sólo pude responder haciendo una mueca, luego cuando ya me disponía a abandonar el lugar, Mery me llama y me dice:
“Llévale un regalo de la tienda, una de esas carteritas, una pulserita, un collarcito, mira estos nuevos que he elaborado”
Pero aquella vez no me dejé atrapar de la solidaria dulzura de Mery, ya era un hombre orientado hacia la independencia (o al menos eso trataba yo) y quería mostrarle a ella, sólo por aquella ocasión  algo de carácter, y dejarle claro que yo ya no era digno de tanta compasión, ni que tenía por qué estarle recibiendo todo, que yo sólo me podía ocupar de mis asuntos.
“Tranquila Mery, no será necesario, ya le he comprado un regalo a ella”.
Ya, habiendo abandonado el lugar, antes de cruzar la calle, vuelvo mi vista hacia el lugar, y pude contemplar a través del cristal de la entrada la imagen de Mery, contemplándome desde el interior de la tienda siguiéndome con su triste mirada, cuando logré cruzar la calle, mire nuevamente hacia atrás y aun podía ver su imagen, poniéndose de pie, con la bisutería que ella recién había elaborado en sus manos, esa imagen me emocionó tanto que casi lloro del pesar que me dio haberle despreciado su cortesía, levanté mi mano despidiéndome, a lo que ella respondió agitando la suya.







domingo, 30 de diciembre de 2012

LA MERY JAIMES (13er Acto: "Atrapados")



Después de haber realizado la tan esperada presentación en el Comics´ Bar, nos encontrábamos Mery y yo en la salida del lugar esperando un taxi, sin dirigirnos la palabra y sin saber si ella estaba realmente enfadada después del beso que le dí en el bar ante la potencial mirada de los allí presentes.
Recuerdo que a la salida le puse la mano a un par de taxis que en el momento pasaron por allí ocupados, hasta que al fin, un minuto después, apareció uno disponible. Al detenerse solicité al conductor que fuera al barrio San Joaquín, a unas cuadras de la calle San Juan, pero después de que abriera la puerta y Mery entrara al vehículo ella me preguntó: “¿Por qué no subes y vas a tu casa primero?, tú vives más cerca, y luego sigo yo derecho a mi casa en este mismo viaje”.
Le obedecí de inmediato más por el deseo de no estar allí solo, que por ser yo quien llevaba el estuche de guitarra eléctrica que ella llevó exclusivamente para la presentación.
Estando a bordo del taxi, al ver lo estorboso que estaba siendo el aparato compartiendo con nosotros el asiento de atrás, Mery dijo:
“Menos mal ese amigo tuyo tenía un buen equipo porque sino esa guitarra que tienes ahí hubiera sido inútil”. 
A lo que respondí:
“Todas esas cosas se las encargué durante la semana. Ricardo es un hombre emprendedor, ha tocado en varias bandas, ha trabajado en tiendas de música y en su apartamento tiene un cuarto donde almacena instrumentos y varios equipos que alquila, y a veces los presta a algún amigo que él considere confiable”.
Mery solamente asintió al escuchar  mi respuesta acerca de “Chucky”, fue la única conversación que tuvimos a bordo del taxi. Cuando llegamos a mi aposento, le dejé su estuche con la guitarra eléctrica y al recibirlo ella me pidió el favor que le llevara el lunes siguiente las cosas que ella había dejado en mi cuarto además de la moto que dejó estacionada en el lobby del piso de la dueña del edificio para luego seguir su camino en el mismo taxi.
Cuando por fin entré a mi refugio, no sabía exactamente qué quería hacer primero. Si ir a la cama de inmediato, escuchar algo de música, ponerme a lavar ropa, fantasear con la visión aun intacta del cuerpo de Mery o simplemente darme una ducha. Opté por lo último, ya que eso de lavar por la noche no era buena idea al no tener el tendedero del solar disponible a esa hora. Lavar ropa en el pequeño cuarto era de cierto modo dramático, había que remojar la ropa en un balde usando suavizante, estregar y enjuagarla en la misma ducha, ya que no disponía de lavadero. La dueña también se ofrecía a lavar y a planchar mi ropa por cierta tarifa adicional, pero la idea mía de optimizar presupuesto, hacía que descartara gastos como por ejemplo el de servicio de tintorería. Así que me duché, luego me puse ropa cómoda para dormir; una pantaloneta y una vieja franela.  Cuando trataba de sintonizar alguna buena estación de radio, sonó de repente  el timbre del citófono.
Contesté y escuché su voz: 
“¿Estabas durmiendo?” Preguntaba Mery, de la cual supuse que se había devuelto por alguna de sus pertenencias que ella había dejado y que consideraba importante, como los cosméticos o la ropa íntima que se había cambiado y con los cuales no tuve valor en utilizarlos como ítem de fetichismo aprovechando mi soledad.   
Atravesé el pasillo de la edificación, abrí la puerta y allí estaba ella, aun con su estuche de guitarra y sosteniendo una bolsa que de acuerdo a su apariencia y aroma llevaba algo de comida. 
Abrí la puerta del cuarto, dejé que ella entrara. Me enternecía la manera tímida como ella se movía  estando ya dentro del cuarto, dando pasos cortos sin dejar escuchar el sonido de sus zapatos, miraba para todos lados sin sentarse, como si esperara que yo le autorizara.
“¿Te recibo lo que traes?” Pregunté.
“Oh, sí, traje algo de comida para que cenemos los dos” Decía ella sin mirarme a los ojos, desviando su mirada a todos lados como si se sintiera nerviosa o apenada conmigo y continuaba diciendo: “Pensé que quizás no habías cenado y me preocupaba que te fueras a la cama sin haber comido, y al ver la mejoría de semblante que has venido teniendo, no quisiera que vuelvas a desmejorar”.
No me extrañó semejante justificación de su inesperado regreso a mi aposento, considerando la fijación maternal de la que me habló en el Comics´ Bar. 
Mientras yo desempacaba la comida que ella había llevado y que consistía en un perro caliente y una hamburguesa con dos latas de cerveza, compradas seguramente en algún carrito de la Avenida La Playa, ella hincó su cuerpo hacia la caja que yo tenía debajo del escritorio, que hacía las veces de improvisada estantería, para ver los títulos de mi colección musical.
“Con razón ese amigo tuyo, Ricardo, el del bar te dice Parsons, tienes varios CDs de The Alan Parsons Project”. Decía ella esbozando una sonrisa pícara.
“Yo me como el perro y le dejo a usted la hamburguesa”. Propuse yo para no parecer ventajoso.
“¿No te gusta la hamburguesita que te compré?, el perro lo había comprado para mí”. Dijo ella con un tono maternal muy lastimero que resultó muy persuasivo.
Despejé el escritorio para dejarle allí servido su perro y lata de cerveza, mientras que yo me senté en la cama a comenzar a engullir mi hamburguesa. Mery, al ver que ella estaba más cómoda que yo y que no había un segundo asiento para compartir con ella el escritorio, fue a la cama y se sentó al lado mío, al entender yo su noble gesto, tomé la misma toalla que horas atrás le había prestado para que se diese una ducha y se la tendí sobre sus piernas para que así no se manchara su hermoso vestido que aun llevaba puesto y que se estrenó sólo para el recital en el Cómics´, gesto que agradeció con un “Qué lindo eres, gracias”.
Cenamos tranquilamente mientras escuchábamos como música de fondo “Latina Stereo”, ya que en el dial no logramos encontrar algo mejor, además de lo decepcionada que ella se sentía al no poder escuchar mi CD de “Fleetwood Mac, Greatest Hits” que ella había sacado de mi colección para escuchar durante nuestra velada, pero que tuvo que quedarse con las ganas ya que yo no tenía reproductor de CDs, pues el equipo en el que los escuchaba antes había quedado en casa de mis padres y era de mi papá.
“Si quieres te lo llevas a tu casa para que lo escuches”. Decía yo refiriéndome al CD de Fleetwood Mac, pero ella tampoco quiso llevárselo.
“¿Cómo y dónde conseguiste todos esos CDs?” Preguntó.
La colección la inicié hace 8 años, con el dinero que me daban para ir al colegio, no comía nada, ni tampoco me iba en bus, yo le decía a mi mamá que iba al centro, a la biblioteca a resolver alguna consulta, pero en realidad iba al centro a ver las tiendas de discos, en esa época aun existían muchas, en una de ellas conocí a ´Chucky´, Ricardo el del bar”.
Mientras yo le decía esto, ella, aprovechando que en ese momento llevaba pantaloneta tocaba mis piernas, de la misma manera en que se toca la llanta de una bicicleta cuando recién se ha inflado.
“Con razón tienes duras las piernas, las has ejercitado de tanto andar”. y luego preguntó: “¿Alguna vez guardaste dinero para salir con chicas, o tu grupo de amigos?”
“Tuve pocos amigos en el colegio, tampoco anduve pa´arriba y pa´abajo con ellos, y con chicas, pues... no, nada”. Respondí, e interrumpí mi historia para terminar lo que quedaba de la hamburguesa. Mery sólo logró comer un poco menos de dos tercios de su hot dog, y me pidió que le ayudase, pero sólo pude darle baja estando ya muy avanzada la conversación, la cual prosiguió cuando me siguió preguntando sobre mi-no-muy entonces lejana vida pasada, a lo que no pude responderle gran cosa, y hablamos unos minutos acerca de mi experiencia en Bogotá y le entregué las copias de la documentación que allí debía gestionar con sus respectivas firmas, lo cual mereció un brindis de latas de cerveza.
“¿Entonces tu primer amor fue esta chica Holanda?” Prosiguió el tema de la vida pasada.
“No lo sé, aun no tengo idea de lo que es estar enamorado o sentirse enamorado. Hay algo de ella que no me agrada, pero hay algo de mí que la extraña”. Respondí.
“Es tu gran amiga, tu compañera de aventuras, estoy segura de que la quieres mucho”.
“Hablando de querer gente, quiero disculparme por lo del bar”. Dije yo.
Se puso de pie y se dirigió  a la bolsa donde tenía su “kit de maquillaje” para extraer de allí un pequeño sobre de pañitos húmedos, se ató el cabello y dirigiéndose a mi pequeño espejo del escritorio, para luego comenzar a desmaquillarse con uno de aquellos pañitos.
“¿A qué te refieres con eso?, ¿A que no me hayas recordado que hoy era la presentación?”. Preguntó ella sarcásticamente seguramente tratando de dar a entender que el otro incidente no tuvo demasiada importancia.
“Me refiero al beso, Mery”.
“¡Ay, qué es esto tan bonito!”. Exclamo ella al ver el dibujo a lápiz de su propia figura, basado en la vieja foto escolar.
Me sentí terriblemente avergonzado, por no haber escondido el libro donde lo había guardado, seguramente quedó visible al correr algunos objetos cuando ella trataba de ver los títulos de mi colección de música, lo triste fue que cuando ella lo agarró dejó al descubierto la vieja foto donde ella aparecía con su otrora grupo de compañeras de clase.
“¡Con razón tu mamá no la encontró la vez que fui a visitarlos!”. Seguía diciendo ella con asombro.
Me sentí atormentado al dejar en evidencia lo que significaba para mí esa imagen. Quise odiarla en ese momento, pero no hubo cabida para resentimiento alguno, lo tomé como si fuera un hecho tipo karma que por alguna razón tenía que ocurrir. 
“Sustraje la foto del álbum de mamá para mosrársela a usted, no sin antes hacer un dibujo a lápiz para regalárselo”. Respondí sintiéndome orgulloso de haber respondido con tan acertada excusa.
   “¿Se supone que esa soy yo?” Preguntaba ella tratándose de identificar en la foto y luego preguntó que por qué no le había dibujado rostro ni cabello. 
“Bueno, ese día estaba tan cansado que no podía concentrarme lo suficiente para lograr el rostro tan bonito que allí aparece”. Decía yo empleando otra falsa excusa ya que en realidad no lo había terminado debido a que estaba ligeramente ebrio la vez que comencé a pintarlo, creo que también por eso mismo había olvidado terminarlo.  
Mery siguió contemplando la foto con una sonrisa tierna en su rostro, nombró cada una de las chicas que allí aparecían diciendo después de cada nombre una frase o adjetivo que describía la forma de ser que ella recordaba de cada una, se sorprendió de lo poco que había cambiado mi madre.
“Usted tampoco ha cambiado mucho desde entonces”. Le dije.
“¡Cómo que no! mira no más lo flaquita y bonita que era en ese entonces, y ese cabello tan largo y bonito. Una vez Diana Grajales, la cachetona que aparece en esta primera fila (La que le hacía Bullying) me pegó un chicle, y yo, al tratar de sacármelo, terminé embarrándolo más, y al otro día aparecí con un corte de cabello similar al ´honguito´, al principio me avergoncé pero mi papá me consolaba diciendo que me veía más linda, que parecía a Audrey Hepburn, no te imaginas lo mucho que lloré cuando mi tía Piedad me cortaba los largos trozos de cabello para emparejarlo”.  
Luego, al terminar de limpiarse el rostro con los pañitos húmedos desechables de su “Kit de belleza”, se puso de pie para cederme el puesto sobre el escritorio, y me dijo que por favor terminara el dibujo, que quería ver cómo quedaba. 
Tomé asiento, un lápiz, suspiré invocando mi inspiración y concentración, mientras que ella se dirigía a reposar sobre la cama, que estaba a mis espaldas. 
“Yo tampoco sé qué tan incorrecto fue aquello que hiciste en el bar...”. Decía ella mientras yo trataba de dibujar. “Quizás eso que me dijiste hace un momento sobre Holanda, me lo de a entender un poco más, no estás seguro de lo que es estar enamorado, o al menos no estás seguro de cuando lo sientes, quizás lo hayas sentido antes y no lo aceptes o al menos no te das cuenta cuando llega, y lo peor de todo no te das cuenta por qué llega, aún eres joven, lo entenderás algún día”.
Traté de opinar algo mientras ella daba aquel pequeño discurso, pero más bien me ahorré la babosada que iba a decir y dejé que continuara para así yo dar término al dibujo.
“Quizás no hayas intentado acercarte a ella más porque no creíste que podías demostrarle que eras mejor que el otro muchacho, el tal Aaron”.
Seguí sin mirar ni opinar nada, comenzaba a descifrar que Mery trataba de decirme implícitamente que me acercara más a Holanda, pues seguramente temía que me enamorara de ella.
“No creas que me las estoy dando de psicóloga, son sólo conclusiones que he sacado, y perdóname, si crees que me estoy metiendo demasiado en tu vida”.
“¿Por qué parece que yo te importara tanto, Mery?, ¿Por qué dijiste que sientes algún tipo de conexión con tu hijo a través de mí?”
“En realidad yo tampoco lo entiendo, y por eso creo entender lo que te pasa”. Respondió ella y continuó diciendo: “Pasó mucho tiempo en que tu mamá y yo nos volviéramos a ver, ella tuvo que dejar el Eucarístico, porque era demasiado costoso para que sus padres lo costearan, sin embargo ella siguió yendo a visitarme, luego fui yo quien por razones similares tuve que dejar el colegio y terminar el bachillerato en el Liceo Antioqueño, y no sé si fue la distancia o el desinterés generado por la ausencia que nos alejó definitivamente, pero ambas sentimos que todos estos años han pasado tan rápido, que pareciera como si hubiese tan poco para recordar, que a duras penas pudimos hablar de ello. No sé por qué terminamos hablando de nuestros hijos, sólo le hablé de Isabel, me cuesta demasiado hablar de Marcos, aun así ella si tuvo valor de hablarme de tí”. 
“Me imagino las pendejadas que habrá dicho”. Dije yo.
“Sé que no te gusta que Martha me hable de las cosas que pasan en tu familia ni mucho menos de ti,  pero aunque no lo creas, me habló cosas maravillosas, y hasta ella misma se culpa de las cosas malas que te pasan, pero me contó una fascinante biografía, de cuando aprendiste a leer a los 4 años, viendo estudiar a tus tías más jóvenes, que eran las que te cuidaban de niño, de lo frágil que eras gracias a los diferentes problemas de salud que te afectaron de niño y lo del Síndrome de Asperger, de lo travieso y curioso que fuiste, de lo difícil que fue tu época escolar cuando los chicos te perseguían a la salida para golpearte e incluso apedrearte y de todo lo inteligente que mostrabas ser desde pequeño. Ella dice que nunca te entendieron, y se culpan de que no tengas la misma fortuna de otros muchachos de tu edad que en este momento realizan sus estudios y van enrutados hacia sus sueños”.
“Ellos mismos me lo han dejado claro, que si quiero llegar a ser algo depende de mí, y con base a esa premisa vivo ahora, no entiendo por qué tanto drama con eso”. Opiné.
“No estamos hablando de tus premisas, estamos hablando de tu carácter, y eso lo he notado, eres cerrado, parco, demasiado introvertido, además parece como si vivieras sin ideales, nunca me hablas de tus sueños o hacia dónde quieres ir con lo que te gusta y eso puede ser fatal porque te volvería una persona débil, ya que si no tienes un ideal para vivir, tampoco tendrás fuerza para pelear por lo que quieres”.
Cuando dijo eso, sentí una sensación de déjà vu, al tocar el tema de mis ideales, luego siguió hablando:
“Tu madre tuvo una infancia cruel, con un padre borracho que les pegaba a veces sin motivo alguno, y una mamá absurda que también le pegaba cuando llegaban quejas del colegio acerca de ella cuando se agarraba a pelear con las otras chicas para defender a sus hermanas, tus tías, por mucho tiempo ella creyó que ese fue el modo correcto de crianza, y que lastimosamente lo empleó también contigo, antes de darse cuenta de que estuvo equivocada”.
“¿Entonces por eso es que ella supone que soy tímido y raro, porque ella y mis tías me molieron a juete en cierta época de mi vida?” Pregunté yo, y continué: “No quiero justificar mi tara a través de eso que usted dice, simplemente soy así, no le hago hago daño a nadie, pese a que a veces soy medio tonto, cobarde y tengo otras debilidades, no soy el único, pese a ser un hombre de 22 años que se supone que debe comportarse como un señor y que aun no tiene la suficiente madurez, pero a pesar de todas esas debilidades, a muchas mamás, les gustaría tener un ´chico tan especial´ como yo”. 
Al escuchar esto, Mery tuvo una discreta risita que sonó a la vez dulce, pareció como si le causara gracia lo que dije.
“A mí me pareces un hijo perfecto: Hermoso, inteligente, sensible, tierno, valiente y talentoso, pero sobre todo bueno, como seguramente mi Marcos”. Mientras Mery decía estas palabras se le notaba cierto esfuerzo para que el llanto no le quebrara la voz y continuaba diciendo: “No quisiera verte o sentirte madurar demasiado, serías un chico muy aburrido y seguramente no me invitarías nunca a cantar contigo, quiero que aprendas a quererte más, así como yo... te quiero a tí”.
Justo después de que ella dijo eso, yo le hacía el último retoque al dibujo, la carita estilo manga quedó muy graciosa aunque linda, tenía que estar soñando para que aquella chica de la foto, aquella que alguna vez idealicé como el paradigma de belleza perfecta, estuviera diciéndome en carne propia que me quería. Cuando me dí vuelta para enseñárselo, ella estaba tendida sobre la cama con sus piernas estiradas cual si fuese alguna pintura de Goya o Rose DeWitt, la del Titanic, en la escena donde posaba para que Jack Dawson la pintara. Aun tenía su vestido puesto, pero sus medias.pantalón y botines ya no estaban allí, sólo sus hermosas piernas y piés al descubierto. Mientras yo le mostraba desde el escritorio cómo había quedado el dibujo, me pidió que me acercara más, debido a que no llevaba sus lentes puestos. Me pidió que me sentara a su lado, como si la cama fuese su territorio, recibió el dibujo y no dejaba de sonreír mientras lo contemplaba.
“¡Qué linda!, parece sacada de esa horrible caricatura que tanto le gusta a Isa, esa que se llama disque ´Evangelion´”.
“Es dibujada con esa técnica, se le dice ´Técnica manga´, si es animación se le llama ´Ánime´, hace un par de años asistí a un taller de dibujo manga que dictaron en una de esas bibliotecas donde iba a leer los clasificados”. Dije yo.
“No conocía, tu talento como dibujante, cada día me sorprendes más, no quiero imaginar qué otras cosas más sabrás hacer”. Al decir eso, dobló el dibujo y lo depositó cuidadosamente en uno de los bolsillos con cremallera del estuche de guitarra, preguntando si había también una posibilidad de sacarle copia a la vieja foto escolar. Le prometí que iba a buscar la forma, luego me pidió que me relajara y que me acercara y recostara al lado suyo, abriéndome espacio y haciendo que mi rostro quedara frente a frente con el de ella.
“Fuiste tú quien eligió un cuarto con cama doble o simplemente te tocó?”. Preguntaba ella trantando de ponerse mucho más cómoda sobre el amplio colchón.
“Ahí estaba el día en que vine a ver este cuarto por primera vez”. Mentí, en aquella ocasión había también disponible otra habitación con cama individual.
“¿Has traído a alguna chica a que te acompañe en tu soledad y en la amplitud de este lecho?”. 
“No la hay, usted es la primera mujer que he traído aquí”.
“No es necesario que la haya, ustedes, los jóvenes solteros son aventureros, algunos invitan alguna chica que recién conocen en un bar o simplemente alquilan una acompañante”.
“Por ahora no creo estar interesado en contratar esa clase de servicios, además desde que vivo acá todos mis gastos están fríamente calculados”.
“¿No te ha dado curiosidad?”. Preguntaba ella haciendo que mi pulso comenzara a acelerarse.
“No, en realidad no, creo que el sexo sin idealización o tensión es una experiencia casi necrofílica”.
Respondí esperando haberme hecho entender.
“Explícame, ¿Cómo es eso?, no entiendo”. Dijo ella.
“Hace seis años a mi padre le preocupaba mucho el tipo de hombre que estaba viendo crecer ante sus ojos, le preocupaba que a mi edad no fuera rebelde, que no saliera a fiestas, que no me fijara en chicas, que no saliera mucho, y que me esmerara más en ayudarle a mi mamá en los quehaceres hogareños. Seguramente pensó que su ´Junior´ había salido bien maricón, así que un día me invitó a que le acompañara a una de esas bebetas con sus amigos del trabajo, desde un principio no me interesó, pero hasta mi propia madre me pidió que fuese, dizque para que le pusiera cuidado a mi papá y no fuera a beber demasiado. Y así fue como resulté en uno de esos antros donde ponen música a todo taco y el aroma ambiente era una mezcla de cigarrillo, tufo aguardientoso con pasante de ácidas naranjas y la fetidez alcalina-urinaria proveniente de los baños”. A los amigos de mi papá  les parecía gracioso que yo tardara más de media hora en terminar una cerveza, que no hablara nada, que me la pasara bostezando, ni que tampoco saliera a bailar, con las... señoritas que trabajaban en el lugar. Hasta que hubo un momento donde mi papá se puso de pie y estuvo ausente unos minutos, sus otros dos compañeros también se habían puesto de pie para salir a bailar con algunas de las chicas del lugar. Hasta que apareció la administradora del lugar, Doña Márgara, una vieja ex-prostituta quien, llegó y me tomó de la mano, sintiéndome aterrorizado, pero cuando me dijo que por favor la acompañara que tenía un regalo para mí en el segundo piso, despertó inmediatamente mi curiosidad. Aquel segundo piso era un lugar tétrico, iluminado  por una luz color rojizo a lo largo de un pasillo, conducía hacia el único cuarto que tenía la puerta abierta, allí me esperaba una tal ´Mileidy´, una joven cuyo bonito rostro se veía un poco estropeado gracias a su maquillaje excesivo y el falso rubio de su cabello. Me pidió de una manera cruda que me desvistiera, parecía ir muy apurada, pese a que ella también se desnudó, esa desnudez no causó un gran impacto sobre mí, ya que mi erección llegó tardía y forzadamente, con demasiado esfuerzo que hasta parecía que el preservativo me quedaba grande. No hubo preámbulos, ni mucho menos intercambio de palabras, ni de caricias, fue casi imposible encontrar esa conexión entre amantes, que durante ese coito ella no dejaba de refunfuñar diciéndome: ´Concéntrese, véngase rápido que sólo es media hora´. Me fue imposible disfrutarlo, me sentí anormal aquella noche, hasta comencé a dudar de mi virilidad, de hecho, tiempo después, preocupado por ello, utilicé mis ahorros habituales para la colección de CDs, y encontrar una reivindicación en una de esas mal llamadas ´salas de masajes´ del centro, pero aquella vez fue peor, se podía percibir en esa otra pobre mujer la pobreza, el dolor y la humillación de tener que acostarse con cualquier cosa o engendro para sobrevivir, desde entonces nunca jamás volví a considerar pagar por una acompañante”.
Mery comenzó a acariciar mi rostro y empezó a preguntar con una voz dulce y arrulladora: “¿Y pese a esas dos experiencias, eres insensible a este tipo de tratos?”. Dijo refiriéndose a lo que en ese momento estaba haciendo conmigo introduciendo su mano debajo de mi franela acariciando lenta y suavemente mi abdomen y mi pecho, luego levantó la prenda insinuando que me despojara de ella, siguió acariciando mi pecho y abdomen mientras me decía que respirara profundo, que cerrara mis ojos y me relajara, que podía escuchar los latidos de mi corazón. De repente mi cuerpo se estremecía cuando sentía sus besos sobre mi torso, ascendiendo desde mi ombligo, pasando sobre mi pecho, ungiendo de saliva mi cuello y mis orejas,  mientras yo jadeaba, hasta que sus labios llegaron a los míos. Después de un prolongado y apasionado beso, me despojó de mi pantaloneta y arropó mi desnudo cuerpo con su hermoso vestido que aun llevaba sobre su cálido cuerpo, repitió el mismo ejercicio pero a la inversa hasta llegar a mi púbis y después de efectuar allí un trabajo oral, se arrodilló sobre el colchón, se desabrochó un par de botones delanteros y de las dos mangas de su vestido, y de repente levantándoselo desde la falda logró despojarse de él, no llevaba ropa interior puesta y nuevamente extendió su desnudo cuerpo a mi lado. 
“¿Cómo te sientes?”. Preguntó ella.
“Hermoso, como tú”. Respondí.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro a los ojos, contemplando la belleza que cada uno de nosotros podía apreciar dentro de nosotros mismos recíprocamente.
“Te amo tanto Mery, de eso sí que estoy seguro ¿Lo sabías?”. Exclamé lleno de euforia.
“Estamos atrapados mi querido ángel”. Decía ella susurrante y estremecida, y continuaba diciendo: “Estamos en una extraña situación de amor imposible, de la cual no quisiera escapar, yo también te amo muchísimo angelito hermoso”.
Llené su cuerpo de caricias y ávidos besos, similar a como ella lo había hecho conmigo, la consentía con caricias y palabras cursis, como “Mi hermosa niña”, “Preciosa Reina”, “Mi único y verdadero amor” y todas esas tonterías. Fue una noche donde descargamos todo esa pasión y ternura represada que alguna vez quisimos dar cuando no hubo receptor, y que alguna vez quisimos recibir cuando nunca hubo emisor.