miércoles, 16 de mayo de 2012

LA MERY JAIMES (5to Acto: "El Almuerzo")



En poco tiempo el trabajo en el negocio de la señora Jaimes resultó siendo tan sencillo como monótono, me acostumbré fácilmente al registro de inventarios y existencias, los trámites de rutina, consignaciones menores en el banco, recepción de encomiendas, envío de paquetes a otras distribuidoras y en varias ocasiones despachando el almacén.
Mery Jaimes era diseñadora de ropa femenina de la línea casual y ejecutiva, aunque también era hábil para diseñar trajes de gala, coctel y accesorios, como collares, gorros sombreros, pulseras, bolsos, aretes. En su almacén también exhibía la línea básica que consistía en faldas, blusas, chales, que tenían su toque exclusivo, el cual las hacía muy apetecidas entre las mujeres del alto estrato por la sobriedad y delicadeza que insinuaban dichas prendas. También era distribuidora de calzado femenino, y franquiciaba con una marca extranjera de calzado que costaban considerablemente, pero que aun así vendían bien. En el negocio era muy habitual ver gente de los medios locales; periodistas, actrices, gente de la farándula, modelos que saludaban a Mery con mucha familiaridad. Una vez una presentadora de noticias regionales pasó por allí en busca de unos buenos zapatos de tacón y Mery le pidió que se entendiera conmigo, cuando yo le enseñaba los modelos que ella se quería probar, simplemente le entregué la caja y le decía: “Pruébeselos”, a lo que Mery, desde su escritorio respondía: “No mi amor, no seas descortés, pruébaselos tú, como si fueras un príncipe y ella fuera Cenicienta, que no te de pena que ella no muerde”.
Era uno de los varios momentos embarazosos que merced a mi timidez y torpeza, Mery trataba de intervenir, fuera para molestarme o simplemente tratando de conocerme mejor.
Mery Jaimes también hacía prendas por encargo, y muchas veces se encerraba desde altas horas de la mañana, permaneciendo hasta 12 horas en su pequeño taller, ubicado en el 2do piso del local, donde con una tal señora Ruby que era su asistente, elaborando algún surtido de prendas que algún almacén o marca importante contrató, o que alguna clienta VIP, ordenó diseñar. Habían otros días en que ni se dejaba ver, ya que según Yuri, su asistenta de mostrador, a Mery no se le podía ni hablar mientras estaba ocupada en el taller porque tendía a ponerse como una pantera, irritable. Así que muchas veces Yuri era la que me entregaba un papelito con una lista de deberes y diligencias correspondientes a mi labor, Pero Yuri no siempre estaba allí, su trabajo era medio tiempo y todos los días no iba, así que varias veces era yo mismo quien despachaba en el mostrador. Otras veces cuando el trabajo de taller no era tan prolongado, ella misma despachaba su almacén y a la vez elaboraba sus accesorios a mano para luego exhibirlos: bolsos, cinturones, collares, gorros de lana que ella misma tejía, sombreros, etc.
Mery al principio me hablaba poco, casi siempre se le veía ceñuda, a veces ni saludaba, y cuando hablaba, casi nunca me miraba, lo que me hacía difícil predecirle.
Una tarde, después de hacer varias diligencias encomendadas por ella, llegué al negocio agotado y sediento de tanto caminar y la encontré a ella sola en el almacén haciendo su muy habitual pose reflexiva como si estuviese quejándose de un dolor de cabeza, tenía a su lado un vaso de agua que daba el aspecto de haberse tomado una pastilla recientemente, cuando estaba buscando palabras para hablarle, una clienta apareció, ella misma la atendió, mostrando un humor más afable, después de terminar de atender la clienta, se acercó mirándome fijamente, ya sin expresión adusta con su mirada brillante sin sus lentes, sus pequeños labios estirados esbozando una sonrisa, y su cabello suelto que se extendía un poco más arriba de sus hombros que la hacían lucir, fresca y espléndida, sin duda a sus 46 años seguía siendo hermosa. Se quedó mirándome a los ojos aproximadamente 10 segundos sin desdibujar su sonrisa, hasta que por fin habló: “¿Por qué no me hablas?, ¿No te caigo bien?, siempre entras muy serio y mirándome feo, ¿No estás contento trabajando conmigo?”
“¡No, señora, no diga eso!, de hecho me siento bien con el trabajo”. respondí
“¿Eres como tímido, no es así?”, Preguntó ella mirándome con la misma expresión de alguien que le habla a un niño.
“No me gusta hablar de mi timidez, es una característica muy malinterpretable, muchos piensan que los tímidos somos tontos o antipáticos” Afirmé yo.
“Jajaja, piensas como yo pienso a ratos, yo también soy muy tímida, ¿No lo has notado?”
“Imagino que es por eso que a ratos ni saludas”
“¡Ay sí, qué pena!, es que a veces ando tan atareada que vivo con la cabeza puesta en otro lado, que hasta se me olvida saludar, a propósito, ¿Tienes hambre?” De repente ella cambiaba de tema.
“Bueno yo…” Exclamé yo vacilante.
“Un momento”, interrumpió ella. “No estás yendo a almorzar a tu casa al mediodía ¿no?, con razón te estoy notando cada día más delgado, mira cómete este poquito de seco del almuerzo que pedí, solamente le metí 2 cucharadas antes de que se me fuera el apetito, dale, está aun en buen estado y la carne ni la he tocado, te lo meteré en el microondas, y te lo comes arriba en el taller, dale mientras te consigo algo de sobre mesa.”
“Pero señora…” Trataba yo de disuadirla.
“No me digas así”, interrumpió ella “Díme Mery, tu mamá fue mi mejor amiga en los años de colegio, así que nosotros también seremos mejores amigos”, espérame en el piso de arriba mientras te caliento el almuerzo”.
Su amabilidad me causaba algo de incomodidad, a pesar de que era aun un muy joven pero ya adulto, me horrorizaba la idea de sentirme como un arrastrado y aun así, notar que la gente también me viera como arrastrado. Era la primera vez que entraba al taller que se encontraba tras bambalinas, subiendo por una pequeña escalerita que quedaba atravesada en la mitad de la pequeña cocineta del local. El taller era una especie de bodega más amplia, donde estaban los materiales necesarios, como las máquinas de coser, las telas que se utilizaban y todo un mundo de artilugios relacionados con la modistería que aun no logro especializarme al respecto. Allí se encontraba Ruby, la asistente de Mery en el taller, una señora de uno cincuenta y tantos años, desgarbada con aspecto de solterona pero cierto halo de bondad, me saludó sonriendo y asintiendo y que en ese momento se encontraba doblando y empacando la manufactura ya terminada para dejarla lista para la distribución. Aproximadamente 7 minutos más tarde apareció Mery con el recipiente de icopor donde venía empacado el almuerzo ejecutivo que ella solicitó ese día pero que su mal apetito, o caridad le cohibieron consumir sumando también una botella de gaseosa.
“Perdone la demora, es que estaba esperando que llegara Yuri” dijo ella. “Cómetelo todo, es un sequito con ensalada Rusa, no sé si te guste el aspic de atún que tiene como carne, es que a mí no me gustan mucho las carnes de res ni de cerdo, está limpio, en buen estado es que con estos malestares que me están dando a veces no tengo mucho apetito, solamente me tomé la sopita que venía con éste, si deseas algún día te puedo pedir una sopita para ti, para que no te fatigues tanto haciendo las vueltas por la tarde.”
“No señora” protesté yo, “Ud no tiene por qué preocuparse tanto por mí, le agradezco mucho que haya compartido su almuerzo conmigo, pero no quiero que se haga costumbre”
“Cuántas veces te tengo que repetir que no me llames ´Señora´” aclaró de nuevo “Me he comunicado con tu mamá recientemente y ella me está diciendo que no has vuelto a casa al mediodía para almorzar, y el muchacho de los domicilios me dice que te ha visto en el parque sentado leyendo esos libros que traes, devorar literatura no es lo más apropiado para la nutrición, en realidad me preocupa que no comas, te estoy notando muy delgado y no quiero que Martha me culpe del deterioro de su hijo”.
Fue embarazoso escucharle ese comentario, así como embarazoso fue contarle la verdad, prefería decirle la verdad que inventar mentiras que ella más tarde pudiese descubrir. Le dije que la mayor parte de mi salario la destinaba para mi ahorro personal, así que por eso sacrificaba los pasajes. Me pareció imprudente hacerle ese comentario porque ella pensaría que yo estaba insinuando que no era suficiente lo que ella me pagaba, por eso le aclaré que mi prioridad era contribuir también para el bienestar de mi familia.
“No debes pensar únicamente en los demás, piensa también en ti mismo” Dijo ella “No dejaré de decir que es noble y admirable eso que haces por tu familia, no dejes que tus sueños se aíslen por ello, guardar dinero siempre es conveniente, no debes decirles la cantidad exacta de lo que ganas, solamente diles cuanto les puedes dar, allá ellos si lo toman o lo dejan, te digo esto no para que te enfrentes con tu familia sino para que sepas que por muy contentos y admirados que estén contigo hoy porque respondes como miembro comunitario de una familia, el día de mañana, Dios no lo quiera, te quedas sin trabajo, ellos no te van a ayudar en retribución a la colaboración que les das hoy día, te volverán a mirar con menor respeto, en cambio, si guardas una cuota mayor para tu ahorro, tendrás una mayor cantidad de dinero de reserva que te servirá mucho mientras necesites encontrar otro trabajo, ahora bien, si ves que no te alcanzan los pasajes para ir a casa a almorzar al mediodía, sólo dime, yo te facilito lo que necesites, que después lo arreglamos”.
No dije nada, sólo asentí y me dediqué a comer en silencio mientras ella le hacía ajustes a una prenda sentada en la máquina de coser diagonal al escritorio donde estaba yo.
“¿Dónde está la basura?” Pregunté yo al terminar.
“¿Te lo comiste todo?” Respondió ella preguntando y acercándose nuevamente “Que bien, no dejaré que te desmejores acá, quiero que estés saludable, quiero que tú, siendo mi representación empresarial ante los clientes y distribuidores, éstos digan: ´Qué muchacho tan papasito ese que trabaja contigo´”.
Seguramente hice una expresión de incomodidad respecto a ese comentario.
“¡Ay, te sonrojé!” exclamó ella con cierta picardía “Voy a decirte todos los días cositas así para verle color a esa cara tan pálida que mantienes”, luego se sentó en frente mío, seguramente conmovida por lo avergonzado que debía verme en ese momento, puso su mano sobre la mía acariciándola levemente, no comprendía la sensación de regocijo que sentí ante dicho gesto, levanté mi mirada, y me encontré nuevamente con su resplandeciente mirada detrás del cristal de sus lentes.
“Te estoy molestando mucho, ¿cierto?” Preguntaba ella “Tu mamá me ha contado tantas cosas fascinantes acerca de ti…”
Pero justo en ese momento, se escuchó un grito de abajo, era Yuri quien decía “¡Mery, que pase al teléfono, es la señora de Sandiego!”
Soltó mi mano, y se puso de pie diciendo: “Debería conseguir un inalámbrico también para acá”
El día terminó normal, 2 diligencias más, 3 ventas de mostrador fueron mis otros movimientos durante ese resto de tarde para luego volver a casa, caminando por cierto.











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