domingo, 30 de diciembre de 2012

LA MERY JAIMES (13er Acto: "Atrapados")



Después de haber realizado la tan esperada presentación en el Comics´ Bar, nos encontrábamos Mery y yo en la salida del lugar esperando un taxi, sin dirigirnos la palabra y sin saber si ella estaba realmente enfadada después del beso que le dí en el bar ante la potencial mirada de los allí presentes.
Recuerdo que a la salida le puse la mano a un par de taxis que en el momento pasaron por allí ocupados, hasta que al fin, un minuto después, apareció uno disponible. Al detenerse solicité al conductor que fuera al barrio San Joaquín, a unas cuadras de la calle San Juan, pero después de que abriera la puerta y Mery entrara al vehículo ella me preguntó: “¿Por qué no subes y vas a tu casa primero?, tú vives más cerca, y luego sigo yo derecho a mi casa en este mismo viaje”.
Le obedecí de inmediato más por el deseo de no estar allí solo, que por ser yo quien llevaba el estuche de guitarra eléctrica que ella llevó exclusivamente para la presentación.
Estando a bordo del taxi, al ver lo estorboso que estaba siendo el aparato compartiendo con nosotros el asiento de atrás, Mery dijo:
“Menos mal ese amigo tuyo tenía un buen equipo porque sino esa guitarra que tienes ahí hubiera sido inútil”. 
A lo que respondí:
“Todas esas cosas se las encargué durante la semana. Ricardo es un hombre emprendedor, ha tocado en varias bandas, ha trabajado en tiendas de música y en su apartamento tiene un cuarto donde almacena instrumentos y varios equipos que alquila, y a veces los presta a algún amigo que él considere confiable”.
Mery solamente asintió al escuchar  mi respuesta acerca de “Chucky”, fue la única conversación que tuvimos a bordo del taxi. Cuando llegamos a mi aposento, le dejé su estuche con la guitarra eléctrica y al recibirlo ella me pidió el favor que le llevara el lunes siguiente las cosas que ella había dejado en mi cuarto además de la moto que dejó estacionada en el lobby del piso de la dueña del edificio para luego seguir su camino en el mismo taxi.
Cuando por fin entré a mi refugio, no sabía exactamente qué quería hacer primero. Si ir a la cama de inmediato, escuchar algo de música, ponerme a lavar ropa, fantasear con la visión aun intacta del cuerpo de Mery o simplemente darme una ducha. Opté por lo último, ya que eso de lavar por la noche no era buena idea al no tener el tendedero del solar disponible a esa hora. Lavar ropa en el pequeño cuarto era de cierto modo dramático, había que remojar la ropa en un balde usando suavizante, estregar y enjuagarla en la misma ducha, ya que no disponía de lavadero. La dueña también se ofrecía a lavar y a planchar mi ropa por cierta tarifa adicional, pero la idea mía de optimizar presupuesto, hacía que descartara gastos como por ejemplo el de servicio de tintorería. Así que me duché, luego me puse ropa cómoda para dormir; una pantaloneta y una vieja franela.  Cuando trataba de sintonizar alguna buena estación de radio, sonó de repente  el timbre del citófono.
Contesté y escuché su voz: 
“¿Estabas durmiendo?” Preguntaba Mery, de la cual supuse que se había devuelto por alguna de sus pertenencias que ella había dejado y que consideraba importante, como los cosméticos o la ropa íntima que se había cambiado y con los cuales no tuve valor en utilizarlos como ítem de fetichismo aprovechando mi soledad.   
Atravesé el pasillo de la edificación, abrí la puerta y allí estaba ella, aun con su estuche de guitarra y sosteniendo una bolsa que de acuerdo a su apariencia y aroma llevaba algo de comida. 
Abrí la puerta del cuarto, dejé que ella entrara. Me enternecía la manera tímida como ella se movía  estando ya dentro del cuarto, dando pasos cortos sin dejar escuchar el sonido de sus zapatos, miraba para todos lados sin sentarse, como si esperara que yo le autorizara.
“¿Te recibo lo que traes?” Pregunté.
“Oh, sí, traje algo de comida para que cenemos los dos” Decía ella sin mirarme a los ojos, desviando su mirada a todos lados como si se sintiera nerviosa o apenada conmigo y continuaba diciendo: “Pensé que quizás no habías cenado y me preocupaba que te fueras a la cama sin haber comido, y al ver la mejoría de semblante que has venido teniendo, no quisiera que vuelvas a desmejorar”.
No me extrañó semejante justificación de su inesperado regreso a mi aposento, considerando la fijación maternal de la que me habló en el Comics´ Bar. 
Mientras yo desempacaba la comida que ella había llevado y que consistía en un perro caliente y una hamburguesa con dos latas de cerveza, compradas seguramente en algún carrito de la Avenida La Playa, ella hincó su cuerpo hacia la caja que yo tenía debajo del escritorio, que hacía las veces de improvisada estantería, para ver los títulos de mi colección musical.
“Con razón ese amigo tuyo, Ricardo, el del bar te dice Parsons, tienes varios CDs de The Alan Parsons Project”. Decía ella esbozando una sonrisa pícara.
“Yo me como el perro y le dejo a usted la hamburguesa”. Propuse yo para no parecer ventajoso.
“¿No te gusta la hamburguesita que te compré?, el perro lo había comprado para mí”. Dijo ella con un tono maternal muy lastimero que resultó muy persuasivo.
Despejé el escritorio para dejarle allí servido su perro y lata de cerveza, mientras que yo me senté en la cama a comenzar a engullir mi hamburguesa. Mery, al ver que ella estaba más cómoda que yo y que no había un segundo asiento para compartir con ella el escritorio, fue a la cama y se sentó al lado mío, al entender yo su noble gesto, tomé la misma toalla que horas atrás le había prestado para que se diese una ducha y se la tendí sobre sus piernas para que así no se manchara su hermoso vestido que aun llevaba puesto y que se estrenó sólo para el recital en el Cómics´, gesto que agradeció con un “Qué lindo eres, gracias”.
Cenamos tranquilamente mientras escuchábamos como música de fondo “Latina Stereo”, ya que en el dial no logramos encontrar algo mejor, además de lo decepcionada que ella se sentía al no poder escuchar mi CD de “Fleetwood Mac, Greatest Hits” que ella había sacado de mi colección para escuchar durante nuestra velada, pero que tuvo que quedarse con las ganas ya que yo no tenía reproductor de CDs, pues el equipo en el que los escuchaba antes había quedado en casa de mis padres y era de mi papá.
“Si quieres te lo llevas a tu casa para que lo escuches”. Decía yo refiriéndome al CD de Fleetwood Mac, pero ella tampoco quiso llevárselo.
“¿Cómo y dónde conseguiste todos esos CDs?” Preguntó.
La colección la inicié hace 8 años, con el dinero que me daban para ir al colegio, no comía nada, ni tampoco me iba en bus, yo le decía a mi mamá que iba al centro, a la biblioteca a resolver alguna consulta, pero en realidad iba al centro a ver las tiendas de discos, en esa época aun existían muchas, en una de ellas conocí a ´Chucky´, Ricardo el del bar”.
Mientras yo le decía esto, ella, aprovechando que en ese momento llevaba pantaloneta tocaba mis piernas, de la misma manera en que se toca la llanta de una bicicleta cuando recién se ha inflado.
“Con razón tienes duras las piernas, las has ejercitado de tanto andar”. y luego preguntó: “¿Alguna vez guardaste dinero para salir con chicas, o tu grupo de amigos?”
“Tuve pocos amigos en el colegio, tampoco anduve pa´arriba y pa´abajo con ellos, y con chicas, pues... no, nada”. Respondí, e interrumpí mi historia para terminar lo que quedaba de la hamburguesa. Mery sólo logró comer un poco menos de dos tercios de su hot dog, y me pidió que le ayudase, pero sólo pude darle baja estando ya muy avanzada la conversación, la cual prosiguió cuando me siguió preguntando sobre mi-no-muy entonces lejana vida pasada, a lo que no pude responderle gran cosa, y hablamos unos minutos acerca de mi experiencia en Bogotá y le entregué las copias de la documentación que allí debía gestionar con sus respectivas firmas, lo cual mereció un brindis de latas de cerveza.
“¿Entonces tu primer amor fue esta chica Holanda?” Prosiguió el tema de la vida pasada.
“No lo sé, aun no tengo idea de lo que es estar enamorado o sentirse enamorado. Hay algo de ella que no me agrada, pero hay algo de mí que la extraña”. Respondí.
“Es tu gran amiga, tu compañera de aventuras, estoy segura de que la quieres mucho”.
“Hablando de querer gente, quiero disculparme por lo del bar”. Dije yo.
Se puso de pie y se dirigió  a la bolsa donde tenía su “kit de maquillaje” para extraer de allí un pequeño sobre de pañitos húmedos, se ató el cabello y dirigiéndose a mi pequeño espejo del escritorio, para luego comenzar a desmaquillarse con uno de aquellos pañitos.
“¿A qué te refieres con eso?, ¿A que no me hayas recordado que hoy era la presentación?”. Preguntó ella sarcásticamente seguramente tratando de dar a entender que el otro incidente no tuvo demasiada importancia.
“Me refiero al beso, Mery”.
“¡Ay, qué es esto tan bonito!”. Exclamo ella al ver el dibujo a lápiz de su propia figura, basado en la vieja foto escolar.
Me sentí terriblemente avergonzado, por no haber escondido el libro donde lo había guardado, seguramente quedó visible al correr algunos objetos cuando ella trataba de ver los títulos de mi colección de música, lo triste fue que cuando ella lo agarró dejó al descubierto la vieja foto donde ella aparecía con su otrora grupo de compañeras de clase.
“¡Con razón tu mamá no la encontró la vez que fui a visitarlos!”. Seguía diciendo ella con asombro.
Me sentí atormentado al dejar en evidencia lo que significaba para mí esa imagen. Quise odiarla en ese momento, pero no hubo cabida para resentimiento alguno, lo tomé como si fuera un hecho tipo karma que por alguna razón tenía que ocurrir. 
“Sustraje la foto del álbum de mamá para mosrársela a usted, no sin antes hacer un dibujo a lápiz para regalárselo”. Respondí sintiéndome orgulloso de haber respondido con tan acertada excusa.
   “¿Se supone que esa soy yo?” Preguntaba ella tratándose de identificar en la foto y luego preguntó que por qué no le había dibujado rostro ni cabello. 
“Bueno, ese día estaba tan cansado que no podía concentrarme lo suficiente para lograr el rostro tan bonito que allí aparece”. Decía yo empleando otra falsa excusa ya que en realidad no lo había terminado debido a que estaba ligeramente ebrio la vez que comencé a pintarlo, creo que también por eso mismo había olvidado terminarlo.  
Mery siguió contemplando la foto con una sonrisa tierna en su rostro, nombró cada una de las chicas que allí aparecían diciendo después de cada nombre una frase o adjetivo que describía la forma de ser que ella recordaba de cada una, se sorprendió de lo poco que había cambiado mi madre.
“Usted tampoco ha cambiado mucho desde entonces”. Le dije.
“¡Cómo que no! mira no más lo flaquita y bonita que era en ese entonces, y ese cabello tan largo y bonito. Una vez Diana Grajales, la cachetona que aparece en esta primera fila (La que le hacía Bullying) me pegó un chicle, y yo, al tratar de sacármelo, terminé embarrándolo más, y al otro día aparecí con un corte de cabello similar al ´honguito´, al principio me avergoncé pero mi papá me consolaba diciendo que me veía más linda, que parecía a Audrey Hepburn, no te imaginas lo mucho que lloré cuando mi tía Piedad me cortaba los largos trozos de cabello para emparejarlo”.  
Luego, al terminar de limpiarse el rostro con los pañitos húmedos desechables de su “Kit de belleza”, se puso de pie para cederme el puesto sobre el escritorio, y me dijo que por favor terminara el dibujo, que quería ver cómo quedaba. 
Tomé asiento, un lápiz, suspiré invocando mi inspiración y concentración, mientras que ella se dirigía a reposar sobre la cama, que estaba a mis espaldas. 
“Yo tampoco sé qué tan incorrecto fue aquello que hiciste en el bar...”. Decía ella mientras yo trataba de dibujar. “Quizás eso que me dijiste hace un momento sobre Holanda, me lo de a entender un poco más, no estás seguro de lo que es estar enamorado, o al menos no estás seguro de cuando lo sientes, quizás lo hayas sentido antes y no lo aceptes o al menos no te das cuenta cuando llega, y lo peor de todo no te das cuenta por qué llega, aún eres joven, lo entenderás algún día”.
Traté de opinar algo mientras ella daba aquel pequeño discurso, pero más bien me ahorré la babosada que iba a decir y dejé que continuara para así yo dar término al dibujo.
“Quizás no hayas intentado acercarte a ella más porque no creíste que podías demostrarle que eras mejor que el otro muchacho, el tal Aaron”.
Seguí sin mirar ni opinar nada, comenzaba a descifrar que Mery trataba de decirme implícitamente que me acercara más a Holanda, pues seguramente temía que me enamorara de ella.
“No creas que me las estoy dando de psicóloga, son sólo conclusiones que he sacado, y perdóname, si crees que me estoy metiendo demasiado en tu vida”.
“¿Por qué parece que yo te importara tanto, Mery?, ¿Por qué dijiste que sientes algún tipo de conexión con tu hijo a través de mí?”
“En realidad yo tampoco lo entiendo, y por eso creo entender lo que te pasa”. Respondió ella y continuó diciendo: “Pasó mucho tiempo en que tu mamá y yo nos volviéramos a ver, ella tuvo que dejar el Eucarístico, porque era demasiado costoso para que sus padres lo costearan, sin embargo ella siguió yendo a visitarme, luego fui yo quien por razones similares tuve que dejar el colegio y terminar el bachillerato en el Liceo Antioqueño, y no sé si fue la distancia o el desinterés generado por la ausencia que nos alejó definitivamente, pero ambas sentimos que todos estos años han pasado tan rápido, que pareciera como si hubiese tan poco para recordar, que a duras penas pudimos hablar de ello. No sé por qué terminamos hablando de nuestros hijos, sólo le hablé de Isabel, me cuesta demasiado hablar de Marcos, aun así ella si tuvo valor de hablarme de tí”. 
“Me imagino las pendejadas que habrá dicho”. Dije yo.
“Sé que no te gusta que Martha me hable de las cosas que pasan en tu familia ni mucho menos de ti,  pero aunque no lo creas, me habló cosas maravillosas, y hasta ella misma se culpa de las cosas malas que te pasan, pero me contó una fascinante biografía, de cuando aprendiste a leer a los 4 años, viendo estudiar a tus tías más jóvenes, que eran las que te cuidaban de niño, de lo frágil que eras gracias a los diferentes problemas de salud que te afectaron de niño y lo del Síndrome de Asperger, de lo travieso y curioso que fuiste, de lo difícil que fue tu época escolar cuando los chicos te perseguían a la salida para golpearte e incluso apedrearte y de todo lo inteligente que mostrabas ser desde pequeño. Ella dice que nunca te entendieron, y se culpan de que no tengas la misma fortuna de otros muchachos de tu edad que en este momento realizan sus estudios y van enrutados hacia sus sueños”.
“Ellos mismos me lo han dejado claro, que si quiero llegar a ser algo depende de mí, y con base a esa premisa vivo ahora, no entiendo por qué tanto drama con eso”. Opiné.
“No estamos hablando de tus premisas, estamos hablando de tu carácter, y eso lo he notado, eres cerrado, parco, demasiado introvertido, además parece como si vivieras sin ideales, nunca me hablas de tus sueños o hacia dónde quieres ir con lo que te gusta y eso puede ser fatal porque te volvería una persona débil, ya que si no tienes un ideal para vivir, tampoco tendrás fuerza para pelear por lo que quieres”.
Cuando dijo eso, sentí una sensación de déjà vu, al tocar el tema de mis ideales, luego siguió hablando:
“Tu madre tuvo una infancia cruel, con un padre borracho que les pegaba a veces sin motivo alguno, y una mamá absurda que también le pegaba cuando llegaban quejas del colegio acerca de ella cuando se agarraba a pelear con las otras chicas para defender a sus hermanas, tus tías, por mucho tiempo ella creyó que ese fue el modo correcto de crianza, y que lastimosamente lo empleó también contigo, antes de darse cuenta de que estuvo equivocada”.
“¿Entonces por eso es que ella supone que soy tímido y raro, porque ella y mis tías me molieron a juete en cierta época de mi vida?” Pregunté yo, y continué: “No quiero justificar mi tara a través de eso que usted dice, simplemente soy así, no le hago hago daño a nadie, pese a que a veces soy medio tonto, cobarde y tengo otras debilidades, no soy el único, pese a ser un hombre de 22 años que se supone que debe comportarse como un señor y que aun no tiene la suficiente madurez, pero a pesar de todas esas debilidades, a muchas mamás, les gustaría tener un ´chico tan especial´ como yo”. 
Al escuchar esto, Mery tuvo una discreta risita que sonó a la vez dulce, pareció como si le causara gracia lo que dije.
“A mí me pareces un hijo perfecto: Hermoso, inteligente, sensible, tierno, valiente y talentoso, pero sobre todo bueno, como seguramente mi Marcos”. Mientras Mery decía estas palabras se le notaba cierto esfuerzo para que el llanto no le quebrara la voz y continuaba diciendo: “No quisiera verte o sentirte madurar demasiado, serías un chico muy aburrido y seguramente no me invitarías nunca a cantar contigo, quiero que aprendas a quererte más, así como yo... te quiero a tí”.
Justo después de que ella dijo eso, yo le hacía el último retoque al dibujo, la carita estilo manga quedó muy graciosa aunque linda, tenía que estar soñando para que aquella chica de la foto, aquella que alguna vez idealicé como el paradigma de belleza perfecta, estuviera diciéndome en carne propia que me quería. Cuando me dí vuelta para enseñárselo, ella estaba tendida sobre la cama con sus piernas estiradas cual si fuese alguna pintura de Goya o Rose DeWitt, la del Titanic, en la escena donde posaba para que Jack Dawson la pintara. Aun tenía su vestido puesto, pero sus medias.pantalón y botines ya no estaban allí, sólo sus hermosas piernas y piés al descubierto. Mientras yo le mostraba desde el escritorio cómo había quedado el dibujo, me pidió que me acercara más, debido a que no llevaba sus lentes puestos. Me pidió que me sentara a su lado, como si la cama fuese su territorio, recibió el dibujo y no dejaba de sonreír mientras lo contemplaba.
“¡Qué linda!, parece sacada de esa horrible caricatura que tanto le gusta a Isa, esa que se llama disque ´Evangelion´”.
“Es dibujada con esa técnica, se le dice ´Técnica manga´, si es animación se le llama ´Ánime´, hace un par de años asistí a un taller de dibujo manga que dictaron en una de esas bibliotecas donde iba a leer los clasificados”. Dije yo.
“No conocía, tu talento como dibujante, cada día me sorprendes más, no quiero imaginar qué otras cosas más sabrás hacer”. Al decir eso, dobló el dibujo y lo depositó cuidadosamente en uno de los bolsillos con cremallera del estuche de guitarra, preguntando si había también una posibilidad de sacarle copia a la vieja foto escolar. Le prometí que iba a buscar la forma, luego me pidió que me relajara y que me acercara y recostara al lado suyo, abriéndome espacio y haciendo que mi rostro quedara frente a frente con el de ella.
“Fuiste tú quien eligió un cuarto con cama doble o simplemente te tocó?”. Preguntaba ella trantando de ponerse mucho más cómoda sobre el amplio colchón.
“Ahí estaba el día en que vine a ver este cuarto por primera vez”. Mentí, en aquella ocasión había también disponible otra habitación con cama individual.
“¿Has traído a alguna chica a que te acompañe en tu soledad y en la amplitud de este lecho?”. 
“No la hay, usted es la primera mujer que he traído aquí”.
“No es necesario que la haya, ustedes, los jóvenes solteros son aventureros, algunos invitan alguna chica que recién conocen en un bar o simplemente alquilan una acompañante”.
“Por ahora no creo estar interesado en contratar esa clase de servicios, además desde que vivo acá todos mis gastos están fríamente calculados”.
“¿No te ha dado curiosidad?”. Preguntaba ella haciendo que mi pulso comenzara a acelerarse.
“No, en realidad no, creo que el sexo sin idealización o tensión es una experiencia casi necrofílica”.
Respondí esperando haberme hecho entender.
“Explícame, ¿Cómo es eso?, no entiendo”. Dijo ella.
“Hace seis años a mi padre le preocupaba mucho el tipo de hombre que estaba viendo crecer ante sus ojos, le preocupaba que a mi edad no fuera rebelde, que no saliera a fiestas, que no me fijara en chicas, que no saliera mucho, y que me esmerara más en ayudarle a mi mamá en los quehaceres hogareños. Seguramente pensó que su ´Junior´ había salido bien maricón, así que un día me invitó a que le acompañara a una de esas bebetas con sus amigos del trabajo, desde un principio no me interesó, pero hasta mi propia madre me pidió que fuese, dizque para que le pusiera cuidado a mi papá y no fuera a beber demasiado. Y así fue como resulté en uno de esos antros donde ponen música a todo taco y el aroma ambiente era una mezcla de cigarrillo, tufo aguardientoso con pasante de ácidas naranjas y la fetidez alcalina-urinaria proveniente de los baños”. A los amigos de mi papá  les parecía gracioso que yo tardara más de media hora en terminar una cerveza, que no hablara nada, que me la pasara bostezando, ni que tampoco saliera a bailar, con las... señoritas que trabajaban en el lugar. Hasta que hubo un momento donde mi papá se puso de pie y estuvo ausente unos minutos, sus otros dos compañeros también se habían puesto de pie para salir a bailar con algunas de las chicas del lugar. Hasta que apareció la administradora del lugar, Doña Márgara, una vieja ex-prostituta quien, llegó y me tomó de la mano, sintiéndome aterrorizado, pero cuando me dijo que por favor la acompañara que tenía un regalo para mí en el segundo piso, despertó inmediatamente mi curiosidad. Aquel segundo piso era un lugar tétrico, iluminado  por una luz color rojizo a lo largo de un pasillo, conducía hacia el único cuarto que tenía la puerta abierta, allí me esperaba una tal ´Mileidy´, una joven cuyo bonito rostro se veía un poco estropeado gracias a su maquillaje excesivo y el falso rubio de su cabello. Me pidió de una manera cruda que me desvistiera, parecía ir muy apurada, pese a que ella también se desnudó, esa desnudez no causó un gran impacto sobre mí, ya que mi erección llegó tardía y forzadamente, con demasiado esfuerzo que hasta parecía que el preservativo me quedaba grande. No hubo preámbulos, ni mucho menos intercambio de palabras, ni de caricias, fue casi imposible encontrar esa conexión entre amantes, que durante ese coito ella no dejaba de refunfuñar diciéndome: ´Concéntrese, véngase rápido que sólo es media hora´. Me fue imposible disfrutarlo, me sentí anormal aquella noche, hasta comencé a dudar de mi virilidad, de hecho, tiempo después, preocupado por ello, utilicé mis ahorros habituales para la colección de CDs, y encontrar una reivindicación en una de esas mal llamadas ´salas de masajes´ del centro, pero aquella vez fue peor, se podía percibir en esa otra pobre mujer la pobreza, el dolor y la humillación de tener que acostarse con cualquier cosa o engendro para sobrevivir, desde entonces nunca jamás volví a considerar pagar por una acompañante”.
Mery comenzó a acariciar mi rostro y empezó a preguntar con una voz dulce y arrulladora: “¿Y pese a esas dos experiencias, eres insensible a este tipo de tratos?”. Dijo refiriéndose a lo que en ese momento estaba haciendo conmigo introduciendo su mano debajo de mi franela acariciando lenta y suavemente mi abdomen y mi pecho, luego levantó la prenda insinuando que me despojara de ella, siguió acariciando mi pecho y abdomen mientras me decía que respirara profundo, que cerrara mis ojos y me relajara, que podía escuchar los latidos de mi corazón. De repente mi cuerpo se estremecía cuando sentía sus besos sobre mi torso, ascendiendo desde mi ombligo, pasando sobre mi pecho, ungiendo de saliva mi cuello y mis orejas,  mientras yo jadeaba, hasta que sus labios llegaron a los míos. Después de un prolongado y apasionado beso, me despojó de mi pantaloneta y arropó mi desnudo cuerpo con su hermoso vestido que aun llevaba sobre su cálido cuerpo, repitió el mismo ejercicio pero a la inversa hasta llegar a mi púbis y después de efectuar allí un trabajo oral, se arrodilló sobre el colchón, se desabrochó un par de botones delanteros y de las dos mangas de su vestido, y de repente levantándoselo desde la falda logró despojarse de él, no llevaba ropa interior puesta y nuevamente extendió su desnudo cuerpo a mi lado. 
“¿Cómo te sientes?”. Preguntó ella.
“Hermoso, como tú”. Respondí.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro a los ojos, contemplando la belleza que cada uno de nosotros podía apreciar dentro de nosotros mismos recíprocamente.
“Te amo tanto Mery, de eso sí que estoy seguro ¿Lo sabías?”. Exclamé lleno de euforia.
“Estamos atrapados mi querido ángel”. Decía ella susurrante y estremecida, y continuaba diciendo: “Estamos en una extraña situación de amor imposible, de la cual no quisiera escapar, yo también te amo muchísimo angelito hermoso”.
Llené su cuerpo de caricias y ávidos besos, similar a como ella lo había hecho conmigo, la consentía con caricias y palabras cursis, como “Mi hermosa niña”, “Preciosa Reina”, “Mi único y verdadero amor” y todas esas tonterías. Fue una noche donde descargamos todo esa pasión y ternura represada que alguna vez quisimos dar cuando no hubo receptor, y que alguna vez quisimos recibir cuando nunca hubo emisor.     



1 comentario:

Anónimo dijo...

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