martes, 29 de enero de 2013

LA MERY JAIMES (14to Acto: "Desde hace bastante padezco migrañas")

“No fui muy querida por la familia de mi esposo, ya te había dicho que la familia de Francisco a pesar de ser una familia ´de modo´, no eran como los aristócratas sofisticados que muestran en el cine o en las telenovelas mexicanas, simplemente eran una familia de origen campesino que supo sacar buen provecho de sus negocios. Con su padre no tuve mucho problema, aunque tampoco creo que le importase mucho, a su madre nunca le agradé, ella nunca vio con buenos ojos lo que yo hacía, ni mi forma de ser. Si yo era callada y tímida, ella lo interpretaba como antipática y arrogante, si tocaba en una banda rock, era peor que ser una cabaretera nudista. Fueron muchas las veces en que ella intentó hacerme entrar en conflicto con Francisco, pero por fortuna mía, Francisco creía más en mí que en su propia madre, la cual siempre deseó para su hijo una mujer más ´tradicional´, de familia, preferiblemente como ella misma. Recuerdo que ella estimaba mucho a su otra nuera, una chica buena pero medio-tonta, extremadamente sumisa, que en ocasiones era molida a golpes por su marido, el hermano mayor de Francisco. Tenían un hijo, un pequeño rufián, al que la abuela le celebraba todas sus travesuras, el niño casi siempre estaba con la abuela, ni siquiera con su madre la que casi siempre por lo general era manipulada por la señora suegra, si la madre cohibía al muchacho por algo, la suegra intervenía diciendo ´déjelo, los niños deben ser avispados, ¿o es que acaso quiere que sea un bobito o un mariconcito?´.
Cuando tuve a mi hijo Marcos, ella también quiso ser quien lo criara a su modo, pero yo no quise que fuera así, no quería que mi hijo fuese un muchacho malcriado sin ninguna noción del respeto, para eso elegí a mi tía Piedad, quien me ayudaría a cuidarlo cuando yo estuviera trabajando o en la universidad. La mamá de Francisco tampoco miraba con buenos ojos, que yo estudiara y trabajara, ya que con un esposo como el que yo tenía no había necesidad de ello. Las veces que Francisco y yo íbamos a la finca de sus padres a hacer visita, el otro niño, el sobrinito de mi esposo disfrutaba haciéndole maldades, cuando yo lo apartaba de él, esa señora se me enfrentaba, diciendo: “Son niños, déjelos que así es como juegan”.
Hubo un tiempo en que Francisco me pidió que debía dejar de vez en cuando que su madre cuidara al niño ya que él no confiaba de mi tía Piedad y sus tendencias lésbicas, razón que me parecía absurda ya que siendo ella la que me crió a mí, no había en ello absolutamente nada de ello que me hubiese afectado. Mi tía era una de esas mujeres creyentes y rezanderas, ella solía prenderle velas a la virgen y algunos santos. Marcos quería mucho a la tía, ella lo sacaba a pasear al parque, jugaba con él todo el tiempo, le leía cuentos, le enseñaba a ser cooperativo y útil y gracias a ella, el niño creció siendo muy inteligente, activo y comunicativo, era un niño brillante. Yo había renunciado a mi trabajo para tener más espacio para mi hijo por las tardes, sin renunciar aun a mis estudios en la Universidad.
Una noche ambas salimos con el niño para ver el alumbrado navideño, y le compramos un globito de esos que se llenan con helio y flotan en el aire,  porque la cometa que yo le había hecho días antes no le elevaba y su idea era hacer que el globito se elevase lo más alto posible atándolo de un largo hilo y traerlo de regreso. Al día siguiente, después de haber regresado a la universidad, fui a recoger al niño, pero me encontré con un panorama dantezco; la gente, alguna con indumentaria de los bomberos sacaba muebles camas y utensilios, algunos consumidos por las llamas. La teoría fue que el globo de helio fue arrastrado por alguna corriente de aire hacia alguna de las veladoras que en ese momento tenía encendida la tía Piedad, el contacto entre ambos objetos provocó una inmediata combustión que lo consumió casi todo en segundos. Mi tía Piedad murió consumida por las llamas, mi hijo que iba a cumplir 5 añitos logró escapar de las llamas pero murió asfixiado tratando de abrir la puerta.
Quise morir también en ese momento, pero ya tenía 6 meses de embarazo, Isabel ya venía en camino, pero después de aquella tragedia renuncié a todo a mis estudios, a mi futuro, sería madre por tiempo completo”.
Esta triste y trágica historia de Mery fue una de las varias vivencias que compartimos aquella larga noche después de haber terminado el extenso idílio de una noche entre ella y yo. En aquella ocasión pasamos la noche de largo, yo no logré conciliar el sueño, la acaricié en su espalda y nalgas mientras reposábamos desnudos sobre el mismo lecho hasta el amanecer. Se marchó en la madrugada, con la bolsa y casi todas sus cosas, yo le ayudé a conseguir un taxi, nos dio pena despertar a esa hora a la dueña del edificio, de manera que tendría que llevarle su moto al trabajo el día siguiente.
No fue difícil mirarla con objetividad los días siguientes donde eventos complejos comenzaron a afectar la dinámica del negocio.
Mery pasó ausente durante 3 días donde el negocio estuvo al mando de doña Ruby mientras que Yuri, permanecía muy a disgusto rindiendo cuentas, explicándole facturas, y las tablas de inventarios a Don Francisco, quien sorpresivamente anduvo merodeando durante toda aquella tensa semana, y me sorprendía como se dirigía a ella a los regaños y gritos, cual si fuese una niña tonta que estuviese acostumbrada a esta clase de vejámenes, pero en realidad no lo era tanto porque al día siguiente renunció.
La labor de Yuri quedó repartida entre doña Ruby y yo. El señor Francisco no interactuó mucho conmigo, lo recuerdo como un señor de estatura media, no más alto que yo, su rostro tenía aspecto de hombre bonachón e inseguro o quizás era un aspecto normal comparado a la imagen sagaz y algo malévola según lo que Mery me había descrito de él, pero tenía un aspecto estresado y estresante, y así usara camisetas manga larga, pantalones de paño y corbata, no se le veía elegante, tenía más aspecto de predicador puerta a puerta que de alto ejecutivo aunque su negra cabellera dejaba ver una que otra plateada hebra de cabello que no le hacían ver tan viejo de todos modos.
“Así que usted es ´el hombre´”. Fue lo único que me dijo en el primer encuentro ocasional frente a frente que tuvimos, ante ello sólo pude asentir y él también asintió, sin parecer muy encantado en conocerme, seguramente no le di muy buena impresión, quizás porque no lo saludé desde un principio, o porque no le estreché la mano, o porque ya sabía que me estaba acostando con su mujer, nunca lo supe.
Al regreso de Mery, todo parecía que durante esos pocos días habían pasado no sólo años sino toda una era donde todos parecíamos haber envejecido con el lugar. En el sector ya habían comenzado a asentarse otras tiendas-talleres de otros diseñadores y de la noche a la mañana la cuadra se convirtió en una especie de centro comercial al aire libre donde abundaban boutiques, tiendas de accesorios, y almacenes exclusivos de diseñadores. Ya había demasiada competencia, y al otrora innovador negocio de Mery le costaba demasiado respirar, pero no creo que haya sido por aquella abundante competencia que el negocio flaqueaba, ya que Mery era lo suficientemente inteligente para encararlo, el problema ahora era su apatía, su ánimo parecía deteriorarse cada día más, al principio pensaba que se trataba de su salud, ya que por aquellos días, después de que Don Francisco desapareciera, permaneció guarnecida en el segundo piso, mandando órdenes desde Ruby y terminando algunos encargos pendientes. Mientras yo ya me encargaba de las ventas de mostrador, ya eran muy pocas las tareas de mensajero que me correspondían hacer. Mi relación con Mery diariamente se limitaba al saludo, y algunas de sus órdenes me aparecían por escrito, siendo Ruby quien me las explicaba. Eran días largos y aciagos, incluso trabajando doble jornada en el mostrador, pasando dos días sin hacer una sola venta. Cuando estaba Ruby presente, cada vez que yo intentaba subir al segundo piso a preguntarle algo a Mery, Ruby trataba de obstruir como si allá arriba hubiese algo que yo no podía ver. Una vez, durante la hora de almuerzo, Ruby se ausento algunos minutos, traté de aprovechar el momento y verificar si Mery estaba allá arriba ya que durante aquel día no la había visto llegar ni sentido. Subí por la pequeña escalera, y cuando mi cabeza comenzaba a emerger al segundo piso, podía verla a ella dando la espalda en su mesa de bordado, trabajando silenciosamente, donde el único ruido que podía percibirse era el de sus sollozos  tan seguidos y tan intensos como un ataque de hipo, luego Doña Ruby me sorprendió en la escalera, y el regaño no se hizo esperar: “¡Qué estaba haciendo allá!, ¿no ve que a Doña Mery le ha estado doliendo mucho la cabeza?”, Exclamaba y preguntaba ella.
“¿Para qué no le dice que vaya donde el médico?”. Sugerí yo.
“Eso a usted no le incumbe, ella verá como le hace, pero de ahora en adelante usted no debe subir allá sin autorización”. Aun me extrañaba el ambiente tan enrarecido y por el por qué de todo aquello, no obstante el latigazo definitivo a mi motivación de trabajar fue cuando Mery por fin hizo presencia en el primer piso y viéndome allí dijo: “A final de la jornada suba al taller para que hablemos”. Si no es porque su presencia representaba para mí una figura de amistad, amor y ternura, trabajaría nervioso y paranoico hasta el fin de aquella jornada.
Me presenté en su taller finalizando la jornada, allí se encontraba empacando, trabajos a los que durante toda esa semana ella estuvo dedicada. “Estoy muy apenada contigo”. Decía ella con sus lentes puestos sin lanzarme una sola mirada y seguía: “Usted ha visto todo el despelote con el que hemos estado lidiando todos estos días, nos va a costar mucho trabajo salir de esto”.
“En realidad no me importa Mery, estaré contigo siempre, incluso en los momentos difíciles”. Respondí.
“¡Claro que debe importarte!”. Exclamó ella con un tono fuerte. “Te necesito más concentrado, no quiero hacerte daño, ni abusar de tu sumisa bondad, olvídate de todas las confianzas que te he dado, ahora los dos vamos a estar concentrados en parar este negocio, y ahora que conozco tus sentimientos hacia mí, te suplico que los dejes a un lado, de lo contrario, voy a tener que echarte”.
Yo no podía creer lo que estaba escuchando, me pareció injusto y algo descarado. Si ella fuera un hombre y yo fuera una dulce e inocente joven sería algo por lo que podría chatajear, pero a la hora de pensar en ello, hacer público lo que pasó entre los dos con ese fin, era tan absurdo como ridículo, nadie me lo creería, no obstante fue más mi tristeza que mi rencor hacia ella.
Aquella vez, al salir del trabajo, sentí deseos de que me atropellara un carro o que una banda de asaltantes llegara al acecho para hacerme daño, de hecho, en mi habitual viaje a pie, antes de llegar a San Diego, me desvié por esas zonas desoladas cercanas a la estación exposiciones hasta llegar a la Alpujarra, pero ningún maleante me persiguió, ni un indigente tampoco me abordó para pedirme moneda alguna, fue como un viaje en piloto automático donde no sentí el rigor del trayecto. Me sentí bastante cansado hasta que habiendo ya llegando, a la carrera Junín, decidí darle uso a la moneda de 500 que llevaba en el bolsillo. En un principio quise gastármela en una bolsita de agua o algo refrescante, pero no tenía tanta sed como para morir de inanición antes de llegar a casa, así que la invertí en 20 minutos de Internet en una de las cabinas privadas del sótano del Centro Comercial **ión Plaza. Ya estando dentro del café internet, al frente del monitor de uno de los computadores, visualizando la bandeja de entrada de mi correo electrónico sin ninguna novedad más que el spam, algo me dio pie para recordar a alguien, por lo que de mi billetera saqué un pequeño papel donde estaba la dirección electrónica que Holanda me había anotado, aquella noche de la temporada decembrina donde ambos coincidimos trabajando en la casa de banquetes. Le escribí lo siguiente:
“Querida amiga:
Quiero disculparme por el distanciamiento y por no haberte entendido en su momento.
Me gustaría ir a ***centro, ese centro comercial que queda al frente de la UPB, hace tiempos que quiero ir allá. ¿Podrías acompañarme este próximo sábado?.
Es todo.    
Con esto buscaba una razón por la que valiera la pena terminar la semana.
Según el temporizador del computador, sólo habían transcurrido 6 minutos cuando terminé de digitar mi mensaje para Holanda, Ya en los otros 14 minutos restantes decidí permanecer viendo videos musicales en Youtube, y cuando sólo faltaban 2 minutos para que se cumpliera el tiempo y el programa me cerrara la sesión automáticamente, decidí darle un vistazo nuevamente a la bandeja de entrada de mi correo electrónico, a sabiendas que era demasiado optimista pensar que Holanda me contestaría inmediatamente, pero como si de una broma del destino se tratase, encontré 1 mensaje nuevo en bandeja remitido por una tal “Holanda Mejía”. Ni el más optimista esperaría semejante respuesta tan inmediata. Abrí el mensaje y éste decía:
“Querido amigo:
Yo también quiero disculparme por mi ingratitud.
¿Para este sábado? Bueno, si podemos vernos temprano, es decir, después del mediodía, seguro que te puedo acompañar.
A propósito, ya nos reconectaron la línea telefónica, el nuevo número es ### ####, llámame para que fijemos una hora y lugar de encuentro.
Nos vemos pronto, un abrazo.
Holanda.”
A la salida del lugar, al pagar por el servicio con la preciada moneda de 500, tuve otro encuentro inesperado.
“¡Hola!, ¿qué haces aquí?”. Preguntaba Yuri.
“Bueno pues pasaba por aquí para revisar mi correo”, Respondí mientras ella hacía una sonrisa maliciosa como de ´sí, cómo no´, a sabiendas de que las cabinas privadas de Internet tenían la reputación de ser lugares muy comunes entre los solitarios pervertidos, que aprovchan la privacidad de los cubículos para disfrutar de la pornografía e incluso estimularse manualmente allí mismo.
“¿Y a qué debo la sorpresa?”. Pregunté yo.
“Bueno, estoy trabajando acá mientras me resulta otra cosita, trabajo en el otro ciber café que está a dos locales más por este mismo corredor, es de los mismos dueños, vine aquí a decirle a Vane que me espere para irnos juntas”. Me presentó a Vane a quien yo había pagado los 500 pesos, y luego nos fuimos al otro local a charlar un rato.
“¿Por qué renunciaste al otro trabajo?”. Pregunté yo.
“No me diga que no sabe, usted que es tan íntimo de Doña Mery”. Respondió
“Pues tan íntimo seré que ni tengo idea, pero si es algo muy personal, haré de cuenta que no me incumbe”.
“Mira, Doña Mery desde hace mucho le debe unos buenos millones a ese señor Don Francisco, lo que hace él es ir a cobrar un porcentaje a manera de vacuna, el señor ese se la pasa atormentándola y amenazándola, por eso es que Mery trata de buscar la forma de impulsar su marca y recibir buenas ventas para no quedar tan desangrada. Todos estos años, yo he estado ayudándole a ella a llevar la contabilidad y el inventario. Él no la molesta mucho a ella desde que ella le cumpla con el 30% de sus ganancias, si no lo hace, siempre le hace una maldad, tal como, ponerle petardos al negocio, robarle, y si ella lo denuncia él la amenaza. Ese señor es de lo peor. Ahora que está pidiendo 70% porque también él está metido en severo problema llegó arrasando con todo, entonces más bien me aburrí y me fui, usted también debería hacer lo mismo”.
No fue la última vez que vi a Yuri, seguí en contacto con ella y su amiga Vane por más tiempo, frecuentándolas muy seguido, hasta podría escribir otra historia extensa sobre mi posterior “amistad” y relación con una de ellas, por no decir ambas, pero también me lo ahorraré para no descontextuar el relato que nos ocupa.
Al día siguiente le pedí a Mery que me dejara trabajar el sábado hasta la 1pm, y que las otras 5 horas me las compensaría durante la siguiente semana, ya que había arreglado encontrarme con Holanda a las 2 pm, sin embargo Mery me recordó que ese sábado había que hacer inventario, pero ese mismo viernes, al terminar la jornada, Mery cambió de opinión al preguntarme que para qué necesitaba que me diera la tarde del sábado libre, a lo que respondí diciéndole la verdad, nuevamente volví a sentir ese talante amigable y bondadoso de la bella Mery quien se mostró comprensiva.
“¿Sabes qué?, deberías ir, te mereces esa cita es lindo retomar una amistad que nunca debió terminar”. Decía Mery con tono melancólico.
“En realidad quiero ayudarte con el inventario, Mery”.
“En otra ocasión lo haremos, esta vez lo haré con Ruby”.
Traté de no pensar si ella estaba siendo sarcástica o hipócrita y creer en su sinceridad, inconcientemente me frustraba y me llenaba de celos entender que ella no quería estar más conmigo, pero asimismo aceptaba y comprendía que era muy dependiente, que no era lo suficientemente hombre para hacerla feliz a ella, y que lo de aquella noche, bueno, fue una pequeña cana al aire.  
Aunque la misma Mery me había dado el sábado libre, fui a trabajar esa misma mañana de sábado sin que ella se opusiera ya que Ruby, por alguna razón que no me incumbía no pudo ir a trabajar aquel día, sin embargo no estuvo nada mal, hubo dos buenas ventas, fue un día hermoso donde Mery permaneció silenciosa y seria aunque no de mal humor, casi todo el tiempo ocupada elaborando nuevos ítems de bisutería para su línea de accesorios. Al mediodía se quejó de que le dolía la cabeza, un gag al que estaba tan acostumbrado y del cual ella lograba reponerse después de meterse un par de pastillas. Estuve a punto de llamar a Holanda para cancelar nuestro encuentro ya que Mery se encontraba sola y no disponía de nadie quien le ayudase a hacer el inventario, pero fue ella misma quien me lo recordó.
“Pero Mery, hoy hay que hacer inventario y Ruby no vino hoy.”
“Tranquilo, podemos hacerlo durante la semana por partecitas, no hay afán” Respondió ella desde un rincón donde con su mano en la frente y con el codo sobre el escritorio esperaba que los analgésicos surtieran efecto.
“Pero vea que le está doliendo la cabeza, ¿Sí cree usted que pueda aguantar la jornada de hoy hasta las 6pm?”. Le pregunté.
“Desde hace bastante padezco migrañas, todos los días lidio con ellas y tomo los medicamentos, tal como dice el doctor, y siempre he logrado terminar la jornada”.
Esa respuesta me dio cierta tranquilidad, dudosa, pero tranquilidad después de todo.
Aquel día, yo llevaba puesta la muda de ropa más nueva, cuando me alistaba para salir del lugar a mi encuentro con Holanda, me puse un suéter de lana sobre los hombros y Mery, comenzó a sonreir.
“Te ves muy lindo, esa chica se sentirá muy afortunada hoy”. Decía.
Sólo pude responder haciendo una mueca, luego cuando ya me disponía a abandonar el lugar, Mery me llama y me dice:
“Llévale un regalo de la tienda, una de esas carteritas, una pulserita, un collarcito, mira estos nuevos que he elaborado”
Pero aquella vez no me dejé atrapar de la solidaria dulzura de Mery, ya era un hombre orientado hacia la independencia (o al menos eso trataba yo) y quería mostrarle a ella, sólo por aquella ocasión  algo de carácter, y dejarle claro que yo ya no era digno de tanta compasión, ni que tenía por qué estarle recibiendo todo, que yo sólo me podía ocupar de mis asuntos.
“Tranquila Mery, no será necesario, ya le he comprado un regalo a ella”.
Ya, habiendo abandonado el lugar, antes de cruzar la calle, vuelvo mi vista hacia el lugar, y pude contemplar a través del cristal de la entrada la imagen de Mery, contemplándome desde el interior de la tienda siguiéndome con su triste mirada, cuando logré cruzar la calle, mire nuevamente hacia atrás y aun podía ver su imagen, poniéndose de pie, con la bisutería que ella recién había elaborado en sus manos, esa imagen me emocionó tanto que casi lloro del pesar que me dio haberle despreciado su cortesía, levanté mi mano despidiéndome, a lo que ella respondió agitando la suya.







1 comentario:

Anónimo dijo...
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